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E4-El Viaje

Ignorando la despedida de su abuelo, Apolo salió del salón para dirigirse a su cuarto, donde había dejado todos los baúles con sus pertenencias. Por la cara de disgusto que tenía el joven mientras caminaba parecía que las cosas no le habían salido como lo había planeado.

Según la expectativa del joven, su abuelo; que siempre tendió a malcriarlo por ser su nieto favorito, volvería a hacerlo esta vez y de esa forma lograría prolongar su estadía en el castillo de la familia unos años más.

En el fondo, Apolo sabía que tarde o temprano tendría que marcharse, al fin al cabo su abuelo ya estaba viejo y el primero en la línea al trono de este castillo era su primer hermano. Una vez que su abuelo falleciera, su hermano mayor buscaría marcar su territorio como nuevo jefe de la familia y obligaría a Apolo a irse.

El joven no estaba molesto por esto, ya que fue creciendo sabiendo que su hermano mayor heredaría todo, lo único que lo molestaban eran los tiempos. Él desesperadamente necesitaba más tiempo en este castillo, pero lamentablemente el destino le jugó una mala pasada y su abuelo finalmente consiguió los documentos necesarios para que él pudiera ir a la capital a convertirse en un mago.

Tras salir del salón, Apolo no tardó mucho en cruzarse con un criado que lo estaba buscando y sin exigirle muchas explicaciones, el criado le notificó que los baúles ya habían sido cargados en los carruajes.

El criado, sin querer darle muchas vueltas al asunto, dirigió a Apolo con apuro hacia la entrada del castillo, donde dos carruajes ya lo estaban esperando para emprender el viaje.

—¡Finalmente, has llegado, joven señor!—Comentó Alfonso con una sonrisa muy amplia en su rostro al ver cómo el joven esquelético pasaba por las puertas del castillo, por lo desgastado que estaba su rostro parecería que el asunto de no encontrar a Apolo lo había estado preocupando más de la cuenta—En el primer carruaje ya están sus pertenencias guardadas. Mientras que el segundo carruaje está listo para que usted pueda emprender su viaje cómodamente.

Sin detenerse ante las palabras del mayordomo e ignorando su presencia completamente, el joven salió del castillo para detenerse a mirar por última vez los bosques de árboles de corteza negra y hojas rojas con cierto dolor. Tras una corta, pero intensa mirada a los bosques de su familia y con más dudas de las que le gustaría tener en estos momentos, Apolo procedió a entrar al segundo carruaje. Pero antes de abrir la puerta del carruaje, el joven se detuvo y miró con atención por los vidrios en la puerta: ¡Al parecer había alguien esperándolo dentro!

La persona que estaba dentro del carruaje era inusualmente alta, como el abuelo de Apolo, por lo que se encontraba agachado luchando por no chocar su cabeza contra el techo. Pero a diferencia del abuelo, esta persona tenía el pelo rubio y era joven, aunque no tanto como Apolo.

La persona en el carruaje estaba vestida con una bata gris en bastante mal estado, cuya tela no ayudaba a ocultar la falta de limpieza y las manchas de sudor que se esparcían por toda su superficie, por lo que todo parecería indicar que la persona adentro del carruaje era un vagabundo; sin embargo, este “vagabundo” tenía colocado un muy fino anillo de oro en uno de sus dedos, idéntico al que usaba Apolo. Por lo que este “vagabundo” debía tener cierto grado de parentesco con Apolo y efectivamente era ni más ni menos que el segundo hermano de Apolo.

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—¿Qué no vas a entrar?—Preguntó el hermano de Apolo mirando con incomodidad el techo del carruaje que se le hacía muy chico.

—¿Tú también vienes a la capital, Hermes?—Preguntó Apolo mientras abría la puerta del carruaje. Al entrar, la cara de disgusto de Apolo no hizo más que crecer, ya que le fue inevitable sentir el incómodo olor que liberaba la sucia ropa utilizada por su hermano; sin embargo, su curiosidad acerca de los motivos de la visita de su hermano provocó que no se quejara por el asunto y en su lugar Apolo trató de encontrar un espacio para caber en el carruaje, lo cual dado al tamaño de su hermano la tarea no resultó para nada sencilla. Una vez que Apolo entró, los dos carruajes comenzaron a partir, sin esperar una orden: ¡Parecería que ya no quedaba tiempo que perder!

