Lejos del carruaje donde nuestro protagonista se encontraba viajando, se localizaban dos niños jugando en las profundidades del bosque formado por árboles negros.
—¿Estás seguro de que es por acá?—Preguntó una niña de pelo rubio y ojos claros, por el tamaño de su cuerpo, uno diría que no tenía más de 11 años de edad. La niña estaba vestida con ropas sencillas similares a las que usaban los criados en el castillo. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de criados, la niña portaba un par de aretes de diamantes muy bonitos y un anillo de bronce algo oxidado en su mano.
—¡Sí, por acá encontré el cofre grande, Helena!—Respondió con entusiasmo un niño algo gordito, de pelo negro y ojos negros. La edad del niño era muy similar a la de la niña, aunque la cara del niño no era tan bonita como la de la niña porque una gran nariz puntiaguda arruinaba la belleza de su rostro infantil. El joven estaba vistiendo una bata blanca, muy sencilla y algo sudada, demasiado similar a la que portaba Hermes para ser una simple coincidencia.
—¿Tenemos que subir toda la colina, Apolo?— Preguntó la niña con algo de incomodidad, mientras se esforzaba por evitar los árboles caídos y los arbustos con espinas—Se está haciendo algo difícil avanzar por este sendero y me está comenzando a doler las piernas.
—Es que este sendero no es muy transitado, pero vale la pena: ¡Desde la cima de la colina pude ver el cofre!—Respondió Apolo rápidamente con algo de nerviosismo, mientras se volteaba a ver como Helena seguía sus pasos—Ya falta poco, en unos pocos minutos más finalmente obtendremos el tesoro que estuvimos buscando hace casi dos años.
—¿Pero cómo lo abriremos?—Preguntó Helena con algo de dudas y nerviosismo mientras miraba la espalda del niño delante de él.
—Dudo… Dudo que podamos abrir el cofre…—Respondió Apolo con incomodidad, como si nunca se hubiera planteado esa pregunta antes y ahora lo tomara de imprevisto—Creo que tendremos que cargarlo hasta el castillo y pedirle a Alfonso que lo abra por nosotros.
—¡¡No!!—Gritó fuertemente Helena con una desesperación poco normal para su edad, provocando que Apolo se diera la vuelta para ver qué había ocurrido.
Notando la mirada de Apolo, Helena ajustó su respiración algo alterada por la caminata y por el grito, para luego comentar con algo más de calma:
—Si llevamos el cofre al castillo, tus hermanos se quedarán con el tesoro que te pertenece. Además, a mí no me darían nada: tus hermanos jamás compartirían un tesoro con la hija de una criada.
—Entonces no lo llevaremos al castillo…—Comentó Apolo con rapidez mientras se daba la vuelta para continuar la marcha, como si buscara no alargar esta charla demasiado—No te preocupes, cuando lleguemos al lugar, veremos si podemos abrir el cofre de algún modo.
Mirando la espalda del niño con algo de dudas, Helena siguió a Apolo por el bosque hasta que finalmente llegaron a la cima de la colina donde un acantilado podía encontrarse.
Con entusiasmo, Apolo corrió hacia la punta del acantilado y señaló con su dedo para abajo, donde un río podía verse.
—¡Por Acá!, abajo del agua de este río se puede ver el cofre— Comentó Apolo con una sonrisa en su rostro mientras señalaba para abajo con entusiasmo.
Al notar el entusiasmo de Apolo, Helena corrió hacia el acantilado hasta alcanzar al niño, solo para desilusionarse por qué debajo del agua del río ella no podía divisar ningún cofre, y lo cierto es que únicamente podía verse el agua del río corriendo salvajemente mientras chocaba con las rocas a los costados del acantilado.
—¡No veo nada! ¿Por dónde está el cofre?—Preguntó Helena mirando el río con atención, prestando atención a los detalles. Helena notó de inmediato que si bien las aguas del río eran cristalinas y uno podía ver las rocas en su fondo, no mucho más podía encontrarse además de las simples rocas.
—El cofre no está pegado al acantilado— Comentó Apolo mientras retrocedía unos pasos—Trata de ver donde el agua no choca con las rocas
—¿Dónde el agua no choca con las rocas?—Repitió Helena con dudas, concentrándose en la parte señalada por Apolo.
