El gururi rosa se acercó con las pertenencias de Apolo y se las entregó nomas llegar. Con todo el tiempo del mundo a su disposición, el renovado noble se puso su túnica, pero de inmediato se dio cuenta de que realmente la había partido a la mitad por lo que le tuvo que hacer un nudo para evitar que se caiga.
Con la túnica puesta y el bastón en su mano, Apolo probó llamar a Zoe para ver si lo reconocía y finalmente aparecía acudiendo a su llamado:
—¡Zoe, ven acá, tengo algo que decirte!—Ordenó Apolo levantando su bastón al aire, mostrando todo su esplendor.
—¿Cuál es la misión, maestro?—Preguntó Zoe desde la espalda de Apolo, provocando que el noble y los dos gururis rosados se dieran la vuelta para verla.
—¿Misión?, Claramente es un castigo: ¡El maestro casi se muere por tu estupidez!—Gritó Aquiles de inmediato.
—¡Si no fuera por nosotros el maestro habría muerto, claramente va a sacarte el bastoncito y entregarlo a nosotros dos!—Chilló Nicolás de inmediato entendiendo que esta era una buena oportunidad para debilitar la imagen de su oponente.
—¡Qué idioteces dicen ustedes dos, que no ven que el maestro está en perfecto estado!—Respondió Zoe de mala gana, aunque su rostro se mantuvo inexpresivo como una piedra.
—¡Ya, ratas sin pelo, dejen de discutir en mi presencia y no se atrevan a arruinar mis siguientes palabras!—Ordenó Apolo, poniéndose la mano en uno de los bolsillos ocultos en su toga para sacar el anillo de bronce. El joven noble no recordaba exactamente cuándo había puesto en este lugar el anillo o si directamente se había sacado el anillo de su pecho en un principio, pero lo importante es que finalmente lo había vuelto a encontrar.
Con cuidado, Apolo retiró su mano del bolsillo y mostró el collar donde la baratija oxidada se encontraba enganchada. Sin querer mirar al anillo demasiado, Apolo inconscientemente terminó contemplando por un buen rato a la baratija en su mano, haciendo que los gururis tuvieran que esperar unos segundos en silencio, los cuales poco a poco y al ritmo que el gran dios dicta se fueron transformando en varios minutos. Hasta que finalmente Nicolás perdió la paciencia y rompió la orden dada por su maestro para insistir en el tema de vital importancia:
—¿Cuál es el castigo para Zoe?
—Sí, el castigo...—Murmuró Apolo saliendo del trance en el que se encontraba, para en su lugar mirar reflexivamente a los tres gururis del tamaño de un niño que se encontraban ansiosamente esperando sus palabras—Tu castigo, Zoe, es esconder este anillo en algún lugar de la mansión donde yo nunca pueda encontrarlo y luego debes asegurarte que yo nunca obtenga este anillo de regreso, independientemente de las cosas que te diga que hagas en el futuro.
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Si bien a Apolo le fue bastante fácil decir esas palabras, lo cierto es que en realidad el joven no quería deshacerse de este anillo. Al fin al cabo podría decirse que en cierto sentido este anillo oxidado era la prueba de que había salido de esa tortuosa noche con vida. Además, era el recuerdo de todas las grandes y tristes aventuras que «tuvo» con Helena en sus sueños, por más que estas fantasías fueran amargas y falsas eran una parte importante de su vida y el joven noble no estaba dispuesto a deshacerse de ellas. Por lo que tras terminar de decir la orden, Apolo no le entregó el anillo a Zoe y descaradamente procedió a guardarse nuevamente el anillo en la seguridad de su bolsillo. Pese a ello y para su «desgracia», cuando Apolo levantó la vista de su bolsillo para ver a sus tres gururis Zoe ya había desaparecido. Con preocupación, el joven noble volvió a meterse la mano en el bolsillo solo para enterarse de que su preciado anillo había desaparecido: ¡Zoe se lo había sacado mágicamente!
—Zoe...—Apolo quiso decir algo, pero luego reaccionó y pensó: tal vez era mejor de esta forma, tal vez era mejor dejar el pasado atrás y deshacerse del anillo para comenzar una nueva vida. Aunque en lo más profundo de su corazón, el noble aún quería seguir teniendo el anillo, su mente le recordaba que lo mejor era perderlo para no volver a encontrarlo nunca más; sin embargo, su corazón...
—¡Zoe merece ese castigo y muchos más!—Chilló Nicolás interrumpiendo los pensamientos de Apolo con su incómoda voz.
—¡Cientos de castigos!, ¡lo que pasó anoche debe mostrarle que solo nosotros dos somos de confianza!—Gritó Aquiles haciendo que Apolo se tapara los oídos inconscientemente.
—¡Ya, dejen de gritar, mocosos ingratos!, estaba meditando algo muy profundo e importante...—Se quejó Apolo, pero para su desgracia había perdido el hilo de su conversación interna y ahora solo quedaba un pensamiento armando un carnaval en su cabeza: ¡Por mis ancestros, finalmente me deshice de esa baratija de mierda!
Mientras Apolo meditaba esa frase de mil maneras diferentes en su mundo interno, Zoe volvió a aparecer provocando la reacción inmediata de los dos gururis rosados.
—¿Cuál es el siguiente castigo de la traidora?—Preguntaron Aquiles y Nicolás al unísono, mostrando que habían estado discutiendo en privado qué decir para cuando el regreso de Zoe se diese.
—No hay más castigos, tampoco hay más objetivos extraños dados por un muerto y finalmente no hay más Helenas o sueños bizarros con los cuales asustarse. ¡Ahora solo queda hacer una cosa: comprar patos y convertirme en el más grande archimago de patos que haya conocido este miserable imperio!—Respondió Apolo con una sonrisa irónica mirando orgullosamente su gigantesca mansión con los brazos extendidos al cielo.
Finalmente, Apolo supo que había llegado el momento de dejar las páginas del triste pasado en el olvido para así poder recibir con los brazos extendidos las páginas en blanco de su brillante futuro.
Y con ello el escritor se dio cuenta de que su historia finalmente había concluido. Mientras que por su parte, los lectores entendieron que era el momento de saltar a su siguiente aventura mágica, dejando escondido este libro en alguna estantería llena de polvo y secreta ubicada en la biblioteca infinita de sus recuerdos.
----------------------------Colorín, colorado, este cuento se ha acabado------------------------------