Cristóbal miró con una amplia sonrisa como las familias iban entrando en el gigantesco silo. El gigante le dedicaba una sonrisa alegre a cada persona que llegaba hasta la puerta del silo, sin importarle lo repetitiva que fuera la acción. Incomodando bastante al pobre Tea, el cual claramente notaba el estado anormal con el que estaba actuando su tío; al punto que el joven pelirrojo comenzó a sospechar que realmente Cristóbal estaba disfrutando viendo cómo cada una de estas familias entraba voluntariamente a esta «trampa» como cerdos dirigiéndose al matadero. Para colmo algunas veces, Cristóbal tiraba algún comentario irónico sobre el futuro de estas personas, o les advertía disimuladamente algún adelanto de lo que le sucedería a las familias que entraban, pero siempre con la sutileza de que solo él y su sobrino pudieran entender realmente lo que quería decir. Poniendo aún más presión sobre el joven Tea, el cual luchaba internamente tratando de no pensar en los ojos o las caras de los pobres niños que entraban felizmente a este lugar desconociendo lo que sucedería a continuación.
—¿No es un poco cruel engañar a estos campesinos de esta forma?—Preguntó Tea en voz baja no aguantándose más la presión en el pecho que le generaba esta pregunta, viendo con desgracia como una joven pareja entraba por las puertas del silo tras recibir la «confiable» sonrisa de su tío.
—En realidad estamos salvando a muchas personas, Tea—Murmuró Cristóbal mirando los caminos en las calles, sin ocultar lo ansioso que estaba por ver como alguien más caía en la trampa.
—¿Cómo se supone que esto salve a alguien?—Preguntó Tea, incrédulo con lo que estaba escuchando.
—Salvamos a muchos soldados que lucharán contra estos campesinos en la guerra de reconquista. Además, si no hacemos esto y fracasamos en la captura de la capital, el que llevaría adelante a cabo esta «tarea» sería el ejército principal que está asediando la capital. Con sus números no tendrían por qué tomarse tantas molestias y no dejarían un solo corazón latiendo en este pueblo: Por lo que estamos salvando muchas vidas, muchacho—Dijo Cristóbal, sorprendiendo bastante a Tea: Realmente desde esa perspectiva muchas personas saldrían vivas, aunque la sorpresa del pelirrojo provenía desde el descubrimiento de la poca confianza que se tenía su tío acerca de la conquista de la ciudad asediada.
—Pe-pero cuando eso ocurra ya habremos muerto...—Respondió Tea diciendo cada palabra con lentitud y desesperación; entendiendo el peso que conllevaba fracasar en la siguiente misión y reflexionando todas las cosas hermosas que aún ni siquiera había experimentado en esta vida—¿Realmente crees que fracasaremos?. Papá me dijo que tenía que tener confianza en el gran general, y realmente dudo que el hermano del abuelo me haya seleccionado para esta misión solo para poder organizarme el funeral antes de que él muriera.
—Pero por supuesto que lo lograremos: ¡Estoy cien por ciento seguro de que capturaremos la capital en unos pocos días!—Respondió Cristóbal con una sonrisa idiota, poniendo su hacha en el hombro y viendo como algunas flechas en llamas volaban por el cielo como indicando algo.
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Tras escuchar las palabras de su tío, Tea se quedó con la boca abierta mirando las señales en el cielo dadas por los otros soldados; pensando por qué su tío hace unas pocas horas era la persona más pesimista en el mundo y ahora parecía haber hablado con la confianza de un palomo en celo.
—¿Pero entonces para qué asesinamos a todas estas personas?, no podríamos...—Trató de decir Tea; queriendo recordarle a su tío que todas estas personas no harían ningún daño si ellos lograban la captura de la capital, e incluso estas personas serían necesarias para tranquilizar y sobornar a los supervivientes del asedio con comida.
—Muchas cosas pueden hacerse, muchacho, pero ahora no es el momento de pensar en esas tonterías, ahora necesito que lances la señal de una buena vez: ya no veo a nadie dirigiéndose hacia este lugar—Interrumpió Cristóbal mientras ponía sus dos manos sobre las puertas del silo, provocando que la puerta doble comenzara a adquirir un color grisáceo, hasta que finalmente se transformó en una roca sólida.
Con más dudas de las que le gustaría tener en este momento, Tea siguió la orden de su tío y apuntó su dedo al cielo, inmediatamente una flecha de fuego salió disparada de su dedo y estalló en el aire como si se tratase de fuegos artificiales. Los soldados al ver los fuegos artificiales viniendo de la dirección en donde estaba el silo, entendieron la señal y se apuraron para realizar los preparativos finales para empezar el gran espectáculo.
—¿Comienzo el fuego?—Preguntó Tea mientras levantaba la palma de su mano hacia el silo con la misma lentitud que sus dudas le otorgaban; entendiendo que ya habiendo dado la señal de arranque de la segunda etapa de la operación solo podía seguir lo que las órdenes indicaban, por lo que ya no había vuelta atrás para la desgracia de las pobres almas atrapadas en el silo.
—No, no, eso lo hago yo—Respondió Cristóbal mirando los fuegos artificiales en el cielo con deleite.
—Pero no sabes ni hacer una misera bola de fuego del tamaño de una canica—Comentó Tea
No obstante, el gigante tomó una antorcha que ya tenía preparada y con mucho esfuerzo logró que una llama muy chiquita saliera de su gigantesca mano, tomándose más tiempo de lo que le gustaría a Tea, el gigante logró prender la antorcha, pero la misma se apagó rápidamente con el viento.
—¿Quieres que prenda fuego la antorcha?—Preguntó Tea viendo como su tío comenzaba a ponerse rojo de la ira al ver como la antorcha se apagaba cada vez que la prendía.
—Sí, vamos, no podemos ser los últimos o la gente adentro del silo escucharan los gritos de los demás y empezaran a alterarse—Contestó Cristóbal, acercando la antorcha, no obstante Tea solo tuvo que chasquear los dedos para que la antorcha se prendiera fuego por si sola.
—Qué habilidoso…—Respondió Cristóbal con una sonrisa mientras tiraba la antorcha arriba del techo de paja del silo. Aunque lógicamente eso no había provocado nada, ya que hacía falta muchas antorchas más para lograr que el fuego se extendiera rápidamente, por lo que el gigante comentó:
—Bueno, ahora sí termina de prender fuego el techo antes de que la gente adentro se percate de la antorcha que acabo de lanzar.
Algo molesto por sentir lo inútil que había sido la antorcha, Tea apuntó con su mano al techo del silo y una ráfaga de pequeñas bolas de fuego comenzaron a salir de su palma como si fuera una ametralladora quemando el techo por todos lados. El fuego rápidamente comenzó a expandirse, pero por el momento las personas en el interior del silo solo podían sentir el leve olor amargo de la paja quemándose.