Mientras Helena observaba el río con atención, Apolo aprovechó el fuerte ruido creado por el río al chocar con las paredes del acantilado para ocultar el ruido de sus pasos. Con cautela el niño se dirigió a agarrar una gran roca que resaltaba en el suelo verde del bosque: como si dicha roca no perteneciera originalmente a ese lugar y hubiera sido ubicada de antemano.
—¿Por mucho que intento no puedo ver el cofre, alguna otra pista?—Preguntó Helena con algo de emoción, mientras miraba el río por todos lados tratando de encontrar el tesoro.
—A ver… mira por acá…—Comentó Apolo con algo de nervios desde la espalda de la niña.
Al escuchar a Apolo desde su espalda, Helena se dio la vuelta para ver donde el niño estaba indicando, sólo para encontrarse a Apolo sosteniendo una piedra grande envuelta en llamas en una de sus manos. Sin comprender la situación, Helena trató de abrir la boca para preguntarle a Apolo que estaba haciendo, pero antes de que pudiera salir una sola palabra, el niño arremetió con violencia contra la niña.
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*Puff*...La piedra envuelta en llamas chocó contra la boca abierta de Helena rompiéndole los dientes y provocando que se encogiera del dolor, la niña desesperadamente trató de reaccionar, pero antes de que pudiera lograrlo Apolo ya había levantado la roca de nuevo para golpear en la frente de la niña provocando qué la misma cayera al suelo.
Sin esperar a que Helena pudiera levantarse, Apolo saltó arriba de la niña y con la roca sostenida por sus dos manos comenzó a golpear la cabeza de Helena con locura.
Al sentir que su vida corría riesgo, Helena trató de protegerse la cabeza con uno de sus brazos, pero rápidamente este fue roto a base de los golpes propinados por Apolo. De tanto golpear el brazo de Helena quedó lo suficientemente roto como para que la niña no pudiera levantarlo, dejando a su cabeza expuesta a los golpes del niño. Aprovechando la oportunidad, Apolo sin piedad levantó la piedra para ejecutar el último golpe, pero antes de que pudiera hacerlo, el niño sintió un fuerte dolor proveniente de su abdomen junto a una frialdad extrema que congelaba sus intestinos: ¡Helena había logrado ganar el suficiente tiempo como para apuñalar a Apolo con una daga que había estado escondiendo!
Al sentir la sangre escurriendo por su abdomen y el frío de la daga, Apolo entendió que era ahora o nunca: ¡No podía darle el suficiente tiempo a Helena para que volviera a apuñalarlo!
Sabiendo que estos podían ser sus últimos segundos con vida, Apolo apretó con fuerza la roca en llamas en sus manos, por arte de magia la roca comenzó a crecer hasta que el niño no tuvo la fuerza para sostenerla y cayó sobre Helena.
*Crack*... La roca del tamaño de un balde de agua cayó sobre la cabeza de Helena, aplastándola y provocando que su mano sin vida soltara la empuñadura de la daga.
Al ver que Helena ya no se movía, Apolo, con los dientes apretados del dolor, se levantó la bata para mirar la daga incrustada en su abdomen y la sangre saliendo de la herida sin parar. Comprendiendo la situación delicada de la herida de un vistazo, Apolo puso la mano en la empuñadura de la daga solo para darse cuenta de que la misma estaba tan fría como para quemarle la mano al contacto, provocando que el niño la soltara inmediatamente.
Recién ahí, la adrenalina de Apolo disminuyó lo suficiente como para que pudiera notar la piel muerta alrededor de la sangre fresca en la herida, el joven entendió al instante que era muy probable que el frío que estaba sintiendo ahora mismo era producto de que la daga lo había estado congelando por dentro todo este tiempo.
Preocupado y con miedo de la muerte, algunas lágrimas comenzaron a salir de los ojos del asesino mientras sentía como el dolor y el frío proviniendo de su estómago se hacía cada vez más fuerte.
Entendiendo la situación crítica en la que se encontraba, Apolo junto valor y puso la mano nuevamente en la empuñadura de la daga.
