El tiempo pasó y antes del anochecer los soldados en el campamento comenzaron a movilizarse siguiendo el plan que se les había indicado. La primera fase del plan requería que los soldados alertaran a todas las familias del pueblo que se realizaría una gran investigación debido al incendio que había aparecido en el bosque en los alrededores del pueblo. Para llevar adelante la investigación todas las personas en el pueblo debían ir a determinados puntos dispersos por el pueblo, para luego esperar a que un oficial le haga las preguntas sobre cómo fue su rutina este día. En caso de que alguien no asistiera a la investigación, sería considerado cómplice de provocar intencionalmente un incendio en el bosque cercano, poniendo en peligro la integridad del pueblo entero.
La gran realidad es que el plan estaba funcionando bastante bien, ya que los soldados tenían la orden de no «obligar» a nadie a ir al lugar donde se haría la investigación, por lo que los soldados solo se limitaban a alertar arbitrariamente a donde tenían que dirigirse las personas que vivían en el lugar a donde les asignaron para difundir la noticia. Una vez que las primeras personas comenzaron a salir de sus casas para ir al sitio indicado por los soldados, el resto de vecinos los observaban y recordando las advertencias de los soldados copiaban la conducta. En definitiva todos los habitantes del pueblo sabían que eran inocentes, así que desde su perspectiva solo tenían que ir a contarle a los soldados cómo fue su rutina diaria, por lo que nadie tenía un motivo real para no ir al lugar a donde se realizaría la investigación.
No obstante, este sistema también provocó que varias familias afortunadas no fueran al sitio indicado, pero eso no importaba mucho en los ojos de los representantes, ya que mientras el pueblo perdiera la mayoría de su mano de obra, sería difícil que se recuperara la capital que podía poner en problemas su dominio en la región: Por lo que los soldados no tenían que ser exactos, pero sí abundantes con la cifra de muertos, de tal manera de que los supervivientes de esta masacre huyeran voluntariamente de la región.
A medida que más y más gente se dirigía a los puntos indicados por los soldados, más ciudadanos se iban persuadiendo a sí mismos que lo mejor era seguir a la multitud, por lo que en pocas horas los puntos indicados por los soldados comenzaron a llenarse. Dichos puntos en general se trataban de grandes espacios urbanos dispersos por el pueblo, como una casa grande, un silo, un granero de gran tamaño, la iglesia o la casa del antiguo barón que regía esta ciudad.
En cada uno de estos puntos de reunión siempre se encontraban cuatro soldados estacionados en las entradas dando instrucciones a las familias que llegaban, eran los mismos soldados que hace poco tiempo se habían paseado por las calles cercanas dando las advertencias. El tiempo pasó y cada vez más gente fue llenando los puntos de reunión hasta que finalmente la gran mayoría del pueblo había asistido a la «inspección».
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Pese a ello una gran cantidad de personas habían escapado del cruel destino que les esperaba en la inspección gracias a su propia fortuna, o gracias a la piedad impartida arbitrariamente por los soldados: Por su puesto que todo este plan estaba atado a la buena voluntad de los soldados de turno, por lo que no era precisamente extraño que los soldados al ver a alguien demasiado joven llegando o a una familia particularmente adorable, les indicaran que tenían que ir a otro edificio aleatorio de la ciudad, salvándoles la vida con la mentira. En definitiva eran personas matando personas y no todos los soldados podían cumplir esta orden despiadada a rajatabla, en especial cuando muchos de ellos no eran realmente soldados, sino que se trataban de simples guardias de confianza, cuya verdadera misión era asegurarse que el representante de la familia a la que obedecían saliera con vida de esta «escaramuza».
Cuando el punto de reunión se terminaba de llenar, los soldados cerraban las puertas del lugar y comenzaban a asegurarse que todas las salidas del edificio estuvieran cerradas. La verdad es que algunas de estas estructuras habían sido modificadas de forma demasiado evidente como para evitar la sospecha, por ejemplo a la iglesia le habían tapado todas las ventanas con tablones de madera de forma precaria, no obstante había que ser demasiado desconfiado como para intuir que en realidad te dirigías a una trampa. E Incluso si eras lo suficientemente desconfiado lo más probable es que no buscaras salir del edificio, ya que toda la masa de personas dentro de la estructura se encontraba tranquila y te verías tentado a copiar su conducta. Probablemente una persona sola podría percatarse y actuar en función de estas pistas y una familia entera también, pero múltiples desconocidos tendían a verificar con el otro que todo estaba en orden y al ver que a los otros desconocidos no le pasaba nada, suponían que a sus familias tampoco y así este efecto se repetía hasta llenar el lugar.
Pese a toda esta detallada explicación dada por un autor con la inspiración propia de ver como su obra llega a sus páginas finales, la gran realidad es que Apolo, Tea y Cristóbal no se encontraban viendo todo esto. Por lo que el trío fantástico no sabía exactamente si los soldados cumplían o no las órdenes, y en su lugar se concentraron en comprobar que todo en el edificio delante de ellos saliera como lo habían planeado.
El edificio al frente de los colosos, era «casualmente» el más grande de la ciudad y se trataba de un silo usado para guardar la comida para aguantar el invierno, pese a su utilidad la comida en el silo se había vaciado hace mucho tiempo, y en su lugar el silo se encontraba repleto de personas mirándose los unos a los otros, preguntándose cuando finalmente los atenderían.