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E96-Bienvenidos

Escuchando la orden, Zoe desapareció y apareció cerca de Orrin, al parecer la criatura estaba algo ansiosa de poder cumplir nuevamente con el rol de mayordomo. Apolo miró la escena desde la distancia fiándose que en principio todo debería andar bien: aunque el feto verde no era precisamente bonito, lo cierto es que el joven sabía por la coloración de la piel del Gururi que probablemente tenía más de cien años y por tanto, si estuvo trabajando la mayor parte de ese tiempo como mayordomo de su antiguo dueño, entonces claramente Zoe sería cien veces mejor mayordomo que Orrin.

Confiando en que Zoe podría arreglárselas por su cuenta, Apolo se acercó a los dos Gururis rozas que aún luchaban en el suelo por levantarse de los golpes recibidos. Sin darles muchas explicaciones, el joven noble tomó a las dos criaturas de los pies y los arrastró hacia el interior de la mansión, ignorando los gritos desesperados que soltaban las dos criaturas al sentir sus cuerpos chocando contra las escaleras previas a las grandes puertas.

Bajo la mirada de todos los nuevos criados atónitos por la crueldad del joven, Apolo abrió las gigantescas puertas de una patada y lanzó a los dos Gururis rosas a su interior haciendo que rodaran por el suelo.

—¡Bienvenidos a su nuevo hogar!—Gritó Apolo con una sonrisa, extendiendo los brazos al cielo como la inscripción de su anillo de oro, completamente orgulloso de que finalmente había terminado la larga «misión» dejada por su venerable ancestro.

Por su parte los dos Gururis lucharon por levantarse, pese a que se asemejaban a dos niños humanos sus cuerpos eran bastante resistentes y pese a toda la sangre que manchaba sus nuevas ropas aún no habían perdido el conocimiento. Apolo observó la lamentable escena con algo de enojo, por algún motivo el noble sintió que los Gururis debían estar emocionados al descubrir que vivirían en esta mansión; sin embargo, solo lo miraban con odio desde el suelo mientras se lamían las heridas buscando cubrir las mismas con la saliva gelatinosa que producían.

—¿Que acaso no les gusta mi hogar?—Preguntó Apolo mirando con disgusto a las criaturas.

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—…—Pero los dos Gururis no hablaron y siguieron lamiéndose en el suelo.

—Supongo que tendré que incentivar su curiosidad a base de bastonazos…—Murmuró Apolo con una sonrisa sádica chocando el pomo de oro del bastón con su mano. Por algún motivo esto le estaba trayendo recuerdos al joven noble de su primer día levantando una espada de madera, aunque ese día su abuelo lo terminó desmembrando mientras le gritaba que debía levantar la espada para defenderse, cosa que no sería muy sensata de hacer con los Gururis.

Tras decir eso, Apolo se acercó a los Gururis lamiéndose en el suelo y bajo su temerosa mirada el cruel noble comenzó a embocarle pequeños bastonazos en las piernas hasta que las pobres criaturas finalmente entendieron que debían levantarse. Luego el joven en silencio siguió embocándole bastonazos a sus Gururis hasta que entendieron que tenían que caminar hacia una dirección. Finalmente, los tres comenzaron a caminar por los pasillos de la mansión hasta que Apolo llegó a una habitación en particular y la abrió.

Mostrando una gigantesca sala llena de muebles, aunque lo más llamativo de la misma eran las dos notorias casitas armadas con colchones que se escondían en cada una de las esquinas del gigantesco salón, la habitación estaba armada con sumo cuidado y estaba hasta reventar de muebles los cuales todos tenían una decoración distinta y parecían simbolizar emociones diferentes, por lo que parecía que el joven noble se había pasado meses enteros acomodando cada uno de los objetos en esta habitación hasta el más mínimo detalle.

Inmediatamente, Apolo les embocó unos bastonazos a cada Gururi haciendo que rodaran dentro de la habitación y sin esperar escuchar sus chillidos que romperían el corazón de cualquier persona, el joven cerró la puerta de la habitación dejándolos encerrados adentro. Acto seguido, Apolo tomó el pomo de oro de su bastón y comenzó a girarlo hasta sacarlo, mostrando que en el interior del bastón había un compartimiento secreto donde se alojaba la chapa de metal que lo identificaba como un mago en el ministerio de magia y una llave de plata.

Apolo tomó la llave de plata y cerró la puerta con llave, mientras se murmuraba a sí mismo:

—Bueno, esperemos que se le pase la rebeldía de los primeros días y aprendan instintivamente a interactuar con los muebles…

Tras decir eso, Apolo se dio la vuelta ignorando despiadadamente los llantos desgarradores que podían escucharse proviniendo desde el interior del gigantesco salón.