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E1-31- Te lo regalo

Los dos niños continuaron caminando por el bosque mientras observaban con preocupación cómo las estrellas en el cielo se iban haciendo más y más brillantes.

—¿Realmente esta era la dirección correcta? Recuerdo que había que seguir a la estrella de Thais, pero no estamos llegando y ya está por anochecer—Se quejó Apolo con algo de preocupación, el joven era más que consciente de que su padre no le permitiría explorar el bosque por mucho tiempo si no volví a casa dentro de poco.

—Estoy segura de que falta poco, ya puedo escuchar el ruido del río—Respondió Helena corriendo para adelante.

—¡Hey, no corras! Hay poca luz, te vas a tropezar, ¡tonta! —Gritó Apolo con preocupación, pero Helena parecía no haber escuchado su advertencia y siguió corriendo para adelante

—Maldición, Helena…—Maldijo Apolo comenzando a correr para no perder de vista a la niña.

Apolo persiguió la espalda de su amiga por el bosque hasta que también comenzó a escuchar el atronador ruido del agua chocando contra las piedras. Con extrañeza por no reconocer esta parte del bosque, el niño gritó en voz alta:

—¡Para, idiota!, no solo te vas a resbalar, sino que también estás corriendo para cualquier lado: ¡No atravesamos ningún río durante toda la exploración!

Pero Helena obstinadamente ignoró a Apolo y continúo corriendo hacia la dirección donde provenía el ruido del agua. Apolo con enojo persiguió la espalda de Helena, tratando de atrapar a la niña para hacerla entrar en razón, sin embargo, Helena era mucho más ágil que el regordete niño por lo que la tarea parecía imposible.

No obstante, para sorpresa de Apolo, la niña decidió pararse de repente tras unos pocos metros más de forma súbita.

—¿Ya te diste cuenta de que te equivocaste? —Preguntó Apolo mientras recuperaba su respiración y miraba de reojo como Helena se había quedado mirando a la nada en la cima de una colina no tan lejana.

—¡Yo nunca me equivoco! —Gritó Helena desde la cima haciendo un puchero, mientras miraba el gigantesco acantilado enfrente de ella.

Apolo caminó los pocos metros que quedaban para llegar a Helena y se percató de la existencia de un acantilado que nunca antes había visto.

—Yo era el que tenía razón, ¡idiota!, era tan simple, solo teníamos que seguir la estrella del coloso, por qué mierda pensaste que teníamos que seguir la estrella de un tal Thai: ¡Ni siquiera sé si existe una estrella con ese nombre! — Gritó Apolo mientras se percataba de que era imposible cruzar el acantilado.

—¡No me grites!, No es mi culpa: es tuya por no darte cuenta antes—Se quejó Helena buscando mantenerse en el lado ganador de la conversación mientras miraba con desesperación como el sol en el horizonte ya estaba casi por terminar de ponerse.

—No, ¡Todo esto es tu error y para colmo mi padre solo me lo hará pagar a mí!— Gritó violentamente Apolo mirando a Helena con furia

—Y yo que culpa tengo si deciden castigarte, ¡Culpa tu suerte por nacer de un padre que solo sabe expresarse con los puños!— Gritó Helena mientras tomaba una rama en el suelo y se la tiraba a Apolo con enojo.

La rama salió volando chocando contra la cara de Apolo, raspando su rostro y provocando que gotas de sangre tibia comenzaran a salir de la herida.

—¡Qué dijiste de mi padre, sirvienta de mierda!, ¡Él fue el único de la familia que se molestó en darte un hogar cuando llegaste al castillo! — Gritó Apolo tocando la herida en su rostro y viendo con enojo como su mano se manchaba con sangre.

—¡Por culpa de tu padre es que soy una sirvienta!, ¡Tu padre es un violador enfermo que se aprovechó de mi madre cuando tuvo la oportunidad! —Gritó Helena con enojo mientras buscaba otra rama en el piso y se la tiraba a Apolo con violencia.

La rama voló por el aire y chocó contra la panza de Apolo, provocando que el niño cayera al suelo tomando su panza. Sin esperar a que el niño se levantara del suelo, Helena corrió hacia Apolo y se lanzó sobre él, tomando las dos manos del niño y manteniéndolo en el piso con el peso de su cuerpo, Helena continuó gritando con angustia, mientras unas lágrimas comenzaban a caer de sus ojos para mojar el rostro de Apolo:

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—Cuando fui a decirle al enfermo de tu padre que mi madre se había suicidado y él era el único familiar que me quedaba, solo me llevo al medio del bosque para abandonarme; esperando que me muriera de hambre y sus problemas desaparecieran entre estos árboles. ¡Fue tu abuelo el que me sacó de acá y me dio una segunda vida!

Sin esperar la reacción de Apolo, Helena apretó con violencia las dos manos de Apolo, provocando que un frío helado comenzara a inundar el cuerpo del niño, provocando que el joven se retorciera de dolor, mientras gritaba desesperadamente:

—¡Para, Helena, para!, ¡Me estás quemando las manos, me estás lastimando!

Pero lejos de sentir que Helena tuviera alguna intención de parar, Apolo sintió que el frío helado proviniendo de las manos de la niña no hacía más que incrementarse, provocando que el anillo de oro en su mano comenzara a brillar. Los llantos de Helena pararon y sus ojos se iluminaron con las llamas del odio mientras gritaba con violencia al joven llorando del dolor:

—¡Yo, su hija Helena, debería ser una noble y no una sirvienta, pero ni ese destino me pudo otorgar ese enfermo! ¡Todo es su culpa, yo no hice nada para merecer esta vida llena de desgracia!

