Como era de esperarse, el tiempo fue pasando y Hermes continuó la monótona carrera por los pasillos aparentemente infinitos. Todo indicaba que el subconsciente de Apolo estaba cada vez adentrándose más profundamente en el sueño, y esto se evidenciaba en el hecho de que la coherencia del sueño se fue diluyendo con el paso del tiempo.
Al comienzo fueron cambios demasiados sutiles como pasillos anormalmente largos, pasillos sin puertas, pasillos sin ventanas y pasillos con alfombra azulada. Luego los cambios fueron disimuladamente menos coherentes, por ejemplo si uno contaba ya habían subido 100 pisos, no obstante, nadie soñando se preocuparía en pensar si era realmente posible encontrar un castillo tan alto en el mundo real. Otras incoherencias un poco menos disimuladas eran que en los pasillos hubiera dos puertas pegadas, que hubiera demasiadas puertas, o por ejemplo que el pasillo estuviera iluminado sin ninguna ventana o cristal a la vista.
No obstante, todo lo indicado anteriormente mantenía cierta lógica y no podía ser distinguible a no ser que realmente uno se enfocara en los detalles. Pero fue hace unos pocos minutos que las cosas se distorsionaron demasiado como para dudar de la falta de coherencia: actualmente los pasillos estaban llenos de escaleras por todas partes, había pasillos entrecruzados infinitamente y puertas colocadas en lugares en donde claramente no podía haber conexión alguna. Todo parecía haberse distorsionado al punto donde esto no parecía ser más un castillo y en su lugar aparentaba tratarse de un laberinto infinito, donde uno podía caminar en cualquier dirección y posición. A este punto de las circunstancias ya no era extraño para Hermes que el criado y «Apolo» empezaran a correr por las paredes, bajaran las escaleras de espaldas o incluso las subieran por el techo ignorando los escalones, mostrando que la gravedad poco importaba en este sueño confuso.
Mientras las cosas se distorsionaban cada vez más, Hermes en silencio seguía la corriente del sueño pensando cuando era que finalmente Apolo se dignaría a despertar de una buena vez. Teniendo en cuenta sus anteriores experiencias en este tipo de sueños, el adolescente sabía que por suerte al sueño no le debería quedar demasiado tiempo para terminar. Por lo que Hermes empezaba a preguntarse por qué el criado y Apolo no mostraban signo alguno de llegar a la fiesta de su padre: ¿O acaso nunca llegarían a la fiesta y el sueño finalizaría de forma abrupta?
La gran realidad es que Hermes no sabía la respuesta a esa pregunta, lo único que sabía es que jamás se cruzó con otra persona durante toda la infernal carrera hacia la nada, por lo que tampoco había tenido la oportunidad de buscar alguna otra persona a la que pudiera preguntarle. Pero si tenemos en cuenta que los dos criados con los que se cruzó Hermes actuaron exactamente de la misma manera al encontrar a Apolo, tampoco le generaba muchas esperanzas al adolescente de encontrar alguien que pudiera darle sentido a todo este sueño. Dando lugar a que Hermes se resignara a pensar que toda esta fantasía únicamente terminaría siendo una gran divagación de Apolo acerca de correr hacia la nada misma.
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El niño, el criado y el adolescente continuaron corriendo por el camino cada vez más bizarro hasta que finalmente la visión en el horizonte motivó a Hermes a preguntar:
—¿La fiesta está detrás de esa puerta?
—...—No obstante, los otros dos corredores mantuvieron silencio y siguieron corriendo con monotonía.
—Esperemos que así sea...—Murmuró Hermes mirando a la puerta cada vez más cercana; al final del largo pasillo recto que el trío de corredores estaban recorriendo únicamente se encontraba una antigua puerta de madera llena de grietas y con manchas visibles de hongos azulados. La cual estaba emocionando al adolescente, dado que se dio cuenta de que finalmente los otros dos corredores se habían metido en un camino sin salida, por tanto: ¡El sueño debía estar por terminar!
El niño, el criado y el adolescente corrieron hacia la puerta en silencio, mientras Hermes imploraba en su mente que estos dos idiotas no se dieran la vuelta justo al llegar a la puerta y corrieran todo el camino de regreso. A estas alturas, el adolescente ya se había ilusionado y lo peor que podían hacerle era destruirle sus esperanzas de terminar con su aburrimiento. Pero por suerte, la puerta estaba cada vez más cerca y el silencio de los dos «guías» implicaba que podría ser posible que Apolo estuviera por despertarse.
La distancia entre el grupo y la puerta se fue achicando, permitiéndole a Hermes observar como abajo de la extraña puerta había un objeto inusual que estaba llamándole su atención.
Como tal el objeto en cuestión no era particularmente raro y de hecho podría ser bastante común de ver en muchos lugares de la vida cotidiana, pero el problema que llamaba la atención de Hermes era el contexto en donde se veía este objeto. Todo este sueño solo se había desarrollado en dos lugares: la sala de entrenamiento y los pasillos del castillo. En ambos sitios jamás te encontrarías este objeto, por lo cual se estaba rompiendo nuevamente otra barrera en los niveles de la lógica del sueño. Para alguien común esto podría ser normal en un sueño, pero para Hermes esto solo significaba una terrible señal: ¡El sueño podría continuar más adelante!
Con desesperación, Hermes continuó acercándose a la puerta hasta que finalmente estuvo a unos pocos pasos de la misma. Al llegar, extrañamente tanto Apolo como el criado ignoraron completamente el objeto apoyado sobre la puerta y en su lugar abrieron la puerta, mostrando que del otro lado se encontraba un sendero que pasaba por el medio del bosque negro, el cual parecía extenderse hasta la cima de una colina. Sin detenerse, Apolo y el criado continuaron corriendo, pero Hermes no pudo hacer lo mismo, ya que el objeto tirado al lado de la puerta tampoco era algo que uno podría encontrarse en el bosque negro, por lo tanto, este objeto había llamado suficientemente la atención del aburrido adolescente como para que se detuviera a observarlo.
Sin apuro, Hermes tomó el objeto en el suelo mientras Apolo y el criado corrían por el sendero. Al tomar el dichoso objeto, Hermes de inmediato sintió el calor que desprendía, casi como si el objeto acabara de ser rescatado de un incendio y su apariencia indicaba lo mismo; puesto que el objeto en cuestión estaba parcialmente carbonizado. Pese a ello aún podía distinguirse que el objeto se trataba de una muñeca a la cual su ropa y su rostro se le habían quemado: ¡Era ni más ni menos que la Princesa Lorena!