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E95-Cambios en la mansión

Mientras la atmósfera trágica se desarrollaba, Apolo se acordó que el viento seguía soplando y por tanto: el tiempo seguía avanzando, por lo cual el joven decidió salvar estos valiosos y míseros segundos acercándose hacia los Gururis aún sentados en el carruaje. Al llegar, Apolo observó con curiosidad como los dos Gururis rosas tenían varios moretones violetas en su cabeza. Como Zoe agarraba su bastoncito con más firmeza que antes, Apolo dedujo que el primer ataque ya había ocurrido durante el largo viaje de regreso a la estancia.

—Zoe, Nicoleo, Aquiles: ¡Bajen del carruaje!—Ordenó Apolo, provocando que Zoe y Aquiles bajaran del carruaje y uno de los Gururis rosado se quedara mirándolo comprometidamente—¡¿Por qué no me obedeces, bestia inmunda?!

—¡No me llamo Nicoleo!—Se quejó Nicolás, al parecer muy enojado con que la persona que le acababa de dar un nombre hace pocos días se lo olvidara.

—Oh… eh… baja, Nico…—Dijo Apolo mientras trataba de ver el parche en la ropa de Nicolás, pero lo cierto es que ponerle un parche a una toga ahora mismo no le parecía tan buena idea como cuando lo propuso, ya que de lo arrugado y escondido que estaba el parche de suerte se podía ver el comienzo del nombre.

—¡Nicolás!, ¡Tú mismo me pusiste ese nombre!—Se quejó el Gururi roza bajando del carruaje con algo de esfuerzo. Lo cierto es que los dos Gururis rosas eran muy jóvenes como para usar la magia tan hábilmente como lo hacía la experimentada Zoe, por lo que tuvieron que lanzarse al suelo desde una altura considerable para poder bajarse del carruaje.

—Nico es una abreviación cariñosa: no ves que tan buen maestro soy…—Murmuró Apolo con algo de vergüenza—Por lo demás vayan presentándose a sus subordinados, así como soy su maestro, ustedes como mis discípulos son los maestros de estas criaturas sin importancia.

—¿Todos ellos nos obedecen?—Preguntó Aquiles algo emocionado, mirando a las personas llorando en la distancia, que por mucha fortuna no fisgoneaban en esta conversación.

—Sí, pero no pueden pegarles o tratarlos mal… ni mucho menos matarlos—Dijo Apolo remarcando las partes importantes de la «sana» convivencia en su mansión—Recuerden que si los matan van a tener que hacer sus tareas ustedes y se quedarán sin sirvientes que los obedezcan. Aprendan de Zoe, por algo ella tiene un bastoncito y ustedes dos no lo tienen.

—¿Por qué no podemos pegarles a estas criaturas y usted sí puede pegarnos a nosotros?—Preguntó Nicolás de inmediato.

—Zoe nos pegó en el viaje: ¡Merece ser castigada!—Chilló de inmediato Aquiles usando hábilmente la nueva regla impartida por Apolo para deshacerse de la peligrosa enemiga.

—Sí, ¡merece ser condenada a muerte!—Gritó de inmediato Nicolás olvidando su pregunta y sumándose a la idea del otro Gururi rozado, mientras mostraba los chichones en su cabeza a Apolo.

—Zoe puede pegarles a ustedes dos…—Respondió Apolo tomándose la cabeza con algo de cansancio, principalmente por ver como Zoe no trataba de defenderse y parecía estar dispuesta a aceptar el castigo sin dudar.

—¿Por qué?—Preguntaron los dos Gururis rosados a la vez.

—Porque Zoe tiene un bastoncito al igual que yo tengo un bastón: solo se le puede pegar a tus subordinados si posees uno de estos dos bastones—Respondió Apolo mostrando descaradamente su bastón frente a las tres pequeñas criaturas.

—Es injusto, también somos tus pupilos merecemos nuestros bastoncitos…—Se quejaron Aquiles y Nicolás al mismo tiempo, parecían demasiados coordinados en el pedido para pensar que el mismo había sido improvisado en el momento.

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—Si quieren se los doy—Respondió Zoe estirando el bastoncito, haciendo que los dos Gururis rosas trataran de arrebatárselo violentamente. Pero estando con los ojos bien abiertos para observar los movimientos de estas lacras, Apolo levantó su bastón apenas notó el intento de arrebato y comenzó a repartir bastonazos nuevamente.

