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E62-Fausto

Lejos muy lejos de la capital del imperio, se encontraba un gran castillo en el medio de un denso bosque de árboles negros con hojas rojas; no obstante, poco podía apreciarse de la belleza del castillo, pues la misma se escondía en la profunda oscuridad de la noche.

En dicho castillo había innumerables habitaciones, pero una de estas habitaciones estaba particularmente «viva» esta oscura noche, desde las ventanas de dicha habitación podía verse luces llamativas cambiando de color al ritmo de una música pegajosa, cuyo volumen era tan alto que retumbaba por todas las paredes del castillo.

La habitación en cuestión estaba repleta de cristales flotando por todo cuarto y los mismos cambiaban de color siguiendo una canción que podía escucharse proviniéndose del interior de cada cristal. Mientras que en el suelo de la gran habitación podía verse cientos de personas desnudas comiendo, bailando, bebiendo y divirtiéndose por todos lados de formas grotescas y sin mostrar vergüenza alguna.

Apoyados en el piso de la habitación había grandes mesas circulares cubiertas con un delicado mantel bordado con rosas rojas, las mismas se encontraban dispersas por toda la habitación y arriba de cada mesa se encontraba los más delicados manjares acompañados de las bebidas más deliciosas que uno pudiera imaginarse. Aunque poco podía verse de esas delicias que estaban ocultas tras los incesantes juegos de luces que divertían a los participantes de esta fiesta.

No obstante, la fiesta parecía tener un gran problema, ya que en una de las esquinas de la habitación se encontraba un cristal en el aire que no parecería funcionar correctamente, dado que el mismo no emitía ningún sonido y flotaba emitiendo un perturbador e incesante color rojo. Abajo de dicho cristal se encontraba una mesa redonda particularmente grande, pero pese a ello solo un joven se encontraba sentado en la misma. El joven era bastante musculoso y tenía el pelo y los ojos negros. Pero lo más particular de su rostro era su gran nariz aguileña, la cual mataba cualquier tipo de belleza que el joven podría portar innatamente. Al igual que el resto de participantes de esta grotesca fiesta, el solitario muchacho se encontraba completamente desnudo sin mostrar una pizca de vergüenza mientras bebía de una jarra mirando cómo todos los demás se divertían.

El muchacho mecánicamente tomaba su jarra, la terminaba, la rellenaba, tomaba su jarra, la terminaba y la volvía a rellenar: incansablemente y sin desperdiciar un segundo en realizar otros movimientos más que los que parecían vitales para él. Poco a poco las botellas fueron cayendo al suelo y bajo los seductores efectos del alcohol la visión del joven comenzó a distorsionarse. En los ojos del joven la gente que se divertía se volvía cada vez más extraña: sus rostros eran cada vez más borrosos, sus cuerpos cada vez más grotescos y sus actos cada vez más anormales: desde gente que sin escrúpulos se peleaba en el medio de la fiesta, hasta hombres arrancándole los brazos a los desgraciados borrachos que se habían desmayado para devorarlos con deleite, el morbo era absoluto y el joven incluso pudo ver que había gente cagando arriba de la comida del otro y luego forzándola a que se la comiera. Todo se estaba corrompiendo mientras el joven en silencio bebía mecánicamente cada vez más consciente de que el silencioso cristal que flotaba sobre su cabeza en realidad estaba emitiendo un pitido continuo, cuya presencia se hacía más dominante en sus oídos con el paso de las botellas vaciándose.

El tiempo pasaba y poco a poco las botellas en la gran mesa redonda fueron agotándose, el joven en trance las ignoraba y continuaba sirviéndose lo que estuviera al frente de él, hasta que de repente todas las luces de la habitación se coordinaron y cambiaron al mismo perturbante e incesante color rojo que iluminaba la mesa redonda del joven. Sin embargo, el mundo mantenía su ritmo, la música no había cesado y todos continuaban con sus grotescas rutinas; sin embargo, en una de las mesas en la esquina contraria a la que se encontraba el muchacho solitario, había una persona que notó la soledad del joven bebiendo y decidió acercarse atravesando todas las mesas en la habitación.

La persona en cuestión era tan alta y grande como el joven bebiendo, tenía el pelo negro y los ojos claros; sin embargo, su rostro estaba oculto por un antifaz de plata por lo que era imposible distinguir de quien se trataba. Como todos en la habitación el hombre se encontraba desnudo; sin embargo, un notorio anillo de oro se encontraba en uno de sus dedos mostrando su estatus. El joven sin prisa alguna fue caminando mientras miraba a las personas en cada una de las mesas como si estuviera asegurando de que todos se estuvieran «divirtiendo», pese a ello el resto de personas en la fiesta parecía que le tuvieran miedo y buscaban evitar su acechante a como dé lugar, tratando de no llamar particularmente la atención de este joven.

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Finalmente, la persona en cuestión llegó a la mesa del joven bebiendo y se sentó a su lado mientras decía con un tono de voz lleno de confianza:

—¿Qué pasa, Apolito?, Te notó algo incómodo, ¿acaso no te gusta la fiesta que preparé?

