—¿Y los muebles saben como solucionar el asunto?—Preguntó Apolo mirando a los muebles en la habitación con cuidado, tratando de ver si alguno se movía indicando que sabía algo, pero al parecer todos estaban bastante «calladitos».
—Según lo que habían comentado los muebles: Ni las habitaciones saben como solucionarlo—Contestó Aquiles, mostrando que aparentemente había un orden jerárquico dentro del mundo que solo los Gururis en esta casa podían apreciar.
—Bueno, no hay mucho que pueda hacer entonces. De todas formas no hay que preocuparse: mis ancestros me protegieron anoche y lo harán de nuevo mañana sí algo llegara a ocurrir…—Se murmuró a sí mismo Apolo tratando de convencerse de que todo estaría bien; en principio el joven noble llevaba viviendo en esta mansión casi dos años y nada demasiado extraño había ocurrido. Aunque la gran realidad es que los criados morían de peste azul con demasiada frecuencia como para no sospechar que algo raro estaba ocurriendo; sin embargo, para el despreocupado Apolo era imposible notar esto y el silencio hacia los problemas que iban surgiendo de su antiguo mayordomo Orrin no ayudaba a revelar el «secreto» de la mansión.
—¿Nos ganamos las decoraciones?—Preguntó Nicolás percatándose de que su maestro se había puesto en modo reflexivo, alejándose de la realidad.
—¿Eh?… Sí… Se las ganaron—Respondió Apolo saliendo del trance—Vayan hasta la puerta de la mansión: ahí encontrarán sus decoraciones. Busquen algún lugar de la mansión para ir «decorando» los muebles. No las traigan todas a esta habitación y traten de cambiar esas decoraciones con otras pertenecientes a otros muebles. Diviértanse y recuerden no meterse con Zoe. Si me entero de que se pelearon con Zoe mientras transportaban las decoraciones voy a sacárselas y regalárselas a ella.
Como si hubieran agitado la bandera, los dos Gururis rosados comenzaron una carrera a la puerta de la mansión en busca de sus «decoraciones». Mientras tanto, Apolo con preocupación les seguía la espalda, teniendo nula confianza en que estos dos fetos rosados no se pelearían con Zoe. Sin embargo, Apolo quería apurar un poco las cosas y tratar de que estas dos criaturas finalmente empezaran a trabajar con Zoe y dejaran de tratar de matarla. Pero para ello, el joven necesitaba cederles cada vez más libertades a los dos Gururis rosados, lo cual a su vez incrementaban el riesgo de que un accidente sucediera.
Al llegar a la puerta de la mansión, el joven noble observó la gran pila de cadáveres amontonados en la puerta de su mansión, la mayoría de cadáveres estaban completos y parecían que murieron por la niebla de agua calienta, no obstante era demasiada sospechosa la cantidad de criados cuyos cadáveres indicaban que habían muerto aplastados por algún mueble.
Ver a casi 30 personas muertas amontonadas en la puerta de su casa disgustaría a cualquier persona. Pero en los ojos de Apolo solo lo estaba incomodando el detalle de que Zoe se había tomado la molestia de poner el cadáver de Orrin y Mateo separados del montón. Por lo cual el joven noble podía ver directamente sus rostros, los cuales parecían estar mirándolo fijamente como si estuvieran juzgándolo como el gran responsable de que sus vidas terminaran de esta forma.
—Así es la vida: criado naces y criado mueres: ¡Por lo que no me miren con esos ojos y culpen a sus ancestros!—Exclamó Apolo mirando con enojo a los cadáveres de los únicos criados a los cuales le conocía el nombre.
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—¿Pasa algo, maestro?—Preguntó Aquiles algo asustado por el grito repentino.
—¡Llévense a estos dos desafortunados lejos de mi vista inmediatamente y escóndanlos en un lugar en donde nunca más tenga la desgracia de cruzarlos!—Gritó Apolo con fuerza.