—¡Claro que no!. Son más de 6 meses de viaje en carruaje…—Respondió Hermes mientras observaba con cierto temor el cuerpo esquelético de su hermano menor— Vine a despedirme y a tener una charla que estuve atrasando por demasiado tiempo.

—Si mal no me equivoco: nos despedimos anoche en la fiesta que preparó mamá, no crees que es innecesario despedirse nuevamente, solo pasaron unas pocas horas. Ya sabes, la fiesta terminó muy tarde y me haría bien dormir un poco, ¡¿no crees?!…— Respondió Apolo con cierto enojo, sin ocultar la incomodidad que sentía por tener a su hermano tan cerca— Además, ya que no te diriges a la capital: ¿no deberías bajarte?, El carruaje está moviéndose muy rápido y a este ritmo, vas a tener que caminar unos cuantos kilómetros si la charla se prolonga.

—Acaso piensas que estoy preocupado por unos pocos kilómetros—Comentó Hermes con orgullo—El que se está muriendo de hambre eres tú, pequeño hermano. Yo entreno como buen soldado: todas las mañanas y todas las noches.

—Sí, sí, se nota… Si sigues creciendo a este ritmo, llegará el día que ni entres a un carruaje de este tamaño —Comentó Apolo mirando el cuerpo de su hermano con cierta envidia; el joven sabía que el tamaño anormal de algunos miembros de su familia se debía a un efecto especial provocado por el entrenamiento de soldado que llevaban a cabo, por lo que lejos de ser algo negativo era algo envidiable.

—Eso espero…—Susurró Hermes con cierta añoranza mirando por la ventana del carruaje cómo el castillo se alejaba en el horizonte— Deberías preocuparte un poco más por tu cuerpo, sinceramente creo que te estás muriendo y déjame decirte que no soy el único en la familia que opina lo mismo…

—Puede ser o puede que no…—Respondió Apolo mirándose las manos: ya estaban tan esqueléticas que no podía reconocerlas como propias; sin embargo, al ver el anillo de bronce oxidado en su mano, la preocupación en su mente se disipó y una sonrisa torcida apareció en su rostro—Pero por el momento ando bien, siempre puedo comer un poco más cuando me apetezca: ¡No es como si a los nobles les faltara comida!

—Claro que no, hermanito…—Comentó Hermes sin dejar de ver por la ventana del carruaje, mirando como los árboles del bosque a los alrededores del camino iban pasando—A los nobles nos sobra el dinero, nos sobra la comida, nos sobra las mujeres, pero eso no quiere decir que lo tengamos todo.

—¿De verdad crees que nos falta algo para vivir mejor? Por mi parte, creo que con dinero, comida y mujeres se puede vivir bastante bien, si no pregúntale a nuestro hermano Fausto si acaso sufre por carencia de algo—Dijo Apolo con una sonrisa, más preocupado en observar el anillo en su dedo que al castillo cada vez más diminuto en el horizonte

—A muchos nobles le falta la suficiente cordura para ver que se dirigen a su propia muerte— Respondió Hermes con incomodidad, mirando a través del reflejo de la ventana del carruaje la sonrisa anormal en el rostro de su hermano—Ese anillo que aprecias más que a tu propia familia solo te está matando, pequeño hermano. Para colmo me acabas de decir con tu propia boca que ya sabes que como noble lo tienes todo para vivir bien y pese a ello miras ese anillo desconsoladamente como si fueras un mendigo suplicando por un pan rancio. Y la gran verdad es que no hace falta ser un privilegiado para darse cuenta de que ese anillo oxidado no te va a dar absolutamente nada, salvo desgracia… y pese a ello ahí estás… mirándolo como un idiota… nuevamente…