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E12-Los Hermanos

—¡Abran paso, Abran paso!—Comenzó a gritar alguien mientras corría a la multitud que se había apiñado a observar como atrapaban al «ladrón».

Poco a poco la persona que andaba gritando logró hacerse paso hasta llegar a observar la situación. Por la espada en la cintura y la armadura de cuero finamente decorada, Homero distinguió que se trataba del jefe de los guardias del pueblo, el cual lógicamente había concurrido para solucionar el problema que andaba causando un alboroto en la salida de la taberna: teniendo en cuenta que una gran caravana llena de desconocidos estaba pasando por el pueblo, era evidente que los guardias iban a estar más atentos que de costumbre, por lo que no habían tardado en llegar.

—¿Alguien puede explicarme qué está pasando acá?—Preguntó el jefe de los guardias con dudas, al principio él pensaba que solo tenía que detener a un par de ladrones, pero viendo lo bien vestidos que estaban los «ladrones» parecía más un conflicto entre borrachos a la salida de la taberna.

—No está pasando nada, ¿Acaso usted ve algo anormal?—Dijo Homero en tono altivo, mientras mostraba el anillo de oro en su mano al jefe de los guardias.

—¡Pero quien carajos…!—Comenzó a gritar el jefe de los guardias con enojo al escuchar el tono carente de respeto alguno por la autoridad proviniendo del gordo «borracho», pero antes de terminar su frase vio la inscripción del anillo de oro en la mano del gordo.

Al percatarse del grave error que había cometido el jefe de los guardias con una destreza digna de su puesto y sin titubear, miró con enojo a la muchedumbre reunida para continuar su grito:

—¡… son ustedes para andar fisgoneando en los asuntos de una familia noble! ¡Dispérsense inmediatamente o los apreso a todos!

Al escuchar la palabra noble, la gran mayoría de personas no borrachas bajaron la cabeza y trataron de escapar lo más rápido posible para no meterse en problemas: bien era sabido por los plebeyos que quien dicta o hace cumplir la ley era alguien de evitar cuando estaba enojado. Por su parte, los borrachos, intimidados por las espadas en las cinturas de los guardias, siguieron la corriente de la mayoría de las personas y volvieron a entrar a la taberna.

—¿Necesita alguna ayuda más, joven señor?—Preguntó el jefe de los guardias con una sonrisa notoriamente forzada.

—No, como bien usted ya dijo: no se meta en nuestros asuntos—Comentó Homero de forma orgullosa, mirando fijamente al jefe de los guardias.

Tras decir eso, viendo a su hermano mayor completamente paralizado por los nervios, Homero no esperó a que la multitud se dispersara y decidió tomarlo de la mano y empujarlo hasta meterlo en su carruaje.

Una vez adentro del carruaje, Homero se preocupó en cerrar las cortinas de las ventanas para que nadie pudiera fisgonear desde afuera la charla con su hermano. Por su parte, Apolo al ver cerrarse las cortinas del carruaje volvió a sentirse seguro y poco a poco fue recuperando su compostura.

—¿Qué mierda fue lo de recién?—Preguntó Homero con algo de miedo por la seguridad de su hermano estando solo en la capital.

—¡Un ataque! Eso fue lo que ocurrió y para colmo dejaste escapar al agresor: ¡Gordo Insensato!—Grito Apolo aún alterado—¿Qué no aprendiste nada de las clases de estrategia?, ¡Cuando tienes al enemigo acorralado hay que actuar rápido o si no podrían aparecer sus refuerzos!

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—¡Era el guardián de mi carruaje, idiota! ¡Qué mierda esperabas que hiciera!—Grito Homero con molestia—¡Por nuestros ancestros, Apolo! Ya no estás en el castillo, no puedes actuar así frente a los plebeyos: la gente de afuera no sabe quién eres y te juzgan por lo que tú aparentas que eres, por lo que hay que actuar como lo que somos: ¡Nobles!, ¡Tú eres el idiota que se olvidó completamente la clase de modales!

—…—Apolo no se molestó por los gritos de su hermano menor y en su lugar trató de comprender cuál fue su error; sin embargo, en su cabeza todo fue correcto hasta que lo atacaron desprevenidamente.