—No, ese bastoncito es tuyo y de nadie más: ¡Nunca lo compartas!—Chilló Apolo con preocupación. El joven no sabía que este problema podría surgir y durante sus meses de estudio no había encontrado ningún libro que indicara si los Gururis actuales podían cumplir el rol del anciano de la casa sin que los Guriris tradicionales lo mataran por ingenuo. Por lo que Apolo estaba sumamente nervioso al ver la pasividad de Zoe—Escucha, Zoe, no puedes fiarte de estas dos sabandijas o van a matarte mientras duermes: son mala gente y tienes que educarlos para que sean buena gente. ¡Que aprendan de vos!

—Sí, maestro—Comentó Zoe, pero su rostro inexpresivo no le ayudaba a Apolo a entender si de verdad lo había entendido o no.

—Espero que de verdad lo entiendas…—Susurró Apolo bastante irritado; el valor de Zoe en sus ojos era bastante más grande que los fácilmente reemplazables Gururis rosados, la cruel realidad es que si Zoe moría antes de educarlos él tendría que dar inicio a otra amarga y larga búsqueda.

Tras decir eso, Apolo vio como los criados habían dejado de llorar y aprovechó la oportunidad para retomar el protagonismo de esta historia con un fuerte grito:

—¡Atención!, ¡Ahora le pido a mi discípula, Zoe, que se ponga de rodillas ante mí!

La criatura en cuestión desapareció y apareció arrodillada ante Apolo. Acto seguido, el joven noble bajo la atenta mirada de todos los presentes apoyó su anillo de oro en la frente del Gururi verde y con solemnidad exclamó pausadamente:

—¡Yo, Apolo del bosque negro, nombro a mi discípula, Zoe, como nuevo mayordomo de esta casa!

Al escuchar la noticia, todos los criados aplaudieron con fuerza y énfasis, sabían que el momento de los elogios hacia su nuevo jefe había llegado. Por su parte, Mateo miró con consternación a los tres Gururis, entendiendo finalmente el motivo por el cual Apolo se había malgastado en «enviar» esa carta a su abuelo. Al parecer el joven noble no tenía planes para su «primo» bastardo en esta casa luego de obtener a estas criaturas y tenía que encontrarle otro futuro digno. Mateo reflexionó el asunto con seriedad: conociendo el poco corazón y empatía que tenía su antiguo joven señor, parecería que realmente Apolo solo se preocuparía tanto por alguien de su propia sangre. Al fin y al cabo el hombre admiró con sus propios ojos como los criados en esta casa infectada hasta los cimientos de la peste azul tenían una duración muy acotada. Sin embargo, jamás vio una pizca de pena en el rostro de Apolo cada vez que le comentaba la muerte de uno de sus criados: el joven noble solo tenía un único pedido cuando se enteraba de los fallecimientos y no era que se dieran condolencias, un entierro digno o que se le avise la desgracia a sus familiares, era simplemente remplazarlo como si de un mueble roto se tratase. Si no fuera por Orrin, Mateo estaba cien por ciento seguro de que Apolo habría utilizado a los cadáveres de sus antiguos criados como decoraciones en la mansión, tal era el grado de poca empatía que tenía el joven. Pese a ello, Mateo nunca vio al antiguo mayordomo quejarse por el asunto, al parecer el anciano ya se había acostumbrado a estas conductas al ver cosas similares en el castillo durante ya muchos años.

La gran realidad era que en los ojos del anciano esta era la actitud normal que una familia de generales despiadados tenía que tener y el valor de esta falta de empatía se mostraba en el campo de batalla donde sus soldados morían, pero el imperio ganaba. Y mientras el imperio siguiera ganando, sus ciudadanos vivirían la grandeza ganada por los triunfos de los difuntos.

—No obstante, dado que es un día especial, por única vez daré una orden directa a todos los criados de mi estancia—Dijo Apolo pausadamente como si quisiera que esta orden se impregnara en la mente de cada uno de sus criados—Si Zoe llegara a ser asesinada por los otros dos Gururis rosas: ¡Entonces les ordeno que todos ustedes mueran con ella!

Los criados tragaron saliva al escuchar la «orden», la cual más bien era una advertencia bastante clara: si algo le pasaba al nuevo mayordomo, todos iban a ser asesinados. Tras dejar el asunto de vital importancia claro para todos los presentes, Apolo volvió a mirar a Zoe y dijo en voz alta:

—Por lo demás, como primera orden, Zoe, te ordeno que prepares una fiesta de despedida para mis antiguos criados y que aprendas todo lo necesario acerca de mi estancia, mis finanzas, mis bienes y todo lo que creas necesario de mi antiguo mayordomo antes de que se vaya.