Con la lentitud de una tortuga, Apolo se fue apoyando de su bastón mientras iluminaba los solitarios pasillos de la mansión con una tenue llama que era emitida por la parte de arriba de la mano con la que tomaba el bastón. Los pasillos realmente tenían cristales que podían usarse para iluminarlos, pero dado que esta era su última caminata y era muy especial para Apolo, el joven prefería iluminar con la cálida y tenue luz de su propia magia.
Mientras caminaba por los pasillos de madera, Apolo se tomaba la molestia de mirar cada puerta que pasaba y trataba de recordar que es lo que había guardado en su interior; por desgracia muchas habitaciones ya habían sido olvidadas por el joven, pero algunos cuartos en particular le habían tomado tanto esfuerzo que nunca podría sacarlos de su memoria.
Tras caminar contemplando el fruto de su esfuerzo con una leve sonrisa, Apolo finalmente observó la puerta de la habitación que había estado buscando, pero para su sorpresa el joven descubrió que además de los fríos tablones de madera había alguien esperándolo en la puerta del cuarto.
—¿Cómo terminó esto acá?...—Murmuró Apolo mirando que había una muñeca vestida como una princesita apoyada contra la puerta de la habitación en donde quería entrar: ¡Era ni más ni menos que la princesa Lorena!.
Con lentitud el joven dejó su bastón contra la pared, se agachó y tomó la princesa preguntándose si alguno de los muebles les pidió a los Gururis que trajeran la muñeca hasta acá. No obstante, apenas Apolo agarró la muñeca sintió con el tacto algo anormal. El joven dio vuelta la muñeca y se dio cuenta de que toda la espalda de la misma se encontraba quemada, y por lo cálido que se sentía la tela carbonizada parecía que había sido hace unos pocos minutos.
—Parece que los Gururis no fueron muy buenos contigo...—Murmuró Apolo con ironía sin darle demasiadas vueltas al asunto, pensando que lo más probable era que los Gururis le hayan dejado la muñeca en este lugar como una especie de regalo de despedida.
El joven dejó de inspeccionar a la muñeca y acomodando a la princesa Lorena contra una de las paredes a los costados de la puerta, Apolo tomó su fiel bastón y abrió la puerta de la habitación que había estado buscando.
Tras abrir la puerta se reveló que la habitación en cuestión se trataba de un inmenso baño, o al menos las más de 8 bañeras en la habitación indicaban eso. La habitación estaba hasta reventar de objetos y decoraciones que solían verse en los baños. Aunque no había un solo retrete en todo el lugar por lo que parecía que solo era una habitación usada para bañarse o ducharse; sin embargo, por la cantidad de polvo que había en alguna de estas bañeras parecería que la habitación fue armada para luego nunca ser utilizada por Apolo o los criados.
This book was originally published on Royal Road. Check it out there for the real experience.
Con lentitud, Apolo entró en la habitación y cerró la puerta, luego se acercó hasta la bañera gigantesca que estaba ubicada justo en el medio de la habitación y con calma tocó uno de los tres cristales que estaban ubicados en la superficie de la bañera mientras decía:
—Llena la bañera con agua caliente: más o menos hirviendo.
Inmediatamente, el cristal comenzó a brillar con un color rojo intenso y agua caliente comenzó a salir del mismo para llenar la bañera, provocando que el agua se tornara con un color algo amarronado dado el polvo que había en la sucia bañera. Sin embargo, esto no duró mucho, ya que inteligentemente el agua sucia fue absorbida por uno de los cristales que había en la bañera hasta que el agua en el interior tuvo un aspecto cristalino y la bañera comenzó a llenarse con normalidad.
Apolo no se metió en esta bañera y en su lugar pasó por todas las otras bañeras en la habitación pidiendo exactamente la misma orden; al joven siempre le había gustado el ruido del agua cayendo, por lo cual quería llenar la habitación con el mismo.
Mientras las bañeras se llenaban y el vapor comenzaba a colmar la habitación, Apolo abrió la caja de metal que había traído de su dormitorio, mostrando que en su interior había unas cuantas velas aromáticas y una jeringa con un líquido similar a la sangre. El joven tomó las velas y fue prendiéndolas por la habitación hasta que la misma estuvo iluminada con ellas y la llama en su mano ya no era necesaria.
Ya con todos los preparativos hechos, Apolo se sacó la ropa que vestía, desnudándose completamente para luego tomar la jeringa que había dejado en la caja de plata. Con lentitud y en silencio, el joven se pinchó el cuello con la jeringa y comenzó a verter la sangre en el interior de la misma en su cuerpo, mostrando que en realidad no era simple sangre, sino que la misma estaba llena de pelotas peludas de color azulado. Dichas pelotas en realidad eran el mismísimo hongo que transportaba la peste azul en su estado más desarrollado, es decir que estas pelotitas coloridas y minúsculas eran el gran causante de la epidemia que amenazaba la vida de los ciudadanos de la ciudad anillo.
Tras inyectarse a los hongos directamente en la sangre, Apolo sin sentir ningún tipo de dolor y con calma procedió a caminar con lentitud hasta la bañera y se metió en la misma. Sintiendo como el agua caliente lo reconfortaba a medida que la bañera se iba llenando, el joven tomó una toalla que había cercana a la bañera y la puso como almohada para apoyar su cabeza. Con suma relajación, Apolo cerró los ojos y disfrutando el ambiente que había creado, trató de dormir sabiendo que cuando despertara ya estaría saludando a la gente con la cual se había ido despidiendo a medida que crecía.