Al escuchar la voz familiar, Apolo salió del trance y miró con desconfianza la sonrisa del hombre enmascarado, mientras comentaba en voz baja:

—¿Qué mierda estamos celebrando, Fausto?

—¡Ja, ja, ja, ja, pero que borracho que estás hermano!—Exclamó Fausto entre risas golpeando fuertemente la mesa provocando que la misma se abollara, hasta lograr tranquilizarse, acto seguido tomó una de las botellas de la mesa y preguntó:

—¿Acaso esta porquería te hizo olvidar que hoy celebramos tu gran día?

—Supongo que sí…—Respondió Apolo bastante atontado mirando la habitación, dándose cuenta de que no lograba recordar ni cómo había llegado a esta sala y mucho menos porque carajos estaban todos desnudos en esta extraña fiesta.

—¡Vaya trago de mierda compraste manga de incompetente!—Gritó Fausto enojado, tirando la botella en su mano con violencia. La botella salió disparada como una bala y hundió la cabeza de una persona que se encontraba bailando en la mitad de la habitación, instantáneamente el hombre cayó sin vida al suelo mientras su sangre comenzaba a borbotear de su cabeza manchando a las demás personas bailando; sin embargo, la música no se detuvo y todas las personas alrededor del cadáver siguieron bailando con normalidad, ignorando completamente al muerto.

—Tu humor está tan sano como siempre…—Comentó Apolo con una sonrisa irónica, mientras se servía otro trago—¿Entonces por qué estamos «festejando»?, y más importante aún: ¿Por qué estamos desnudos?

—Estamos festejando que finalmente lo lograste: ¡Tras más de un año finalmente pudiste terminar de amueblar tu casa!—Gritó Fausto con una sonrisa, provocando que todas las personas en la sala detuvieran lo que estaban haciendo para festejar el logro de Apolo, como si pudieran escuchar la conversación entre los dos hermanos pese a la música fuerte que se escuchaba por todo el salón.

—¡Oh!, Cierto, me había olvidado, realmente es motivo de fiesta—Respondió Apolo con una sonrisa de oreja a oreja mientras bebía su trago con tranquilidad, ahora parecía que la bebida en su interior sabía mucho más rico que antes—¿Pero por qué estamos desnudos?

—¡Tú lo pediste, manga de borracho!—Gritó Fausto mientras se hamacaba en su asiento y bebía directamente de una botella que había sacado de la mesa de Apolo—Recuerdas: «Los magos, visten como magos y ahora que finalmente estoy por lograr un logro en el mundo de los magos, es mejor que vista como un mago», Pero nunca compraste la túnica negra, por lo que terminaste poniéndote en pelotas mientras bebías en soledad y como es tu gran fiesta todos te seguimos la corriente.

—Juraría que no estoy tan borracho como para olvidarme que me desnude delante de todos ustedes—Comentó Apolo un poco aturdido por las declaraciones de su hermano mayor.

—Puedes imaginarte cualquier cosa muchacho: ¡Esta fiesta es tu «mundo» lo que importa es que seas feliz y disfrutes tu logro!—Exclamó Fausto mientras sonreía y miraba inquisidoramente como todos se estaban divirtiendo en la fiesta.

Sin embargo, los ojos acechantes de Fausto notaron que había un pajarito deprimido que al parecer no cantaba con el resto de la bandada, al notar que alguien no se estaba divirtiendo la sonrisa de Fausto se distorsionó y una mirada de asco surgió en su rostro, mientras le comentaba a su hermano:

—Hey, Apolito, ¿recuerdas cuando te enseñé el truco de la flecha?

—¿Eh?… ¡Ja, ja, ja, claro!, me acuerdo como nos pasábamos los inviernos quemándole el culo a los criados—Río Apolo con alegría, mientras se rellenaba su jarra.

—¿Tienes ganas de jugar otra vez, hermanito?—Preguntó Fausto mirando a Apolo con una sonrisa cómplice.

—¡¿Acá?!, ¿En el medio de la fiesta?—Preguntó Apolo mirando al resto de personas divirtiéndose grotescamente con algo de vergüenza.

—¡Pero por supuesto que acá, esta es tu fiesta y en la misma tú eres el rey!—Respondió Fausto de forma eufórica mientras señalaba a todos los presentes con la botella en su mano—En este castillo puedes hacer realidad lo que tú te imagines: ¡Lo que sea: solo pídelo y haré que ocurra! ¡Al fin y al cabo eres mi hermano menor!

—Bueno… haber… ¿Qué tal si?… ¿Qué tal si jugamos al juego de la flecha?—Preguntó Apolo mientras reflexionaba, pero lo cierto es que no se le ocurría ninguna buena idea para entretenerse en su fiesta: él siempre andaba «trabajando» en sus propias metas por lo que no se tomaba tiempo para disfrutar de otras cosas con otras personas y no sabía muy bien como divertirse en una fiesta. Por lo que el joven noble terminó proponiendo la idea que le recomendó su hermano mayor.