Fue entonces que el cuerpo de Apolo dejó de temblar y en su lugar una mirada llena de odio brotó en el rostro del joven niño, por su parte Helena se desparramó arriba del cuerpo de Apolo mientras comenzaba a toser sangre.

—Fuiste una sirvienta en esta vida: ¡Y te aseguro que morirás como una sirvienta!—Gritó Apolo con violencia mientras aprovechaba la debilidad de Helena para tomar el rostro de la niña con sus manos—¡Aprende la diferencia entre nuestra sangre, inmunda sirvienta!

Las manos de Apolo se prendieron fuego, provocando que Helena gritara de dolor mientras su rostro era quemado, sin embargo, el cuerpo de la niña, cada vez más esquelético, no tenía la fuerza para luchar contra Apolo. Helena gritó y gritó a medida que el pelo se le prendía fuego y los ojos perdían su visión, sin embargo, Apolo cruelmente seguía sosteniendo el rostro de la niña al frente de él, como no queriéndose olvidar de cómo la vida de Helena se iba extinguiendo. Los gritos de Helena se fueron haciendo más y más apagados hasta que finalmente dejó de gritar, provocando que Apolo tirara el cuerpo esquelético de Helena a un costado.

Apolo se puso de pie sin esfuerzo, como si esta batalla nunca hubiera ocurrido, sintiéndose lleno de vida, notándose un poco más alto y más fuerte. Con una sonrisa cruel, Apolo le embocó una patada al cadáver de Helena boca abajo en el piso, dándole vuelta a la niña y permitiendo desvelar un anillo oxidado en su mano esquelética.

Apolo observó el anillo con obsesión, si bien el anillo era horrible, el óxido del anillo no hacía más que enloquecer al joven niño, su hermosa circunferencia seducía a Apolo pidiéndole que lo portara y Apolo obedeció agachándose para agarrarlo, pero antes de que pudiera tomarlo el cuerpo sin vida de Helena volvió a levantarse tomando la mano de Apolo.

El niño, congelado por el temor, observó con los ojos bien abiertos como la cabeza de Helena comenzaba a levantarse para mirarlo fijamente. Los ojos blancos y la piel roja quemada llenaron la visión de Apolo, mientras los labios de Helena, destrozados por las llamas, volvían a moverse con lentitud como si cada una de las palabras que estaba por pronunciar fueran las más complicadas de recitar en estos momentos:

—Te…Lo… Regalo…Apolo.

Tras decir esas cuatro palabras, el cuerpo de Helena perdió la fuerza y volvió a chocar contra el piso. Provocando que Apolo comenzara a llorar desconsoladamente, mientras el pequeño y esquelético cuerpo de su amiga se empapaba con sus lágrimas.

—Cuatro palabras y destruí el trabajo de su vida… Soy realmente un genio…—Comentó alguien desde la espalda de Apolo.

El joven asustado se dio la vuelta mientras trataba inútilmente de ocultar el cuerpo de Helena con su cuerpo, temeroso de que la persona que acababa de hablar lo juzgara por el asesinato que acababa de cometer. Fue entonces que Apolo observó que apoyado sobre un tronco caído se encontraba una persona muy alta, de pelo negro y ojos negros, la misma estaba vistiendo una capa negra y su rostro estaba oculto tras un antifaz plateado, por lo que Apolo no podía reconocer quien era esta persona. Pero nosotros, querido lector, si reconocemos que ese antifaz era idéntico al que le había sido regalado a Apolo por uno de sus ancestros.

—¿Quién sois? —Preguntó Apolo asustado

—El que te acaba de regalar esas cuatro palabras… ¿O no?…—Respondió el hombre del antifaz con ironía sin querer dar muchas explicaciones.

—¡Yo no quise hacer esto, te lo juro! —Gritó Apolo con desesperación, mientras sacaba el anillo de la mano de helena y se lo mostraba al hombre con el antifaz— ¡La culpa es de este anillo!, ¡Todo es su culpa!

—¿Entonces por qué no arrojas el anillo por el acantilado? —Comentó el hombre del antifaz mientras una sonrisa asquerosamente grande se formaba en su rostro.

Apolo escuchó con aturdimiento la pregunta planteada por el desconocido y aún más aturdido el niño se puso cuando se dio cuenta de que en realidad no quería arrojar el anillo por el acantilado.

—Pero este anillo es el culpable de la muerte de Helena: ¡No quiero dejarlo escapar! —Respondió Apolo con confianza, mientras guardaba el anillo en su bolsillo.

—Hermosa lógica…—Exclamó el hombre con el antifaz acentuando aún más su sonrisa, la cual a este punto llegaba a asustar al niño—¿Entonces quieres vengarte del anillo, pero no quieres que se escape?

—¡Exacto! —Comentó Apolo con una sonrisa palmeando suavemente el bolsillo donde había colocado el anillo.

—Si es lo que deseas, déjame ayudarte…—Dijo el hombre del antifaz con una sonrisa, mientras se levantaba y corría hacia donde estaba Apolo. Antes de que el niño pudiera reaccionar, el hombre grande estaba a unos pocos pasos y sin mucho esfuerzo le dio un empujón que lo hizo rodar por el suelo hasta caer por el acantilado.

*¡Aaaaaaaah!* Gritó Apolo con desesperación mientras caía por el acantilado.