Tras terminar de revisar el contenido de los barriles, Apolo se dio la vuelta e ignorando la mirada aún perturbada del trabajador miró al charco de barro en el medio de la habitación.
—¿Hace cuánto están incubando?
—Hace dos meses, usamos retardante para que no eclosionen los huevos—Respondió el trabajador con resignación. En definitiva la realidad es que él es el que había hecho el trabajo, la paga era buena y eran suficientes cristales como para cambiar el futuro de sus hijos. Por lo que para el hombre ya no tenía sentido alguno seguir condenándose a sí mismo por las cosas que no podían ser cambiadas y entendió que era mejor actuar como el desalmado mago que tenía al frente para así concentrarse en terminar este trabajo oscuro de una buena vez.
—Parece que todo está listo, empezaré a reactivarlos: ¡Ve revolviendo!—Ordenó Apolo levantando uno de los barriles en la habitación con facilidad para tirar el gel espeso en el charco de lodo.
Apenas el lodo se mezcló con el gel comenzó a liberar burbujas con un olor nauseabundo, provocando que Apolo sonrió con felicidad y procediera a tirar el contenido guardado en el resto de los barriles en el charco de lodo, mientras el trabajador mezclaba hábilmente el charco logrando que todo se mezclara. A medida que el lodo se fue revolviendo más burbujas comenzaron a aparecer en el lodo y una espesa espuma amarillenta comenzó a apreciarse en la superficie del charco. La espuma y las burbujas se mezclaron y comenzaron a flotar por el aire llenando buena parte de la habitación, mientras el hombre seguía revolviendo el charco con intensidad.
—¡Los huevos ya están por reflotar!—Gritó el trabajador dejando de batir. Sin perder un segundo, el hombre fue corriendo hacia Apolo para pasarle la pala para batir, mientras indicaba con apuro:
—Ten, bate hasta que salgan los huevos, solo pueden...
—Ya sé: ¡Sal de la maldita sala!—Interrumpió Apolo arrebatándole de las manos la pala al trabajador, para inmediatamente continuar con el intenso batido del lodo. Sin darse el gusto de maldecir a Apolo una última vez, el trabajador salió corriendo del cuarto y abandonó la habitación. Unos pocos minutos después dos grandes pelotas salieron de las profundidades del charco de lodo a la vez, fue entonces cuando Apolo dejó de batir y observó cómo lentamente las pelotas comenzaban a deformarse como si algo estuviera tratando de salir de su interior.
Apolo con preocupación miró a las dos pelotas de lodo, si alguno de los Gururis salía mal tendría que matarlos y volver a comenzar todo de cero otra vez perdiendo más de un mes de su vida en el proceso. Por lo cual el joven noble se encontraba implorando que el trabajador malhumorado haya seguido sus instrucciones al pie de la letra como todo un profesional durante todo el mes donde los Gururis se desarrollaban.
Tras unos pocos minutos finalmente uno de los huevos comenzó a abrirse y una mano cubierta de lodo salió del caparazón, inmediatamente Apolo se adelantó y le pegó a la mano con la pala haciendo que la criatura volviera esconder su mano en el interior del huevo: tenían que salir los dos al mismo tiempo o si no habría problemas serios.
Pasaron unos minutos más para que el otro huevo comenzara a abrirse, fue entonces cuando Apolo usó la pala y forzó a que el Gururi que se estaba escondiendo en su huevo por temor a los palazos saliera del mismo.
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Cuando las dos criaturas salieron del huevo lo primero que hicieron fue comenzar a limpiarse el lodo de sus caras como si les molestara, mientras tanto Apolo había dejado la pala para tomar el bastón negro que había dejado apoyado en una de las paredes de la habitación antes de que todo el proceso iniciara. Con el bastón en su mano, el joven noble se acercó a las criaturas con cuidado, esperando que lo que él ya sabía que debía ocurrir, ocurriese.
Tras limpiarse el barro en la cara, los dos Gururis se miraron con consternación el uno al otro como si esa fuera una manera de comunicarse entre ellos, luego miraron a Apolo y volvieron a mirarse los dos a la vez. Tras unos segundos mirándose fijamente, los dos Gururis giraron la cabeza exactamente en el mismo instante y de la misma forma para volver a mirar a Apolo; parecían estar naturalmente coordinados por lo que era bastante impactante de ver el grado de coordinación que tenían.
Inmediatamente y sin hacer ningún ruido los dos Gururis saltaron hacia Apolo mostrando sus afilados dientes. El joven lejos de asustarse sonrió como un demente al ver que sus Gururis trataban de matarlo, sin perder un segundo y mostrando una habilidad poco vista en un ser humano, Apolo blandió su bastón y le pegó con el pomo de oro a las cabezas de las dos criaturas haciendo que retrocedieran.
Estos Gururis también tenían el tamaño de un niño, por lo que al recibir el bastonazo de Apolo cayeron inmediatamente al lodo algo aturdidos. Ante el peligro desconocido, las dos criaturas intuitivamente trataron de levantarse del lodo nuevamente; sin embargo, antes de que lograran hacerlo Apolo les embocó otro bastonazo en la cabeza haciendo que cayeran al lodo. Este proceso duró unos minutos hasta que finalmente uno de los Gururis dejó de tratar de levantarse y aceptó quedar boca abajo en el lodo, poco después la otra criatura también se cansó de recibir bastonazos y copió lo que estaba haciendo el otro Gururi para no recibir más golpes, quedándose boca abajo en el lodo.
—¡Yo soy su maestro!—Gritó Apolo con enojo haciendo que su voz retumbara por toda la habitación—¡Yo soy el que les dice cuándo es que pueden levantarse y si no les digo nada se quedarán en el lodo hasta morirse de viejo!, ¿entendieron lo que les dije?
Pasaron unos minutos y los dos Gururis no respondieron por lo que con algo de preocupación, pero sin querer perder su tono dominante, Apolo volvió a preguntar:
—¡Les ordeno que contesten!, ¿entendieron lo que dije?
—Sí—Respondió uno de los Gururis.
—«Sí, maestro». ¡Habla con propiedad, abominación de la naturaleza!—Gritó Apolo pegándole un bastonazo al Gururi que había hablado, mientras fingía estar enojado y trataba de ocultar su felicidad; durante la gestación de la criatura el criador tenía que hablarle al charco para que la criatura naciera hablando su idioma, por lo cual era importante para Apolo verificar que este paso se había hecho y por tanto sus Gururis podían hablar.
—Sí, maestro—Respondió el Gururi llorando mocos mientras se tomaba la cabeza, mostrando una clara diferencia con el Gururi viejo, dado que los gururis originales sí podían mostrar emociones negativas como llorar o sentir dolor y en general mostraban comportamientos más humanos como el odio y el resentimiento.
—¿Acaso vos no vas a responder?, ¡criatura inmunda!—Gritó con enojo Apolo mientras le embocaba un bastonazo desproporcionadamente fuerte al Gururi en el suelo haciendo que se retorciera de dolor en el charco de lodo.
—Sí, maestro—Respondió el otro Gururi entre lágrimas.
—Bien, ahora que entienden que soy el maestro es momento de que salgan de esta sucia pocilga y conozcan mi mansión—Comentó Apolo, sabía que el trato con estos Guriris no importaba mucho: no se deprimirían, porque él fue su primer maestro. Sin embargo, estos Gururis no eran como los comercializables en la calle: eran los antiguos, los que fácilmente conspirarían para matarte mientras dormías si no cumplías algunas reglas de convivencia básicas, pero sumamente importantes, las cuales no eran precisamente «básicas» para un ser humano, pero sí para estas criaturas.