Asegurándose de que no se había olvidado el antifaz de plata por accidente, Apolo llegó hasta la puerta de la gran torre en el medio del ministerio y observó de forma aturdida como cuatro guardias se encontraban custodiando las grandes puertas.
—¿Por qué siento que ya estuve acá antes?…—Murmuró Apolo aturdido, mirando desde la distancia la entrada de la torre por unos minutos. Apolo se acercó con pasos lentos hacia la entrada subiendo sus escaleras mientras salía del trance provocado por la extraña sensación de sentir este lugar conocido, hasta finalmente ver como uno de los guardias se le acercaba y extendía la mano.
Entendiendo el protocolo, Apolo le entregó la ficha al guardia y el mismo la revisó para luego comentarle:
—Bienvenido a la gran torre mágica, Apolo de los bosques negros: me pidieron que le recuerde que las reglas en el interior de la torre son absolutas para todos los magos—Dijo el guardia volviendo a entregarle la tarjeta a Apolo
—¿Qué significa eso?—Preguntó Apolo, entendiendo que era un mensaje advirtiéndole de que no causara problemas dentro, pero quería saber por qué solo en este lugar del ministerio de magia le dijeron esa advertencia.
—En realidad esta es la gran tumba del archimago Bastian de las islas oscuras. Por lo cual la torre en sí nunca le perteneció a la familia imperial y en consecuencia dentro de la torre se siguen las reglas de los criados del archimago que aún viven para estas fechas—Explicó el guardia con cuidado y modulando cada palabra, por lo que parecía que decía este mensaje con relativa frecuencia—En consecuencia las reglas son absolutas, dado que los criados del archimago Bastian no obedecen a nadie más que las últimas palabras que fueron dejadas por su maestro, el cual murió hace más de 6000 años, pese a ello las reglas no han cambiado nunca.
—¿6000 años llevan viviendo los criados de este mago?—Preguntó Apolo mirando a la gran torre con aturdimiento.
—Si por casualidad te encuentras con uno de los criados de Bastian te darás cuenta de por qué nadie bromea más de la cuenta en esta torre—Contestó el guardia de forma algo enigmática—Solo recuerda no hacer nada raro: el ministro nos obliga a decirle este mensaje a todos los miembros de las familias principales del imperio que visitan esta torre. Espero que entiendas que si los criados se enojan por tus descuidos, nosotros no podremos salvarte.
—¿Y qué cosas son las que enojan a los criados?—Preguntó Apolo la cuestión de vital importancia.
—Que no cumplas las reglas: las mismas te serán indicadas antes de ingresar a cualquier habitación. No tengas miedo, la torre lleva funcionando desde antes del imperio, así que ya sabemos casi todas las reglas—Respondió el guardia con una sonrisa.
—Bueno, gracias por la advertencia—Agradeció extrañamente Apolo, mirando la entrada de la torre con cuidado, temiendo que para cumplir el quinto consejo de su ancestro tuviera que incumplir alguna de las reglas.
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Premeditando el plan, el joven se adentró al interior de la torre para quedar aún más aturdido: por algún motivo Apolo sentía que ya había visto este gigantesco almacén, e incluso juraría que ahora tenía que abrir una de las puertas a los costados de la entrada del almacén para ir al subsuelo. Siguiendo su corazonada, Apolo se acercó a una de las puertas y la abrió, para con asombro observar como una larga escalera de caracol se adentraba en las profundidades mientras sus paredes eran iluminadas por unos cristales particularmente llamativos. Tal y como indicaba la corazonada del joven, tras esta puerta se encontraba una escalera de caracol que parecía dirigirse a un subsuelo escondido de la vista de la gente del exterior.
—Qué extraño…—Murmuró Apolo pasando por la puerta y cerrándola con cuidado, para luego ir descendiendo por las escaleras hasta llegar a un pasillo con una gran puerta en el medio y otra más al final del mismo—Esta debería ser la biblioteca…
Apolo se acercó a la gran puerta y la abrió con cuidado, para su sorpresa no pudo encontrarse con ninguna biblioteca y en su lugar solo se encontraba una gran sala de recepción, donde solo podía verse un mago bastante viejo leyendo un libro en un sillón, haciendo sentir que la gran sala estaba demasiado vacía para su impactante tamaño.
El mago en cuestión tenía el pelo blanco y una toga tradicional de color negro. Lo más distintivo de este mago además de su aparente vejez, era que sus manos fueron reemplazadas completamente por prótesis de madera; sin embargo, las mismas parecían funcionar como dos manos comunes y se encontraban agarrando el libro que estaba leyendo con cuidado. Al sentir el ruido provocado por el intruso, el mago levantó la vista de su libro para observar a Apolo con curiosidad, y luego de unos largos segundos en silencio preguntó con una sonrisa oculta por su larga barba blanca:
—¿Antes de entrar a la biblioteca quieres que te recuerde las reglas, jovencito?
—Sí, es mi primera vez en esta habitación—Respondió Apolo mirando al mago con aturdimiento, jurando que ya había escuchado esta voz en el pasado; sin embargo, era la primera vez en su vida que veía a esta persona.
—No tengas miedo: las reglas no son muy complicadas, pero sí son estrictas—Indicó el mago con calma, sintiendo que Apolo estaba algo nervioso.
—Lo escucho con atención—Respondió Apolo entendiendo que de esta persona dependía su vida.
—Me alegro de que así sea—Respondió el mago, dejando el libro en el escritorio que había a su lado con cuidado, para luego levantar su mano tomándose todo el tiempo del mundo, mostrándole al joven noble que en la misma se encontraban tres dedos de madera levantados.
—Primera regla: no hables nunca dentro de la biblioteca, salvo con el vendedor de libros—Dijo el viejo con calma bajando uno de los dedos de su mano.
—Segunda regla: solo puedes llevarte los libros comprados y únicamente puedes leer los libros dentro de la biblioteca que el vendedor te haya autorizado leer—Continuó el mago bajando con lentitud el segundo dedo de madera.
—Tercera regla y última regla: Nunca negocies con el vendedor—Dijo el mago bajando el último dedo levantado.
—¿Sigue existiendo el libro de cortesía?—Preguntó Apolo con dudas, su ancestro no le había mencionado ninguna regla, pero si le había explicado que el vendedor le regalaría un único libro.
—Sí, el primer libro que compres es gratuito, jovencito. Elige con cuidado: estos libros no se compran con cristales, ni con influencia, debes ganártelos—Respondió el mago jugando con su larga barba.
—Lo tendré en cuenta…—Contestó Apolo entrando por la única puerta de la sala de recepción además de la entrada, dejando en soledad al mago en la gigantesca habitación.