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E14-Mateo y Orrin

Apolo y Homero continuaron hablando de sus vidas por unas cuantas horas más. Por una parte, Homero quería aprovechar el reencuentro y la despedida de su hermano mayor, mientras que Apolo tenía curiosidad acerca del mundo exterior al castillo. Por lo que la conversación naturalmente se terminó alargando lo suficiente como para que comenzara a anochecer.

Dado que la familia de Apolo ya había organizado una fiesta de recepción en honor a Homero para mañana, el mismo se vio obligado a despedirse de Apolo y comenzar su viaje de regreso al castillo. En contra partida, Apolo se reunió con unos comerciantes amigos de su hermano menor y siguiendo las instrucciones de Homero, les comunico que se uniría a la caravana a partir de ahora.

Como era de esperar, los comerciantes aceptaron la exigencia de Apolo y con algo de cortesía forzada le indicaron que la caravana estaría partiendo antes del anochecer.

Sin mucho tiempo, ni ganas para curiosear por el pueblo, Apolo decidió acostarse en su carruaje, esperando que los conductores de sus dos carruajes naturalmente arreglaran todos los problemas mundanos que podían surgirle por su falta de experiencia y voluntad. Y efectivamente: ¡Así fue como ocurrió!.

Por suerte, para la supervivencia de Apolo, los conductores ya habían sido percatados por su madre de antemano y sabían que tendrían que lidiar con quinientos mil problemas de ahora en adelante. No obstante, para los dos conductores esto también era una oportunidad prácticamente única: ya que pasar de ser simples criados, al mayordomo de un mago, era un paso gigante en su futuro.

El primer problema mundano que surgió para los conductores fue encargarse de la comida de Apolo, los dos conductores sabían que este era un tema completamente delicado: dado que en general su joven señor no comía prácticamente nada. Por lo tanto, los dos conductores se habían reunido en la entrada de la taberna para discutir el primer gran problema en sus nuevas vidas

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—¿Trajiste la lista de las cosas que come nuestro señor, Mateo?—Preguntó el conductor del carruaje de pertenencias, el mismo era un hombre viejo y de pelo blanco. Como su color de pelo indicaba tenía bastante experiencia siendo criado y durante casi 60 años había servido a la familia de Apolo, por lo cual tenía la absoluta confianza del jefe de la familia y por eso fue que le dieron esta oportunidad.

—Sí, padre—Comentó Mateo mostrando una libreta negra. Por su parte, Mateo era el conductor del carruaje donde viajaba Apolo, él era mucho más joven y tendría aproximadamente 30 años, por lo que su pelo todavía tenía un color rubio brillante.

—A ver, trata de leer algún plato. Lo más probable es que el tabernero, como la gran mayoría de plebeyos, no sepa leer y tengas que explicárselo—Dijo Orrin, el padre de Mateo, con cierta expectativa. Como en el imperio los oficios se heredaban de padre a hijo, era bastante lógico que Orrin buscara que su hijo fuera el que heredara la posición importante de convertirse en el mayordomo de un mago, para así asegurarle un mejor futuro a su hijo. Por lo cual el viejo se había asegurado de antemano que su hijo fuera el conductor del carruaje donde viajaba Apolo.

—¿So-Sopa de po-pollo?—Leyó Mateo, con cierta duda, si bien su padre le había enseñado a leer, lo cierto es que no tenía muchas oportunidades de practicar.

—Muy bien, tenemos dinero de sobra, entra en la taberna y exige que te cocinen inmediatamente ese plato—Comentó Orrin, entregándole una tarjeta negra a su hijo.

—¿«Exigirlo»?, ¿No debería «pedirlo»?—Pregunto Mateo con dudas, mientras aceptaba la tarjeta que servía como medio de pago. La misma solo servía para almacenar la verdadera moneda del imperio: «Los cristales». Los cristales eran una piedra cristalina similar a las gemas, pero con propiedades especiales muy útiles para casi todas las familias nobles, por lo que eran bastante valiosos y se usaban como moneda de cambio. Como los cristales eran considerablemente grandes, no solían utilizarse directamente y las personas adineradas empleaban algún objeto para almacenarlos, similares a la tarjeta negra que acababa de recibir Mateo.

—Sí, «exigirlo». Recuerda que estamos trabajando bajo el nombre de una familia noble, de todas formas paga la comida al cantinero: así nos aseguramos que esté bien hecha—Comentó Orrin con calma, mientras se marchaba a custodiar los carruajes.