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E161 - Milagros

Anonadado por el milagro que estaba contemplando con sus ya cansados ojos, Apolo vio por unos segundos a las dos criaturas que abrían la puerta: eran ni más ni menos que Aquiles y Nicolás, los cuales en estos momentos parecían ser las criaturas más hermosas del mundo en los ojos del noble moribundo. Desde el otro lado de la historia, los dos gururis rosados se encontraban mirando al joven tirado en el suelo en silencio, en sus manos Aquiles cargaba una muñeca completamente irreconocible dado a qué parecía haber sido rescatada de un incendio, la cual no era cualquier muñeca: ¡Era la mismísima princesa Lorena!

Al parecer la trama oculta de esta historia se encontraba en que la princesa Lorena o alguno de los muebles de la mansión se las ingenió para advertir a los dos gururis rosados acerca de la desesperada situación por la cual estaba pasando el maestro de esta estancia y siguiendo la advertencia los dos gururis habían acudido al rescate.

—¡¿Por qué se quedan mirándome ,manga de mocosos inútiles?!...*Coff*...*Coff*... Llévenme al árbol más cercano, ¿qué no ven que no puedo moverme?...*Coff*...*Coff*...—Chilló Apolo con violencia mirando como los dos gururis se quedaban parados en la puerta sin reaccionar.

—¿Pero cómo lo hacemos?, ¡pesa demasiado!—Exclamó Nicolás mirando al gigantesco cuerpo de Apolo desnudo en el suelo.

—¡Hagan lo que sea necesario, pero háganlo ahora, carajo!..*Coff*...*Coff*...—Gritó Apolo mientras su rostro se ponía rojo como un tomate de tanto luchar contra la tos.

—¡Tu toma la pierna izquierda, yo tomo la pierna derecha!—Dijo Aquiles sin dar muchas explicaciones, mientras dejaba la muñeca en el suelo.

Escuchando la idea de Aquiles, los dos gururis corrieron para tomar a Apolo de cada pierna y comenzaron a arrastrarlo por el suelo de madera hacia la salida. Lejos de molestarse por la forma brusca en la que era arrastrado, Apolo sonrió como un idiota mientras sentía como su espalda tragaba astilla tras astilla de madera como si de un manjar de los dioses se tratase: ¡El malnacido se había salvado!

Unos minutos pasaron y los gururis con esfuerzo lograron arrastrar a Apolo por los pasillos hasta llegar a las escaleras de la mansión, para luego quedar mirándose la gran cantidad de escalones que tenían que descender.

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—¿Qué mierda pasa, porque se detienen?—preguntó Apolo con esfuerzo y bastante enojo.

—Son muchos escalones y sinceramente no creemos que termine bajando con vida si lo arrastramos por acá—Dijo Nicolás con sinceridad.

—No me arrastren...*Coff*...*Coff*... Háganme rodar de costado por los escalones y deténganme cada pocos escalones...*Coff*...*Coff*...—Respondió Apolo encontrando rápidamente una solución para lidiar con este problema.

Tras escuchar la idea, los dos gururis dieron vuelta al inmovilizado Apolo y se pusieron delante de él, con lentitud lo fueron rodando por los escalones peldaño a peldaño hasta que finalmente llegaron al piso.

Lamentablemente la mansión era demasiado grande, por lo que el resto de criados no podía sentir el ruido, en cuanto a Zoe podría decirse que no estaba dispuesta a involucrarse en las aventuras de los gururis rosados, tal y como Apolo le había advertido que hiciera. Es por eso que Nicolás y Aquiles no lograron recibir alguna mano extra para completar la tarea hasta que la terminaron.

Finalmente, tras ser arrastrado unos cuantos metros más, Apolo pudo ver el gran árbol en medio de la rotonda que daba entrada a la mansión. El joven noble trató de decirle a los dos gururis que buscaran otro árbol, ese era justamente el árbol más bonito de la mansión y también el más importante del patio. Pero para su desgracia su estado a estas alturas era deplorable, no tanto por la peste azul que lo mataría dentro de poco, sino por la cantidad de golpes en la cabeza que había recibido al bajar los escalones.

Sin poder decir ninguna palabra, Apolo sintió como los dos gururis rosados lo arrastraban hasta al gigantesco árbol. Al llegar a la rotonda que daba entrada a la mansión, los dos gururis rosados lo soltaron a unos pocos metros del árbol y se alejaron con cautela. Por suerte la paranoia constante del joven noble había terminado por provocar que les enseñara a las dos criaturas qué hacer en caso de que se lastimara, por lo que los dos gururis sabían que no podían estar tocándolo mientras Apolo se curaba.

Inmediatamente un cordón de carne y piel creció en la nuca de Apolo. Como un gusano el cordón se arrastró por el suelo mientras seguía extendiéndose hasta llegar al gigantesco árbol en medio de la rotonda. Cuando el cordón de carne se conectó con el árbol, el cuerpo de Apolo fue contorsionándose mientras se curaba y el joven sentía como sus músculos volvían a responderle. Por otro lado, el pobre y anciano árbol fue perdiendo el brillo en su corteza, mientras que sus hojas comenzaron a marchitarse y caer a simple vista como si el otoño hubiera llegado.