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E130-Despedida

Tras completar la lenta caminata, Apolo llegó hasta la entrada de la mansión en donde observó cómo las puertas de recepción estaban extrañamente abiertas. Aunque el joven noble podía jurar que los criados habían cerrado las puertas después de entrar a la mansión para ir a dormir como todas las noches lo hacían. No obstante, los ojos del joven no lo engañaban y las puertas de la mansión estaban abiertas de par en par, casi como si estuvieran predispuestas a recibirlo para llevar adelante la despedida de su largo viaje.

Pese a que lo más probable era que solo se tratase del delirio de un hombre que marchaba a conciencia hacia su propia muerte, Apolo sentía que era realmente bonito imaginarse como su propia mansión a la cual le había dedicado tanto tiempo lo estaba acompañando en la trágica decisión que había tomado.

Al llegar a la mansión, los tres Gururis cumplieron la orden y se fueron a sus respectivos cuartos. Mientras tanto, Apolo con lentitud fue caminando por los pasillos de la mansión para llegar a su dormitorio. No obstante, por una casualidad del destino el joven se percató en el camino que algún criado se había olvidado de cerrar una de las puertas de las habitaciones del pasillo que se dirigía a su dormitorio.

Por lo que con lentitud y apoyándose de su bastón aunque ya nadie lo observara, Apolo se acercó a cerrar la puerta. Sin embargo, al llegar a la puerta de la habitación el joven espió el interior del cuarto de reojo y se abstuvo de cerrar la puerta, para en su lugar quedarse mirando el interior de la habitación por unos minutos como si hubiera algo que no le estaba cerrando en su mente acerca del interior de este cuarto.

—¿Dónde está la princesa Lorena?—Preguntó Apolo con aturdimiento mirando la escena delante de él, efectivamente esta era la habitación en donde las muñecas tomaban el té, por lo que había una mesita redonda rodeada de banquillos donde se encontraban diversos muñecos tomando el té. No obstante, la gran protagonista de esta habitación, la princesa Lorena, no podía verse por ningún lado.

Apolo con curiosidad entró en la habitación y buscó por un rato, pero lo cierto es que no podía encontrar a la muñeca por ningún lado, por lo que el joven se cansó de llevar adelante su búsqueda y supuso que uno de los Gururis rosados se había llevado a la princesa Lorena a la habitación del tesoro.

—Bueno, me alegro, hice estas habitaciones para ellos...—Murmuró Apolo mirando a los muñecos en la mesa redonda con una sonrisa irónica—Supongo que al final el señor oso logró enterarse del complot que armaba la princesa Lorena...

Resignándose a que no tenía sentido volver a acomodar la habitación si los Gururis eran los que la habían cambiado, Apolo se dio la vuelta y cerró la puerta de la habitación con cuidado, temiendo que los muñecos en su interior se cayeran al suelo y el cuarto se desordenara más de la cuenta. Luego con la ayuda de su fiel bastón, el joven continuó la lenta marcha hacia su dormitorio. Al acercarse lo suficiente, Apolo pudo admirar como la puerta de su dormitorio estaba extrañamente abierta, casi como si la habitación lo hubiera estado esperando todo este tiempo.

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Mientras disfrutaba de sus delirios en su mundo interno, el joven con tranquilidad entró a su dormitorio y cerró la puerta, para luego acercarse a uno de los múltiples escritorios que había en su cuarto y sacar una caja de madera de uno de sus cajones.

Apolo se sentó en el sillón del escritorio y abrió la caja mostrando un par de pergaminos, con cuidado Apolo guardó el antifaz de plata y el libro de su ancestro dentro de la caja. Luego el joven procedió a tomar un pergamino en blanco, un tintero y una pluma, que al parecer ya había preparado hace mucho tiempo porque tenían algo de polvo encima. Mojando la pluma suavemente en el tintero, Apolo procedió a mirar el pergamino en blanco por unos cuantos segundos, hasta finalmente juntar el valor para animarse a escribir las palabras que hace muchas noches habían estado dando vueltas en su corazón:

> "Querida Familia:

>

> Cuando lean esta carta yo ya estaré en un lugar mejor, reunido con mi padre, mis abuelas, mis tíos, mis primos y nuestros queridos ancestros. Pese a ello no quiero que sientan pena por mí o que se sientan culpables por haberme mandado a la capital: ¡Me voy de este mundo porque ya logre todo lo que quería en esta vida!

>

> La gran realidad es que hace tiempo me había propuesto terminar con mi miseria, pero la capital me dio más tiempo para reflexionar y darme cuenta de que muchas de mis miserias fueron producto de mis propias equivocaciones. La capital fue dándome la sensatez para aceptar estos errores de otra forma y mirarlos como los simples desvíos que fui tomando a medida que iba aprendiendo cuál es el camino que quería caminar en esta vida.

>

> Este largo viaje llamado vida me hizo entender que como un hombre de nuestra familia debía asumir mis errores y cumplir con las responsabilidades con las cuales había nacido. Es por eso que me voy contento, sabiendo que solucioné mis problemas y aprendí de ellos, contento de que me percaté de mis responsabilidades y las cargué en mis hombros hasta cumplirlas.

>

> Desde que llegué a la capital volví a retomar el entrenamiento de la familia y me voy con el orgullo de morir como un verdadero coloso de los bosques negros. Desde que llegué a la capital cumplí con las últimas voluntades de nuestros ancestros y me despido con alegría, sabiendo que ellos serán los primeros en recibirme cuando arribe en mi nuevo camino.

>

> Los quiero mucho y siempre los protegeré como uno más de sus ancestros, Apolo de los bosques negros"

El joven releyó la carta unos cuantos minutos y cuando ya no tuvo dudas de que estas eran las palabras con las cuales quería despedirse, Apolo guardó la carta en la caja de madera y dándole un último vistazo al libro que había obtenido hace poco tiempo, murmuró con una sonrisa irónica mientras cerraba la caja de madera:

—Luego de todo lo que hice para cumplir tu última voluntad, espero que seas el primero en recibirme...

Con sus últimas palabras testificadas, Apolo volvió a abrir uno de los cajones del escritorio y tomó una caja de metal llena de polvo. Con la caja de metal en la mano, el joven tomó su bastón y con la misma lentitud de siempre, procedió a salir de su dormitorio para caminar por los pasillos de la mansión hacia una dirección en particular.