El carruaje fue avanzando con lentitud por la calle llena de gente, hasta que Apolo pudo distinguir una cara familiar entre las personas de la caravana y observó cómo dicha persona se quedó mirando el carruaje donde él viajaba con cierta expectativa.
La persona en cuestión se trataba del hermano menor de Apolo: Homero. Al igual que la mayoría de miembros de su familia, su hermano menor era fácilmente distinguible debido a que era inusualmente alto en comparación con las otras personas, al punto de que le sacaba medio cuerpo de altura al resto de seres humanos con facilidad. Para colmo, el hermano menor de Apolo era bastante gordo, por lo que destacaba demasiado cuando se paraba en el medio de un gran grupo de personas. Al igual que Apolo, su hermano tenía el pelo negro y los ojos negros. Los dos nobles vestían ropa bastante elegante, pero Homero vestía ropa particularmente opulenta y llamativa como la mayoría de comerciantes del imperio: parecería que cuantos más colores pudiera tener la ropa de una persona, más riqueza ostentaba, por lo que la ropa de Homero era un popurrí de colores. Al igual que Apolo y todos los miembros masculinos de su familia, su hermano menor también tenía un anillo de oro con un hombre con los brazos extendidos a los cielos inscripto en el medio.
Al ver a su hermano menor, Apolo volvió a poner la mano en el bolsillo en donde había guardado su anillo de bronce y con cautela volvió a ponérselo: sería raro que su hermano lo viera sin el anillo y en la mente de Apolo nadie era de confianza cuando se trataba de proteger el anillo. Aunque la gran realidad es que Homero venía de un viaje que le tomó casi un año, por lo que poco podría importarle una baratija oxidada.
—Joven señor, su hermano está afuera esperándolo—Comentó el conductor del carruaje, al notar que Apolo no bajaba a saludar a su hermano.
—Dile que entre…—Respondió Apolo mirando a la gente alrededor de su hermano con muchísima desconfianza.
Al escuchar la respuesta, el conductor quiso recordarle a Apolo que su hermano era demasiado gordo como para entrar en este carruaje. Pero temiendo las represalias del miembro menos amigable de la familia a la que servía, el conductor procedió a seguir las instrucciones al pie de la letra y sé bajó del asiento de conductor para invitar a Homero a entrar al carruaje.
Homero, con un disgusto no disimulado, se acercó al carruaje. Y sin mostrar ningún tipo de modales, el gigante abrió la puerta con violencia, casi arrancándola, solo para observar como su hermano se encontraba acurrucado en el asiento del carruaje, mirándolo fijamente.
This story has been stolen from Royal Road. If you read it on Amazon, please report it
—Mierda, estás incluso más flaco y petiso que antes…—Comentó Homero con preocupación, olvidándose de su enojo al ver el mal estado del cuerpo de su hermano mayor.
—¿No vas a entrar?—Preguntó Apolo mirando cómo la gente de la calle los observaba con curiosidad.
—Y al parecer también estás mucho más idiota que antes…—Murmuró Homero mientras se apretaba los royos de la pansa—Acaso la falta de buen sueño te terminó de arruinar la cabeza, ¿O de verdad crees que con esta barriga puedo entrar por esta puertita de mierda?
—Supongo que no…—Respondió toscamente Apolo ignorando los insultos de su hermano menor; él lo conocía lo suficiente para saber que su hermano siempre fue mal hablado y que no buscaba ofenderlo realmente.
—¿No vas a bajar abrazarme?—Preguntó Homero con molestia—Hace más de un año que no nos vemos, podrías poner un poco más de esfuerzo y ser más considerado con tu hermanito menor, ¿No te parece?. Para colmo me contaron que te diriges a la capital, si es así no vamos a vernos en años.
—No quiero salir, hay mucha gente…—Comentó Apolo rápidamente—¿No podemos ir a algún lugar más solitario?.
—Te diríamos que fuéramos a la taberna, pero en ese sitio hay incluso más gente—Comentó Homero recordando que su hermano era bastante solitario y no era de andar mucho con los criados desde el accidente que ocurrió con Helena—¿Qué tal si hablamos en mi carruaje?, Después podríamos ir a visitar al señor local de seguro nos atienden con un festín.
—Si no le conozco ni la cara…—Respondió Apolo con disgusto; justamente a la persona que menos quería ver era al jefe del pueblo vecino: en su mente todo se resumía a que cuanto más poder uno tenía, más probable era que le robara su anillo.
—Da igual que no nos conozca, en primer lugar somos vecinos y en segundo lugar: ¡Es solo un miserable noble de segunda!—Respondió Homero con una inusual confianza.
—No me interesa verle la cara a un noble sin importancia, ya tuve demasiado estrés en la fiesta de despedida y estoy algo cansado de las formalidades—Comentó Apolo buscando una buena excusa—¿Qué tan lejos está tu carruaje?
—Es entendible… Mi carruaje está a unas pocas cuadras, al lado de la taberna, preparando todo para regresar al castillo—Comentó Homero, no insistiendo más con la idea de visitar al señor local—Ven, baja, te lo mostraré, estoy seguro de que te sorprenderás: ¡Es el mejor carruaje que hay en todo el imperio!. Realmente me costó una buena fortuna, pero cuando lo veas entenderás por qué valió la pena gastar tantos cristales.
—Bueno, ve yendo, nos reunimos allá—Respondió Apolo de mala gana, cerrando la puerta del carruaje en la cara de su hermano.
—¡Pero me estás jodiendo!, ¿como me vas a hacer caminar a mi solo?—Se quejó Homero con disgusto, tratando de contener su enojo.
—¡Avance conductor!—Gritó Apolo fríamente desde el interior del carruaje.
El conductor miró la cara enojada de Homero que miraba mordiéndose los dientes a Apolo tras el vidrio del carruaje. Con miedo a no saber qué hacer para no quedar mal, el criado decidió seguir las instrucciones de Apolo e ignorando el disgusto de Homero, partió hacia la taberna del pueblo.