*Haaa*... Mientras el joven lloraba del dolor al sentir las palmas de su mano siendo quemadas por el frío, logró sacar la daga de su estómago.
No obstante, la sangre que salía del estómago del niño no se detuvo y el dolor que sentía no hacía más que incrementar con el tiempo.
Con lágrimas de desesperación y mocos saliendo de su nariz puntiaguda, Apolo trató de correr hacia el árbol más cercano como si de ello dependiera su vida, pero al instante el niño se dio cuenta desde que la cintura para abajo su cuerpo no le respondía correctamente, por lo que no podía pararse con normalidad.
Dándose cuenta de que no tenía manera alguna de llegar a los árboles cercanos, Apolo lloró desgarradoramente mientras se golpeaba las piernas con las manos como tratando de provocar un milagro que se las devolviera; sin embargo, por mucho que el joven intentará convocar el milagro: nada ocurría y el frío dolor proviniendo de su estómago ya estaba por arrebatarle la conciencia.
Finalmente, Apolo dejó de golpearse las piernas y se desplomó al suelo con tristeza, rindiéndose ante la muerte: sabiendo que ya todo estaba perdido. Desde el suelo y mirando las nubes del cielo azul, Apolo esperaba su cruel destino mientras sentía como el dolor de su estómago se hacía cada vez más intenso.
El atronador ruido del arroyo hace tiempo había sido opacado por el extremo silencio provocado por la cercanía de la muerte. Poco a poco el niño fue dejando de llorar y fue cerrando sus ojos perdiendo la conciencia. No obstante, cuando las respiraciones del niño eran contadas y su muerte ya había sido aceptada, el joven sintió un extremo calor proviniendo de su espalda.
Sin comprender la procedencia del calor, Apolo dejó de mirar el cielo y miró como la sangre de Helena no paraba de borbotar de su cabeza aplastada, comenzando a manchar su espalda.
Con extrañeza, Apolo contempló como la sangre de Helena salía de su ya irreconocible rostro, la mirada perdida de Apolo mirando el cuerpo moribundo de la niña fue cada vez más marcada, como si el niño se hubiera olvidado completamente de todo lo que había ocurrido hace unos pocos segundos.
Sin comprender de donde provenía esta sensación de extrañeza, Apolo observó el cuerpo de la niña como tratando de recordar algo importante que se había olvidado, algo que lo llevó a esta situación, pero por algún motivo el niño ya no lograba recordarlo. La mente de Apolo, cada vez más blanca por la muerte que se avecinaba, trataba de adivinar el acertijo en su mente; sin embargo, por mucho que pensara, el niño no lograba recordar cómo es que la situación había terminado de esta manera. Sin brillo en los ojos, Apolo miró a su antigua e irreconocible compañera de aventuras: en su rostro no había odio, violencia, pena, arrepentimiento o resentimiento alguno, solo una expresión llena de consternación podía encontrarse: ¡La cual pedía a gritos que alguien le respondiera como es que todo esto había ocurrido!
Forzándose a sentir el calor de la sangre de su amiga empapando su espalda por una última vez, Apolo finalmente cerró sus ojos aceptando su destino. O mejor dicho: ¡Aceptando el destino que el anillo le había propuesto!
Sin embargo, el final de esta historia ya es conocido por el lector y como es evidente, las cosas no resultaron como el anillo esperaba. Porque justamente en los últimos segundos de la vida de Apolo fue cuando el anillo perdió la paciencia, cantó la victoria antes de tiempo y todo su plan fue descartado por la criatura más simple de este bosque.
*¡On, on!, ¡On, on!* El graznido de un pájaro carroñero provocó que Apolo volviera abrir los ojos con demencia.
Con la lentitud de una tortuga, Apolo giró la cabeza para observar como un ave del tamaño de un puño se encontraba picoteando la cabeza aplastada de Helena. Al observar al ave tan cerca, los ojos del niño volvieron a brillar, apretó los dientes y contuvo la respiración. En la cabeza de Apolo todo el tiempo se había detenido, el dolor ya no existía, el cadáver de su amiga había desaparecido e incluso el mismísimo bosque se había esfumado: ¡Ya que en la mente de Apolo solo se encontraba un pájaro y su cuerpo moribundo!