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E160 -Clink

Apolo abrió los ojos de golpe y observó los tablones de madera en el techo de la habitación, para su sorpresa su visión no estaba segada por la luz verde como las anteriores veces que había visto el destello verde. No obstante, era más importante aún el hecho de que estas maderas eran idénticas a las que se podían ver en el techo de la mansión. Y efectivamente las ideas que pasaban por su cabeza en estos momentos no eran divagaciones, ya que la sensación del agua caliente envolviendo su cuerpo le recordó a Apolo que finalmente había logrado despertar del sueño infinito que había estado experimentando.

Ahora mismo, el joven noble se encontraba reposando desnudo en una bañera que seguía llenándose junto a todas las demás bañeras del baño, al parecer Apolo había pasado un tiempo considerable dentro del sueño, dado que todas las bañeras estaban rebalsando de agua. Mientras que el piso del baño estaba inundado de agua y la misma se escapaba constantemente escurriéndose por los espacios entre los tablones de madera del piso. Por otro lado, si bien la habitación estaba llena de vapor producido por el agua caliente que salía de los cristales en las bañeras, aún podía distinguirse vagamente la ubicación de las demás bañeras y la puerta de la habitación.

Luchando contra el aturdimiento, Apolo miró todo el baño hasta que finalmente divisó la puerta de madera. Al ver la salida hacia la salvación, el joven recordó que tenía que levantarse de esta bañera para curarse si quería salir con vida de esto, pero por desgracia al tratar de salir del agua de la bañera, Apolo se dio cuenta de que su cuerpo no le respondía con normalidad: ¡No tenía la fuerza para levantarse!

Si bien el cuerpo de Apolo no mostraba ningún cambio abrupto debido a la peste azul que estaba infectando su cuerpo, la enfermedad silenciosa y rápidamente se había extendido por todas sus extremidades y ahora el joven noble solo podía mover su cuerpo con la velocidad de una tortuga paralítica. El joven trató de levantarse de la bañera apoyándose en su borde, pero se dio cuenta de que por más fuerza que pusiera su cuerpo no parecía responderle y sus músculos únicamente se tensaban, pero no lo levantaban: todo su cuerpo parecía estar oxidado y las pocas señales que mandaba su cerebro a sus extremidades eran completadas a medias, poniendo al joven contra las cuerdas en esta batalla entre la vida y la muerte.

Entendiendo que no había manera alguna de que con este estado pudiera llegar hasta los árboles en el patio de la mansión, Apolo procedió a llevar a cabo el plan B:

—¡Zoe, ven a buscarme, Zoe!—Gritó Apolo, pero su voz salió menos fuerte que un murmullo de lo debilitado que estaba. Pese a ello, la gururi verde debería poder escucharlo independientemente de la distancia, ya que todo ocurría por arte de magia.

Los segundos pasaron y Apolo desesperadamente notó que Zoe no había aparecido por ningún lado y solo lo rodeaba la espesa neblina provocada por el vapor del agua.

—Zoe, por mis ancestros: ¡¿Qué no puedes ver que tu maestro se está muriendo?!...*coff*...*coff*...—Exclamó Apolo con todas sus fuerzas, pero sus palabras de poco sirvieron más que para provocarle una gran incomodidad en la garganta que produjo que tosiera energéticamente.

*coff*...*coff*....*coff*.... Tras toser involuntariamente por unos segundos, el joven noble miró con los ojos bien abiertos como su mano estaba manchada con su propia sangre; sin embargo, el mayordomo de esta mansión no aparecía por ningún lado para rescatarlo.

—Mierda...*coff*...*coff*...—Maldijo Apolo mirando entre tosidos a su alrededor con desesperación, al darse cuenta del gigantesco problema donde se encontraba. Zoe no estaba viniendo a rescatarlo y por desgracia el joven noble entendía el motivo por el cual esto estaba ocurriendo—La infeliz no puede reconocerme estando desnudo, como mierda puede ser tan idiota: llevamos...*coff*...*coff*... meses juntos...*coff*...*coff*... ¡Tu estupidez me va a matar, feto inútil!

Pero Apolo sabía que de nada servía sus maldiciones: Zoe no lo reconocería como su maestro a no ser que agarre la toga y se la ponga. No obstante, el gran problema radicaba en que el joven noble había dejado su ropa tirada en el medio de la habitación antes de entrar en la bañera. Sin tener la fuerza para levantarse de la bañera, al joven le era imposible llegar a la toga y cambiarse para pedir ayuda. No obstante, había que intentarlo: ¡Apolo no tenía otra opción!

El joven colocó sus manos nuevamente en la bañera y trató de levantar su cuerpo, pero los músculos de su brazo siguieron traicionándolo y no le respondieron como él pedía, por lo que el joven solo se quedó agarrando fuertemente la bañera hasta romper sus bordes. Viendo que le era imposible, lograr las cosas con normalidad, Apolo trató desesperadamente de seguir agarrando los bordes de la bañera para romperlos como lo había hecho anteriormente, por suerte el joven sí pudo hacer eso y en unos minutos había logrado romper lo suficiente el borde de la bañera como para que su cuerpo pudiera caer al suelo del baño.

