El gigante se adentró en la tienda de campaña, permitiéndole ver a Apolo lo espaciosa que era su interior, la misma estaba llena de muebles en los costados que estaban llenos de libros y pergaminos enrollados. En el medio de la habitación había una gigantesca mesa de madera cuya superficie se parecía a un tablero de ajedrez y rodeando la gran mesa se encontraba una gran cantidad de pizarrones con mapas y planos, los cuales parecían haber sido utilizados por los individuos en la carpa para poder explicar sus planes o sus dudas.
Por su parte la mesa era bastante alta y no tenía ningún sillón por lo que parecía que las personas que la usaban debían permanecer parados. Pese a ello las personas en la carpa se las habían arreglado para meter unos sillones a los cuales les habían colocado unos tablones en sus apoyos para que sean un poco más altos y puedan ver la mesa.
Como tal solo había 5 personas en la gigantesca tienda, lo cual hacía resaltar la inutilidad del tamaño de la misma, y por otra parte estaba incomodando al gigante quien preguntó de inmediato:
—¿Dónde escondiste a mis capitanes, Isidoro?
Apolo pudo reconocer al hombre vistiendo la peculiar armadura de huesos rotos en la carpa, el soldado era bastante fácil de encontrar, ya que era el único en la carpa que vestía una armadura tan poco usual y además el hombre tenía un bigote muy coqueto que era inolvidable. Por su parte las otras 4 personas en la tienda militar también eran inolvidables aunque no por sus rasgos faciales, sino por sus apariencias: dichas personas probablemente eran los representantes de algunas de las 6 familias principales del imperio.
—¿No debería discutir los planes de guerra primero con las personas de más alto rango en el campamento militar antes de informarle a sus capitanes, general?—Preguntó Isidoro transmitiendo calma al hablar.
—Claro que es así y por eso mismo te pido que traigas a mis capitanes: ¡No planeo discutir nada, voy a dar una orden!—Gritó el gigante haciendo que la mayoría de personas en la sala se taparan los oídos.
—¿Por qué no discutes la orden con nosotros, Cristóbal?. No tenemos por qué obedecerte, solo vinimos a «participar» en el conflicto en nombre de las familias que representamos, no es como si fuéramos a tomar una espada en realidad—Respondió con mucha calma la única persona en la tienda además de Isidoro que no se había tapado los oídos. Apolo no podía reconocer a qué familia principal representaba esta persona, puesto que su apariencia no le recordaba a ninguna: la persona en cuestión tenía un cuerpo bastante tonificado y tenía el torso completamente desnudo y lleno de tatuajes complicados, por lo demás su rasgo más distintivo era su carencia de cuencas oculares; directamente no tenía ojos y no era que era ciego, sino que esta persona simplemente tenía piel en donde deberían estar sus ojos.
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—Jamás esperaría nada de todos ustedes, y mucho menos esperaría algo de un mercenario. Lo único que me importa es que sus hombres cumplan mis órdenes, las cuales no deberían discutirse…—Respondió Cristóbal mientras se acercaba a la mesa, al parecer el gigante se había resignado a que tendría que explicar el plan en su cabeza si quería contar con la ayuda de los hombres que custodiaban a estas personas.
—¿Entonces cuáles son las órdenes que quieres que nuestros hombres cumplan, Cristóbal?—Preguntó un chico de no más de 11 años, era el más joven de la habitación y claramente era demasiado joven para ser mandado a la guerra. Apolo pudo ver que este joven era el que tenía el cuerpo más llamativo de todos los presentes, el mismo tenía la apariencia de un niño moribundo sufriendo una enfermedad terminal: Su piel era completamente pálida y reseca, por lo que sus labios estaban quebrados y en muchas partes de su cuerpo parecía tener piel muerta similar a la que se vería en una quemadura por exponerse demasiado al sol. No obstante, lo que más lástima generaría era la gran cantidad de tumores que crecían por todo el cuerpo del niño, de hecho parecería que los tumores le impedían al pobre caminar, ya que el joven estaba en una silla de ruedas. Y pese a todo ello, Apolo sabía que el niño estaba en perfecto estado y que esta apariencia moribunda era con la que nacían todos los miembros de su familia, puesto que el desafortunado niño era ni más ni menos que un miembro de la familia de los campos plateados, es decir un miembro de la familia imperial.
—¡General, mocoso!, ¡me llamas general!, ¡tú no eres un mercenario y perteneces al ejército, así que me llamas como mi rango indica!. ¡Cuando terminemos esta misión y abandones el ejército puedes llamarme como se te cante el culo, pero mientras tanto acá dentro hay una disciplina que hay que respetar!—Gritó enojado Cristóbal dándole golpes a la mesa, pero con el cuidado de no romperla, por lo cual se notaba que el gigante solo quería hacer ruido.
—¡Lo siento, general!—Respondió el niño algo asustado.
*Coff, Coff* Tea e Isidoro, tosieron unas cuantas veces, como tratando de indicarle indirectamente a Cristóbal que bajara el tono de la conversación, pero al gigante no parecía importarle.
—Presten atención y escuchen la orden...no me interrumpan hasta que termine de hablar…y luego la discutimos...—Dijo Cristóbal forzándose a tener paciencia, tomando unos cristales blancos de un tarro arriba de la mesa, para luego ir metiéndolos en unos agujeros dispersos por la gran mesa.
Tras terminar de poner los cristales, notando que todos estaban callados y prestándole atención, el gigante rozo con su mano la mesa y murmuró:
—Recrea el mapa de la zona.