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E103-La vieja

Los dos jóvenes siguieron a las piedras sin flores por casi una hora hasta que finalmente encontraron lo que estaban buscando, pero lamentablemente no eran lo que se esperaban encontrar: Apoyando su espalda contra un gran árbol negro se encontraba una mujer bastante vieja con una espada clavada en la panza, la mujer aún respiraba débilmente, pero por lo pálida que estaba la piel de la vieja todo parecería indicar que no le quedaba mucho tiempo de vida.

—¡Eco!—Gritó Homero corriendo hacia la vieja, para comprobar como estaba.

Apolo también corrió a observar el estado de la vieja, él no la conocía, pero al parecer su hermano menor conocía a esta criada.

—¿Cómo está la vieja?—Preguntó Apolo viendo a su hermano revisando el lugar en donde le habían clavado la espada a la anciana.

—¡No sé, tú fuiste a más clases que yo! ¡Dime tú! ¡Tú eres el mayor, tarado!—Gritó Homero con desesperación bastante nervioso, parecía que sí había logrado obtener una conclusión pero no podía aceptarla

Apolo se acercó a la anciana que respiraba débilmente y luchando por no verle los ojos llorosos, se concentró en la herida en la panza.

—La vieja está muerta o en algunas horas lo estará…—Respondió Apolo con crueldad, notando que a la anciana le habían atravesado algunos órganos vitales con el espadazo.

Al escuchar las conclusiones del niño, la vieja alzó la mirada al cielo liberando algunas lágrimas, parecía que había aceptado su destino.

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—¿Cómo que Eco va a morir?—Preguntó Homero entre lágrimas

—¡Deja de llorar, así es la vida, le pasa por no haberse tomado sus lecciones de esgrima en serio! No cambiarás nada con tus llantos y aún no sabemos si este lugar es seguro: ¡Así que deja de llorar y ponte serio!—Gritó Apolo mientras le embocaba una cachetada a su hermano menor—¿Vieja, sabes qué le pasó a Helena?

—Se la llevó… el mal-malvado… Thais—Contestó la vieja con esfuerzo mientras escupía sangre por la boca como si estuviera dejando las últimas fuerzas que le quedaban en este mensaje.

—¿Por dónde se fueron?—Preguntó Apolo con urgencia, tomando a la vieja de los hombros, parecería que no le quedaban muchas fuerzas y las estaba gastando ahora para poder decirle este mensaje.

—Ellos dij-dijeron… que irían… al la cueva del… aca-acantilado a esconderse... al fin-final de este arroyo—Respondió la vieja usando lo último de sus fuerzas entre tosidos violentos, mientras levantaba la mano y apuntaba su brazo hacia una dirección, para luego bajarla abruptamente.

—¡Eco!—Gritó Homero tomando de los hombros a la vieja, agitándola para hacer que reaccionara, pero la anciana estaba completamente inmóvil.

—¡Está muerta, ya déjala! ¡Si no nos apuramos también matarán a Helena!—Gritó Apolo sacando la espada del estómago de la mujer, poniéndose en marcha hacia la dirección señalada por la anciana.

—Pero…—Quiso decir Homero

—¿Pero qué mierda vas a hacer?, ya murió, ya fue: ¡No vas a revivir a la anciana!—Interrumpió Apolo con un fuerte grito, sin darse la vuelta y siguiendo su marcha—¡Si no te apuras Helena morirá por tu culpa, idiota!

Homero vio con lágrimas el cadáver de la anciana, para luego ver como la espalda de su hermano se alejaba en la distancia. Sin querer perderlo de vista, Homero corrió hacia su hermano, mientras se limpiaba las lágrimas en su rostro.

Finalmente el niño regordete alcanzó la espalda de Apolo y juntos los dos hermanos se dirigieron hacia el final del arroyo en busca de su querida amiga.