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E55-Los ataúdes

Apolo releyó el mensaje con particular atención, incrédulo de lo que estaba leyendo: esta era la primera vez que el joven noble escuchaba algo como recibir cristales por aceptar bienes y lo más impactante era la persona que había firmado el ofrecimiento. Pero ahí estaban las palabras escritas y las mismas no podían mentir: ¡Realmente el ministro de asuntos urbanos estaba dispuesto a regalarle cristales!.

—¿Lo rechazamos?—Preguntó Orrin notando que su señor se había quedado releyendo esa carta durante diez minutos enteros, ante la vista incómoda de todos los conductores.

—¿Acaso nos están sobornando?—Murmuró Apolo con escepticismo, mientras con dudas se acercaba al conductor del primer carruaje y lo miraba con desconfianza—¿Tienes los cristales, muchacho?

—Sí, ¿Acepta la oferta del ministro?—Preguntó el conductor sacando una tarjeta negra de su bolsillo.

—Depende, ¿Qué buscan a cambio del soborno?—Respondió Apolo con dudas, desconfiando de la buena voluntad del ministro de asuntos urbanos mandado estos «regalos».

—No leí la carta, pero no estoy al tanto de ningún soborno, noble señor—Respondió el conductor algo nervioso.

—¡El problema es el contenido de los carruajes, mi señor!—Gritó Orrin con enojo

—¿Tienen cosas rotas?, ¡Fui muy específico al mencionar que no aceptamos basura!—Exclamó Apolo con enojo, al fin al cabo unos cachos de madera y unos trozos de metal oxidados no contentarían a las criaturas, tenía que haber una historia: ¡Algo que las conmueva!. O al menos eso pensaba el joven.

—En principio podría decirse que no, noble señor. Aunque el estado no es el mejor, debería comprobarlo usted mismo: según el ministro esto es muy similar a alguna de las cosas que ya ha comprado—Respondió el conductor rápidamente, temeroso de la mirada del joven gigante que tenía al frente.

—Veremos…—Murmuró Apolo acercándose al carruaje del conductor para levantar las frazadas que ocultaban los bienes en su interior: Cómo bien dijo el conductor, el estado de los bienes no era precisamente nuevo, pero aún podía distinguirse que se trataba de varios ataúdes apiñados unos arriba de los otros, eran muy diversos y la mayoría era bastante bonitos. Con curiosidad, Apolo abrió uno de los ataúdes para ver que en su interior se encontraba los huesos de una persona vestida muy finamente: por la falta de olor y carne en los huesos parecería que esta persona murió hace demasiado tiempo e incluso parecería que alguien se había tomado el trabajo de acomodar los huesos de estas personas para que luzca más presentable, ya que había una inusual falta de polvo en el interior del ataúd.

—No podemos aceptar muertos, ellos descansaban pacíficamente y estos brutos los desenterraron: ¡Son los ancestros de otra persona, mi señor!—Dijo Orrin energéticamente, bastante enojado con la idea de que se haya desenterrado estos cadáveres, parecía que era un gran tabú hacerlo.

—¿Por qué desenterraron a los ancestros de otras personas?, ¿Acaso las personas comunes no temen la ira de los muertos?—Preguntó Apolo mirando a la larga fila de carruajes pensativamente, al él le importaba bastante poco ofender a todos estos muertos, ya que confiaba en que sus ancestros serían más poderosos y lograrían protegerlo de su cólera.

El conductor miró al joven al frente como buscando convencerlo con la mirada y explicó el contexto de la situación:

—Debido a que se está realizando una expansión en uno de los cementerios de la ciudad anillo: dada la cantidad de gente que murió por peste azul en los últimos años es necesario más espacio y se está construyendo un subsuelo; para terminar la obra se necesita remover los ataúdes enterrados y dado que resulta costoso optar por una cremación, el ministro creyó que era mejor «donarlos» a su investigación mágica.

—No sabía que el imperio efectuaba obras en la ciudad anillo…—Comentó Apolo revisando los baúles en el carruaje.

—Por supuesto que las hace: sería imposible que viviera tanta gente en ese lugar si únicamente dependieran de ellos mismos—Respondió el conductor—Lo que sí es cierto es que por desgracia el presupuesto no llega para cubrir todas las áreas de la ciudad anillo.

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—¿Estos son todos los carruajes o hay más?—Preguntó Apolo mirando a la larga cola de carruajes que llegaba hasta la puerta de su estancia.

—En realidad todos estos cadáveres no son ni la mitad de los que son necesarios remover; sin embargo, el guardián del cementerio se está oponiendo a esta medida—Respondió el conductor, al parecer bastante informado sobre el tema—Por lo que solo pudimos trabajar en la parte más antigua del cementerio, donde ya casi nadie acude a visitar a estos muertos.

