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E136-Deducciones

Incluso antes de que la segunda grabación terminara de reproducirse, Hermes había tirado la muñeca al piso para comenzar a correr desesperadamente en busca de Apolo. El cual por desgracia ya no podía ser visto dado que Hermes se había perdido demasiado tiempo en la puerta inspeccionando la muñeca.

Mientras los árboles iban pasando a sus costados y las hojas secas iban siendo levantadas por sus pasos, el adolescente se fue adentrando en el bosque mientras balbuceaba mil y una palabras sin terminar de comprender cómo es que terminó en esta situación. No obstante, el adolescente estaba cien por ciento seguro de una cosa y es que este sueño era idéntico a los del sujeto F-24, por lo tanto, la única conclusión lógica era a su vez la más terrible: este sueño ya no era controlado por Apolo y en su lugar no estaba siendo controlado por nadie, ya que el subconsciente de Helena y Apolo estaban en conflicto en este momento, y de esa deducción se deduce el más terrible de todos los resultados: ¡El anillo lo había estado engañando todo este tiempo!

Hermes o mejor dicho el adolescente enmascarado había estado subestimando completamente el poder del anillo de bronce. El adolescente creía que tenía todo bajo control, pero este sueño acababa de despertar una gran duda en su corazón: ¿Qué pasaría si el anillo tuviera el poder para engañarlo?. Para Hermes era evidente reconocer las similitudes de este sueño si recordaba sus experiencias vividas con el sujeto F-24, no obstante a Hermes y a cualquier persona cuerda le resultaría imposible pensar que la difunta Helena estaba manipulando el subconsciente de Apolo desde la tumba. A nadie se le ocurriría que una persona que murió por no poder controlar el subconsciente de su acólita estuviera logrando manipular el de Apolo. Sin embargo, los hechos habían hablado por sí solos: ¡Lo imposible estaba ocurriendo!. O mejor dicho, lo imposible se había convertido en lo posible, ya que Hermes acababa de descartar un hecho que siempre supuso como cierto, o mejor dicho: que el anillo lo había llevado a suponer como cierto…

—¡Esa hija de puta nunca fracasó en su investigación!. Realmente logró controlar la maldición de Minos y fingió demencia ante todo el consejo. El anillo podía controlar el subconsciente de su acólita. No, aún peor: ¡La malnacida buscaba fingir su muerte!—Chilló Hermes corriendo como un maníaco por el sendero, mientras suponía todas las probabilidades y consecuencias que se desprendían de esta idea central—Es tan lógico e ilógico a la vez: el antiguo sueño de Helena demuestra fracaso en su experimento: su mente se fusionó con su acólita y todo sus planes se fueron a la mierda. Por otro lado, tenemos que el poder del anillo le permitió obtener el éxito y de esa forma logró solucionar el primer problema de su maldición, por tanto, la gran realidad es que solo pudo haber ocurrido una de las dos opciones y es la no descartable por lo demostrado en este sueño: Helena salió consciente y ahora mismo está luchando con el subconsciente de Apolo. ¿Pero por qué?, ¿por qué no simplemente tomó el control del cuerpo de Apolo cuando lo conoció en su infancia?, ¿por qué esperó tanto tiempo?, ¿o por qué quería el cuerpo de Apolo en primer lugar?.

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Mientras las preguntas sin respuestas volaban por la cabeza de Hermes, el adolescente miró hacia el horizonte sin pista alguna de Apolo o el criado. Por fortuna el adolescente sabía que su cuerpo era mil veces mejor que el de Apolo y el de criado, por ende debería poder alcanzarlos siguiendo la simple lógica de que el sujeto F-24 no podía intervenir activamente en su sueño. Por tanto, hasta que no muriera el subconsciente de Apolo este era un sueño en donde Helena no podía interferir. En consecuencia, una vez que Helena originó este sueño la misma se había condenado a batallar con la mente de Apolo hasta que el sueño termine y probablemente logre matar al subconsciente de Apolo tomando el control del cuerpo del joven.

Sabiendo que Helena no podía interferir, el adolescente enmascarado comprendía que la vida de Apolo dependía de una carrera contra el tiempo, por lo que corriendo como un demente Hermes sintió como se quemaban los músculos de sus piernas mientras buscaba el cuerpo del criado y el niño.

Si todo lo que estaba suponiendo el adolescente resultaba ser cierto, entonces la situación era terriblemente más compleja de lo que había imaginado originalmente y el gran problema era a la vez lo más obvio: Hermes seguía sin comprender cómo funcionaba el anillo realmente y mucho menos comprendía que buscaba Helena con Apolo. Pese a ello, Hermes no lucía desesperado por no poder comprender la verdad, más bien su desesperación venía por el tiempo: se estaba quedando sin tiempo y no estaba ganando la carrera que se había propuesto, pues este sueño estaba a punto de finalizar...

Corriendo entendiendo las implicaciones de no llegar a tiempo, Hermes pudo sentir el atronador ruido del agua chocando contra las rocas proviniendo del final de la colina, en donde el adolescente pudo observar como Apolo y el criado se preparaban para saltar desde el acantilado. Hermes evitó gritar pidiendo que se detuvieran, sabía que no lo escucharían y lo mejor que podía hacer era seguir corriendo tratando de llegar a tiempo, pero para su desgracia justo antes de que pudiera llegar vio con amargura como Apolo y el criado se lanzaban por el acantilado.

—¡Carajo, solo necesitaba unos segundos más!—Exclamó Hermes con enojo, mientras quemaba lo último de sus energías para llegar a la cima de la colina y sin perder el tiempo saltar por el acantilado. Inmediatamente tras saltar, en las piernas del adolescente surgieron dos bolas de fuego del tamaño de una pelota que comenzaron a empujarlo violentamente hacia abajo a medida que desintegraban parte de sus piernas. Ignorando el dolor, Hermes vio con ilusión como el cuerpo cayendo de Apolo se acercaba en la distancia y parecería que lograría atraparlo antes de que cayera.

Cuando Hermes llegó al lado de su hermano menor y se puso frente al rostro de Apolo, notó como los ojos de su hermano menor parecían sin vida y no reaccionaba a sus movimientos, remarcándole al joven sus preocupaciones iniciales. Sacándose el antifaz de plata y revelando un rostro lleno de granos, el adolescente chilló tratando que su voz no se opacara por el ruido del agua chocando contra las rocas:

—¡Nos quedamos sin tiempo, chico!, ¡esto ya no depende de mí, suerte!

Justo cuando Apolo y Hermes estaban a punto de estrellarse contra las rocas al final del acantilado, Hermes colocó el antifaz de plata en el rostro de Apolo, provocando que un destello de luz verde surgiera de los ojos sin brillo del aturdido niño.