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El muchacho trató de arrastrarse usando sus manos, pero no funcionó como él esperaba y sus instrucciones únicamente provocaban que sus dedos traspasaran los tablones de madera en el suelo con tosquedad. Pese a que todo indicaba que los ancestros lo habían abandonado y el destino le estaba jugando una mala pasada en el peor momento posible, Apolo se las ingenió para usar su pera para arrastrarse por el suelo, al parecer por suerte los músculos en su cabeza le respondían con normalidad por el momento.

Arrastrándose como un gusano apoyándose con su pera, el moribundo llegó hasta la toga negra ubicada en el medio del piso del baño. Al llegar, el joven noble trató de lograr meter sus manos por el interior de la toga, pero la tarea le resultó imposible y en vez de darle la salvación añorada, solo terminó convocando a la desgracia, puesto que en el proceso de tratar de colocarse la prenda el moribundo terminó partiendo la toga por la mitad.

*Coff*...*Coff*...*Coff*... Al ver que su salvación era partida al medio por sus propios brazos inútiles, el joven noble lloró desesperadamente hasta que sus ojos se volvían rojos de la frustración, mientras tosía desenfrenadamente manchando el piso mojado del baño con sangre.

Ya no había nada que pudiera hacerse y en la mente del moribundo no existía un plan C: Apolo estaba condenado a morir miserablemente en el piso de su baño estando a unos pocos metros de su salvación. Pero pese al inminente destino trágico, no había tristeza reflejada en los ojos de Apolo, sino que en su lugar podía verse una profunda frustración provocada por el hecho de saber que la maga que había estado jugando con su vida desde que era un mocoso finalmente terminaría saliéndose con la suya y lograría acabar con su vida.

La única alegría en el corazón del joven noble en este cruel momento era saber que al menos Helena también sería arrastrado a la muerte con él: Ella nunca podría volver a despertar y nunca podría tomar el control de su cuerpo. Al final, ella, la culpable de todo, había terminado siendo igual de perdedora que el joven que se revolcaba entre lágrimas en el suelo en este momento.

Por fortuna, el destino era cruel para aquellos que habían sido crueles, por lo que Apolo no gozó de una muerte rápida y tuvo el suficiente tiempo como para cansarse de llorar y toser en el suelo. El tiempo como para aceptar lo inevitable y mirar el techo del baño con la mente en blanco, viendo a su vida misma pasar ante sus ojos. Pero lamentablemente la vida que miraba el moribundo sólo le producía que más lágrimas salieran de sus enrojecidos ojos, pues realmente fue una mala vida: ¡Una terrible vida!

Toda su vida giró alrededor de una obsesión que para colmo terminó en el peor desenlace posible: La gran felicidad inicial de saber que nunca mató a Helena se transformó en la frustración de saber cómo nunca había podido matar a Helena, y la gran tristeza de sentir como la mentira que por años se malgastó en negar inútilmente se transformó en una realidad que resultó ser desgraciadamente falsa. Apolito vivió toda su vida para y por descubrir una verdad que nunca había existido y al final de todo el todopoderoso tiempo, ese dios cruel al cual tanto había alabado hasta el hartazgo, solamente le había otorgado la tortura de poder meditar todo este asunto hasta el hartazgo.

Cada segundo que Apolo miraba el techo del baño ahora mismo parecía una eternidad. El joven resignado con la vida solamente quería que el gran dios despiadado dejara de torturarlo para finalmente darle su merecido descanso: Apolito ya no quería más vueltas, no quería más sueños extraños y sobre todas las cosas no quería volver a ilusionarse con la posibilidad de cambiar su vida para ver cómo todo se iba al carajo por los caprichos del destino.

Era la desgracia del desafortunado o tal vez el triste final meritorio de un joven de mal corazón. Fueron unos pocos minutos o tal vez horas, pero lo cierto es que la fortuna de Apolo se había agotado y desgraciadamente logró despertar de ese bizarro sueño cuando ya era demasiado tarde como para que pudiera cambiar el trágico acontecimiento que estaba a punto de sucederle: Lamentablemente, el tiempo caprichosamente lo había dejado sin tiempo cuando más lo necesitaba y paradójicamente le dio todo el tiempo del mundo cuando este ya le era inútil.

O al menos estas fueron las últimas divagaciones del moribundo Apolo, hasta que la vida llegó y de un baldazo de agua fría le quebró la mente nuevamente:

*Clink*...Un sonido simple, débil y a su vez más fuerte que mil explosiones acababa de ser escuchado por Apolo, provocando que con los ojos bien abiertos el moribundo mirara como un lunático hacia una dirección en particular del baño. Mientras su delirante cerebro terminaba de procesar como estúpidamente una sola palabra marchaba con alegría desde su frente hasta su nunca haciendo vibrar toda su cabeza. La palabra en cuestión era ni más ni menos que: ¡Milagro!, y efectivamente un milagro es lo que había ocurrido, puesto que la puerta del baño se había abierto.