Al escuchar que la palabra anillo salía de la boca de su hermano, Apolo abandonó el estado de trance y rápidamente escondió la mano que contenía el dichoso anillo en su bolsillo, como si temiera que el anillo le fuera a ser arrebatado en cualquier momento.
—No entiendo qué tiene que ver un simple anillo de bronce con mi estado de salud—Comentó Apolo mientras miraba con desconfianza a su hermano, no obstante su hermano seguía mirando por la ventana, aparentemente ignorándolo, por lo que solo podía ver su gigantesca espalda.
—¿Estás tan mal que te has olvidado que el entrenamiento de la familia también mejora mis sentidos?—Cuestionó Hermes con disgusto; sin poder apartar la mirada del reflejo del rostro decrépito de su hermano que el vidrio del carruaje brindaba. El joven soldado estaba empezando a sospechar que si no fuera por su fornido cuerpo, su hermano realmente estaría pensando en encontrar una manera de deshacerse de él ahora mismo—Si el abuelo te dijo que el anillo era mágico: es porque no es tan simple, ¿o me equivocó, hermanito?
—¡Esas son simples divagaciones de un viejo moribundo!—Respondió Apolo con enojo, mientras frotaba el anillo escondido en su bolsillo con nerviosismo—Si de verdad el anillo fuera mágico, ¿no crees que el abuelo me lo hubiera quitado?, Para el viejo robarme el anillo sería tan simple como darme una bofetada.
—¿Qué clase de abuelo le robaría a su propio nieto?—Preguntó Hermes con algo de enojo en la voz, como si la situación planteada por su hermano no pudiera tener lugar en su cabeza—¿Acaso de verdad crees que alguien de la familia te robaría?
—No, claro que no: Yo los amo y ustedes me aman—Respondió rápidamente Apolo como si se hubiera dado cuenta del terrible error que estaba cometiendo en llevar la discusión a este tema tan delicado—Tú nunca le robarías a tu querido hermano, ¿No es así, Hermes?
—Si de verdad creyeras eso podrías dejar de esconder tu mano en el bolsillo, es realmente una idiotez tratar de esconder el anillo a este punto...—Respondió Hermes de mala gana, mientras miraba por el reflejo como el cuerpo de su hermano menor no paraba de temblar.
Al ver por el reflejo que Apolo no podía sacar la mano de su bolsillo y únicamente miraba su espalda con una mirada cada vez más demente, Hermes decidió que había llegado el momento de entrar en razón a su hermano, por lo tanto, dijo con calma:
—Piensa con la cabeza, Apolito: es más que evidente que el viaje a la capital y los documentos para convertirte en un mago valen más que un anillo mágico. ¿Cuántos objetos mágicos hay en el imperio?. O aún más importante: ¿Cuántos objetos mágicos tenemos en nuestro castillo?. Además, como futuro mago, el emperador te escupirá objetos mágicos para que los investigues: te terminaras cansando de ellos…
—Supongo…—Susurró Apolo reflexionando las palabras de su hermano.
Al ver que Apolo estaba volviendo a un estado más normal, Hermes continuó insistiendo con su lógica:
—Nuestra familia ha criado soldados durante milenios: el abuelo le enseñó a sus 4 hijos el camino del guerrero y se despidió de sus cuatro hijos cuando murieron en combate. ¿De verdad crees que alguien con la mentalidad del abuelo, jefe de una familia noble destacada por sus guerreros, mandaría a uno de sus nietos a convertirse en un mago por casualidad?
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—¡Por supuesto que no fue por casualidad!—Gritó Apolo con enojo—El viejo necesitaba deshacerse de mí, ¿o por que crees que nuestro hermano menor se convirtió en un comerciante?
—¡Los comerciantes al menos pueden tener hijos, imbécil!—Refutó Hermes con enojo, como si digiera una obviedad—Los magos no pueden: ¡Te acaban de desheredar, idiota!