Los dos Gururis rosados sintieron el enojo de su maestro y se apuraron para cargar los cadáveres. Pese a ello, como no sabían muy bien cómo usar su magia y los cadáveres pesaban bastante, las criaturas tuvieron que trabajar los dos juntos para poder transportar a un único cadáver a la vez, siendo el primero en recibir ese gran honor el cadáver de Orrin, el cual lucía menos pesado. Los dos Gururis tomaron de las piernas y los hombros al anciano y lo transportaron de regreso a la mansión.
Mientras que Apolo paralizadamente miraba el rostro de Mateo, toda la parte inferior de su cuerpo se había transformado en una masa de carne molida, no obstante su cabeza estaba intacta y sus ojos sin vida juzgaban las decisiones de Apolo.
—¡¿Qué esperabas?!, ¡¿que te entierre en el cementerio?!—Gritó Apolo acercándose al cadáver de Mateo, embocándole un bastonazo que mandó a volar las tripas de su panza por los aires—Claro que no, para qué me voy a molestar y voy a perder mi tiempo enterrando al bastardo de mi tío: ¡Fue un error haberte tratado de ayudar en primer lugar!
*Puff,puff,puff* Apolo con enojo siguió levantando y bajando su bastón para golpear el cadáver de Mateo, buscando que el rostro del hombre quede lo suficientemente desfigurado como para que sus ojos dejaran de juzgarlo por sus acciones, mientras gritaba con furia:
—¡Un error que me costó carísimo, que me hizo perder valiosos días que debí haber aprovechado en mí mismo!. Si mi tío o tu madre realmente te quisieran te habrían protegido desde la tumba, Mateo. ¡Fui un estúpido en preocuparme por un criado!, debería haber respetado la voluntad de mi abuelo y de esa forma ninguno de los dos sería consciente de los errores que cometió mi tío.
Dada la fuerza de Apolo, la cabeza de Mateo no tardó mucho en perder cualquier rasgo humano y tras unos pocos bastonazos se transformó en un montón de carne molida.
Finalmente, los ojos de Mateo habían desaparecido de este mundo, haciendo que el joven noble se tranquilizara y sintiera como la sangre de su antiguo criado manchaba todo su cuerpo. Sintiendo todo su cuerpo sucio, el joven se sacó la toga y la tiró a un costado, quedando completamente desnudo. Sin importarle nada o mejor dicho sin poder pensar en nada, Apolo corrió hacia el lago en su estancia en busca de poder sacarse de encima toda esta porquería que manchaba su cuerpo. Toda esta sangre no paraba de recordarle al joven lo fácil que era que las cosas se tornaran para mal y lo frágiles que podían ser los seres humanos ante las dificultades planteadas por la vida misma. Pese a ello, Apolo en estos momentos no quería reflexionar acerca de nada y solo quería escapar del inmenso problema en donde había terminado.
Corriendo a una velocidad demencial para cualquier persona normal, Apolo llegó al lago antes de siquiera poder recapacitar que estaba haciendo. Sin detenerse el joven llegó hasta la orilla y usando toda su fuerza, dio un salto inhumano que lo catapultó hasta la mitad del lago. Mientras caía del cielo y sentía como el aire chocaba contra su cuerpo, el joven no podía parar de pensar en la mirada de la montaña de cadáveres, de sus Gururis, de su antiguo mayordomo, de su primo bastardo, de su abuelo, de su madre, de sus hermanos y la mirada de su propio reflejo en el agua. Una mirada despiadada que no paraba de recriminarle por todos los errores que había cometido, que estaba cometiendo y cometería en el futuro.
No obstante, todo lo que sube tiene que bajar, y el tiempo aportó sus granitos de arena para hacer que Apolo terminara cayendo en el agua.
*Pussh* El joven cayó sobre el agua creando una explosión que levantó el agua varios metros. Al sentir el agua sacándole la pegajosa sangre, el joven poco a poco fue recuperando su cordura y comenzó a volver a sentirse tranquilo mientras flotaba en la superficie del lago mirando el gran sol en el cielo despejado.
—¿Qué es lo que sigue, Apolito?…—Murmuró Apolo pensando en su futuro en vano; sin poder terminar de procesar como de la noche a la mañana se había quedado completamente solo en la capital, sin nadie que realmente lo conociera.