Al notar el silencio de su hermano mayor, Homero dejó de gritar; tomándose un tiempo para respirar y recomponer la paciencia. Mientras esperaba alguna respuesta de su hermano, Homero notó que Apolo aún escondía una de sus manos en los bolsillos, fue entonces que el gigante se percató de que nunca la había sacado. Por lo que Homero preguntó con curiosidad, tratando de cambiar el tema de charla a uno más amigable:

—¿Que guardas en el bolsillo?, por como lo defendiste durante el «ataque», mi instinto de comerciante me dice que debe ser algo valioso.

—¡No guardo nada!—Respondió instantáneamente Apolo volviendo a ponerse nervioso

—Sinceramente…—Comentó Homero tomándose una pausa—… Eres el peor mentiroso que conocido en mi vida y créeme, Apolo, que no te miento cuando te digo que como comerciante he conocido más mentirosos y embusteros de los que me gustaría conocer.

—Solo es el anillo de bronce que siempre llevo puesto…—Respondió Apolo en tono bajo al sentirse que no había posibilidad de seguir ocultando la verdad, mientras forzadamente procedía a sacar la mano de su bolsillo para ponerla en una posición más natural.

—¡Ah!, ¿El anillo de Helena?, Con razón lo protegías tanto…—Comentó Homero con algo de pena, recordando que en su infancia su hermano siempre andaba con esa criada.

—Mi anillo…—Corrigió Apolo inconscientemente—Helena ya murió… por desgracia.

—¡Un accidente realmente trágico!—Comentó Homero con tristeza—Siempre me pareció un gran gesto de tu parte, proteger tan preciadamente el único recuerdo que queda de ella. Por desgracia yo no llegué a conocer tanto a Helena, era muy joven cuando murió, por lo que vagamente recuerdo su cara: ¡De seguro fue una gran amiga!

—Sí, era la única criada que me trataba como un amigo y no como el «joven señor» —Respondió Apolo con algo de melancolía

—Qué suerte, la tuya, yo nunca conocí alguien así en el castillo…—Dijo Homero con tristeza—Sin embargo, sí que conocí una gran cantidad de personas durante mi año de viaje: ¡El mundo afuera es realmente grande!. En la capital de seguro encuentras algunos amigos como Helena, aunque lo mejor es mantenerse separado de los plebeyos.

—¿Por qué hay que mantenerse separado?—Preguntó Apolo con desconcierto

—Porque podrías olvidarte quien eres, Apolo…—Respondió Homero con calma, como si esas palabras le pesaran más de la cuenta—En el fondo somos distintos a los plebeyos: nuestra sangre no es la misma.

—¿Acaso no es roja su sangre?—Comentó Apolo con ironía, sin entender del todo el planteo de su hermano.

—Ja, ja, ja—Río Homero tomándose la pansa, mientras su papada se movía para todos lados —Realmente te extrañaba, Apolo, debes ser la única persona en este mundo que me hace dudar si lo que acabas de preguntar fue en serio o simple ironía. Créeme cuando te digo, que de las muchas personas que conocí durante mi viaje te puedo asegurar que no hay nadie que se te parezca.

—Y esa es mi maldición: odio destacar, sin embargo, siempre estoy destacando…—Suspiró Apolo con cansancio.

—Ja, ja, ja y aun así… ¿Querías convertirte en mago?—Continuó riéndose Homero mientras trataba de hablar con normalidad; pese a que su risa se lo impedía—Esos malnacidos viven y muren por los halagos.

*Ja, ja, ja, ja, ja, ja* Rompió en rizas Apolo, hace tiempo no reía, por lo que le costó bastante y casi se muere por quedarse sin aire, pero con esfuerzo logró sacar las siguientes palabras:

—Sí, me acabo de meter en un gran problema, pero así es mi suerte: ¡Todo va de mal en peor!

*Ja, ja, ja, ja, ja, ja* Río como un desgraciado Homero al ver a su hermano poniéndose rojo como un tomate de tanto reírse mientras luchaba por respirar.