—¿Y eso qué tiene que ver?. De todas formas, yo nunca fui o seré heredero al trono de los bosques negros—Respondió Apolo con disgusto, cansado de tratar de entender que buscaba sacar su hermano con toda esta charla.
Por primera vez desde que el viaje comenzó, Hermes se dio la vuelta y miró fijamente la cara decrépita de su hermano, fue ahí cuando Hermes se dio cuenta de que los dos ojos negros de su hermano prácticamente carecían de brillo, haciendo resaltar aún más sus dos grandes ojeras que delataban su falta de sueño. Con mucha pena, Hermes explicó su punto de vista:
—Además del abuelo, solo quedamos cuatro miseros hombres en la familia: Fausto es el heredero al trono de los bosques negros, Homero es el comerciante aventurero y yo soy el soldado que cumple con la tradición familiar. Hay un punto en común en nuestros tres caminos y es que los tres podemos tener hijos: por tanto, heredar el trono en caso de que ocurra algún accidente. Mientras que tú estás marchando a la capital a ser desheredado del trono: ¿Por qué el abuelo haría algo así en esta situación?
—Porque me odia: ¡Me ve como una amenaza!—Respondió Apolo con rapidez, escapando de la inquisidora mirada de su hermano mayor para en su lugar mirar a su mano escondida en su bolsillo.
—Una amenaza…—Susurró Hermes, mientras miraba con dolor lo poco anchos que eran los brazos de su hermano: era imposible que alguien que no podía levantar una misera espada de madera fuera una amenaza.
—Sí, una amenaza: él cree que lo que pasó en el bosque no fue un accidente—Dijo Apolo volviendo a mirar fijamente a su hermano—Yo no maté a Helena, ella era mi mejor amiga, el amor de mi infancia: ¡Jamás le haría daño!. Sin embargo, el abuelo piensa que fui yo, tú pudiste escuchar todo lo que dijo en el salón, ¿o no?
—Yo también pienso que fue un accidente…—Comentó Hermes a punto de llorar, mientras miraba como su hermano lo miraba fijamente, como si estuviera desesperado por tratar de convencerlo, haciendo más obvia la cruel mentira—Que hayas encontrado ese anillo fue un gran accidente, hermanito. Todo es culpa de ese anillo.
—¡No, no, el anillo no hizo nada!, La culpa es del abuelo, por no creer en mi palabra—Respondió Apolo, agitando la cabeza con alegría, mientras una sonrisa retorcida se formaba en su rostro—Pero sinceramente estoy muy feliz de que al menos tú creas en mí. ¿No consideras que te estás alejando demasiado del castillo, hermanito?, si seguimos hablando me temo que tendrías que caminar demasiado.
Mirando con algo de asco y miedo la sonrisa poco cuerda de su hermano, Hermes trató de ignorarla y comentó mientras sacaba la mano por la ventana haciendo una seña para que el conductor del carruaje detuviera la marcha:
—Tienes razón, ya se está haciendo demasiada larga esta despedida. Lamentablemente, sigo sin comprender por qué el abuelo no te sacó el anillo, pero espero que el viejo no se equivoque y que una vez te conviertas en un mago logres recuperar la cordura. Como tu hermano mayor, hice todo lo posible para hacerte comprender que ese anillo te está matando, pero por desgracia yo más no puedo hacer para ayudarte. Ahora solo me queda confiar en que vos mismo te darás cuenta de tus problemas: Suerte en la capital, Apolo…
Tras decir esas palabras, Hermes bajó del carruaje y vio cómo instantáneamente su hermano hizo una señal al conductor para que vuelva a retomar la marcha, como temiendo que él cambiara de opinión y volviera a ingresar al carruaje
Siguiendo la seña, el carruaje reanudó su marcha y lentamente se alejó de la visión de Hermes hasta desaparecer en el horizonte, mientras el joven soldado observaba con preocupación cómo su hermano menor se alejaba de su vida hacia un destino incierto.