—Oh, vaya problema…—Comentó Apolo mirando la larga cola de carruajes reflexivamente por unos segundos— ¿Todos los ataúdes tienen este estado?, llevo bastante tiempo trabajando con artefactos de segunda mano y todo me indica que los ataúdes de este carruaje los estuvieron limpiando de antemano para venderme más fácilmente el trato.

—No, nosotros nunca nos atreveríamos a engañarlo, noble señor— Respondió rápidamente el conductor poniéndose bastante nervioso—Me temo que estos son los mejores ataúdes, los que pertenecían a gente de clase media tienen ataúdes menos finos y los de clase baja fueron enterrados en fosas comunes por lo que solo trajimos sus huesos.

—Mi señor, esto es una mala idea: ¡Los muertos nos darán mala fortuna!—Dijo Orrin preocupado por cómo Apolo estaba reaccionando tan tranquilamente a la situación.

—Huesos… técnicamente cuentan algo… Sí, algo cuentan—Murmuro Apolo en voz alta mirando los huesos del ataúd abierto ignorando las advertencias de su mayordomo— ¿Y las lápidas de las tumbas?, ¿También están?

—Sí, trajimos todo lo que sé tuvo que remover para realizar la obra—Respondió el conductor implorando que esta persona aceptara su oferta y lo librará del problema de regresar con los muertos.

Apolo miró los ataúdes en los carruajes por una última vez y ordenó con alegría:

—Bueno, podríamos ayudar al ministerio: ciertamente estos ataúdes son útiles en mi investigación mágica y andamos necesitando cristales. Orrin, haz que los conductores lleven los baúles a la mazmorra, luego haz que los criados los vayan acomodando.

—Pero, señor: ¡Le reitero que estos son los ancestros de otras personas!—Gritó Orrin enojado con la orden, no pudiendo tolerarla.

—¡Orrin, justamente es por eso que los estamos ayudando!—Exclamó Apolo con una sonrisa, mientras lo tomaba por la espalda y lo giraba para señalar la larga fila de carruajes—Todas estas personas vivieron a las sombras de la muralla de la capital y ahora finalmente están pudiendo descansar en sus tierras. Es nuestro deber alojarlos en nuestras tierras, como buenas personas que somos.

—Señor, yo nunca dudaría de su buena voluntad de darle un glorioso descanso a estos difuntos, ¿Pero justo nosotros somos los que tenemos que encargarnos de esa tarea?—Pregunto Orrin sin dar un paso atrás en su postura—Es bien sabido que meterse con los difuntos ajenos trae problemas.

—¡Y es aún más sabido que meterse con las personas vivas equivocadas trae problemas aún más grandes!—Exclamó Apolo mirando con una sonrisa al conductor del carruaje de enfrente de toda la fila y encargado de informar el trato—¿Quién es la persona que más ofendimos con nuestra larga y dura misión, querido Orrin?, justamente al ministro de asuntos urbanos. Y si voy a aceptar este soborno es justamente para tenerlo bien agarrado de las pelotas, ¿no te parece una buena idea, amigo conductor?.

—…—El conductor miró para atrás, claramente esta conversación estaba siendo escuchada interesadamente por el resto de conductores por lo que lo más sabio era fingir demencia e ignorar la existencia de la pregunta dada por el noble.

—Ves, viejo mayordomo: el silencio de nuestro nuevo amigo me indica que no estoy equivocado del todo—Dijo Apolo con una sonrisa aún más amplia mientras palmeaba la espalda de Orrin—Ahora ve y encárgate de que estas nuevas adquisiciones sean cuidadosamente guardadas en las mazmorras y lleva las lápidas de los difuntos a la parte donde el sol nunca llega: alguna mísera decoración hay que ponerle a ese lugar del jardín.

La estancia de Apolo estaba justo ubicada en uno de los extremos de la capital. Por lo que uno de los lados de su estancia tenía de pared las inmensas murallas de la capital: la misma era tan alta que provocaba que una porción de su estancia jamás recibiera sol en ninguna hora del día y como no había sol, tampoco había muchas plantas que podía crecer, en consecuencia esa región de la estancia estaba colmada de unos yuyos extraños.

Sin embargo, esa zona no era del todo inutilizada, ya que había una cabaña de madera en ruinas y otras estructuras que fueron carcomidas por el paso del tiempo. Pero ciertamente era la parte más horrible de su estancia, aunque de todas formas el anterior dueño había colocado un lago justo entre esa parte de la estancia y la mansión de forma de tratar de marcar una diferencia entre los dos terrenos.

—Cumpliré sus órdenes, señor—Respondió Orrin, ya cansado de discutir, implorando a sus ancestros que lo protejan de la cólera de los difuntos.

—Me place oírlo—Respondió Apolo volviendo a entrar a la mansión, sin tener intenciones de lidiar con los detalles y problemas que tendrían que resolver su mayordomo y el conductor.