—¿No es la realidad, es cómo lo veo?—Repitió Apolo, su hermano había hecho hincapié en esa frase o al menos eso había sentido, pese a ello el joven noble no captaba la idea de la misma.
—Exacto, siempre ves las cosas mal, Apolito—Mencionó Fausto con una sonrisa mientras la música en la habitación se volvía particularmente movida, provocando que los cristales parpadearan tanto al punto que fuera complicado verse la cara entre sí.
—¡¿Siempre?!—Exclamó Apolo algo enojado con esa idea.
—Sí, siempre: ¿si hubieras visto las cosas como son nunca hubieras terminado de esta forma, o no muchacho?—Respondió Fausto con una voz más rasposa que de costumbre mientras se hamacaba en su silla. Las luces en la habitación comenzaron a parpadear tanto que parecía que Fausto se estuviera moviendo en cámara lenta, sin embargo, Apolo pudo distinguir bien como la sonrisa de su hermano se iba haciendo cada vez más grande, poniéndolo incómodo.
—¿Acaso está mal terminar de esta manera?, estoy más que contento con mi vida—Respondió Apolo con orgullo, casi gritándolo dado que la música estaba comenzando a sonar tan fuerte que se le estaba haciendo complicado continuar la conversación a los dos hermanos.
—…—Fausto movió sus labios en respuesta, pero la música estaba tan alta que ni estando casi pegado a él Apolo pudo escuchar lo que su hermano mayor decía, por lo que solo pudo ver como los labios de su hermano se movían en cámara lenta.
—¡No te escuche!, ¡¿Qué dijiste?!—Gritó Apolo molesto con la música y las luces.
—…—Fausto volvió a repetir lo que dijo, pero Apolo no pudo escucharlo.
—¡¿Qué?!—Gritó Apolo acercándose al oído de su hermano tratando de escuchar lo que decía.
—Que hay que continuar el juego, es tu último turno…—Comentó Fausto, mientras Apolo miraba como su hermano mayor señalaba con su botella en cámara lenta hacia una dirección.
Apolo entendió lo que dijo su hermano y miró a la dirección donde apuntaba, las luces eran tan incómodas que era bastante complicado ver al cuerpo desmayado de Helena en una de las paredes. Pese a ello Apolo hizo el esfuerzo para identificar el cuerpo de la joven, ya que el joven noble supuso que la única manera de lograr comprender lo que le querían decir sus ancestros con este sueño era terminando este bizarro juego.
Apolo levantó las dos manos y una pelota de fuego del tamaño de una rueda comenzó a formarse en las palmas de su mano. El joven sintió como la piel en sus palmas se desgarraban y comenzaban a sangrar, más bien no le importaba, pues sabía que todo esto no era real.
*Fush* La bola de fuego salió disparada por los aires en dirección de Helena. No obstante el joven noble estaba más concentrado luchando por no gritar del dolor, que en mirar el resultado de su intento, pues sus manos habían desaparecido completamente y solo dos muñones de piel quemada podían encontrarse en su lugar. Al parecer el joven había exagerado con el tamaño de la bola de fuego y su cuerpo no logró resistir su lanzamiento.
Pese al sacrificio del joven, la bola de fuego desgraciadamente voló con una velocidad vertiginosa hasta impactar de lleno contra el techo de la pared arriba de Helena, provocando que el techo se destrozara y algunos escombros cayeran arriba de los participantes de la fiesta, aplastándolos hasta la muerte. Por desgracia o fortuna ninguno de los escombros cayó arriba de Helena por lo que: ¡Apolo había fallado!
*buuu,buuu,buuu* Luchando con el dolor, Apolo miró con enojo como todas las personas en la habitación comenzaban a reírse y burlarse desenfrenadamente de él. Algunos participantes hasta rodaban por el suelo de la risa sin preocuparse en absoluto por las personas atrapadas entre los escombros, mientras que otros participantes comenzaron a tirar comida y botellas en la dirección donde estaba el joven noble, mostrando la desaprobación que sentían por su intento fallido.
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—...—Fausto movió la boca para hablar, pero Apolo solo pudo verla moviéndose en cámara lenta por los flashes de las luces. Sin levantarse de la silla y levantando una sola mano al aire, una bola de fuego dos veces más grande que la creó Apolo se formaron al frente de la palma de Fausto, no obstante el noble no disparó la bola y en su lugar la misma comenzó a cambiar hasta tener la forma de un anillo.
*¡Fushhh!*El anillo salió disparado en dirección al pecho de Helena. Apolo observó cómo en unos pocos parpadeos, el anillo de fuego llegaba a tocar el cuerpo de Helena y lo partía inmediatamente en la mitad provocando que la mitad de su cuerpo cayera al piso y la otra mitad quedará colgando del de su única mano restante.
*Plaff,plaff,plaff* Aplausos atronadores comenzaron a llenar la habitación, acompañado de gritos llenos de júbilo. Todo indicaba que el público finalmente había elegido su campeón favorito.
Entre el medio de los aplausos, Fausto dejó de hamacarse y como si estuviera caminando en cámara lenta se fue acercando hacia el amputado brazo de Helena colgando en la pared. Apolo observó como su hermano mayor retiraba el premio del juego: el anillo de bronce del brazo cortado de Helena, para luego volver a la mesa triunfante entre halagos y aplausos.
—¡Felicidades, ganaste!—Comentó Apolo acercándose al oído de su hermano algo extrañado porque la música fuerte y las luces asfixiantes no disminuían su intensidad; según su idea inicial ahora es cuando debería poder volver a hablar con su hermano para entender este sueño.
—Gracias, ten, te lo regalo, no me sirve de nada esta porquería—Respondió Fausto tirando el anillo de bronce a su hermano menor.
—¿Me lo regalas?—Preguntó Apolo atontado, mientras intuitivamente buscaba atrapar el anillo de bronce en el aire, para sentir su peso, su forma, su tacto y sus defectos: todo parecía tan real y perfecto como siempre en el anillo. Sin embargo, sus muñones solo se agitaron en el aire y el anillo cayó arriba de la mesa, recordándole al joven que acababa de perder sus manos tratando de ganar el juego.
—Sí, es tu fiesta de celebración: algo tenía que regalarte, ¿o no?—Preguntó Fausto con una sonrisa en su rostro mientras miraba como Apolo se quedaba mirando el anillo en la mesa, más interesado en el anillo que en lo que había respondido.
—Ya que es tu regalo, lo guardaré con cuidado—Dijo Apolo buscando ponerse el anillo en el bolsillo, el joven comenzó a arrastrar con esfuerzo el anillo con sus muñones hasta llevarlo al costado de la mesa, para así hacerlo caer en su bolsillo, pero entonces Apolo recordó el pequeño gran detalle: estaba desnudo y no había bolsillo alguno. Por lo que el anillo cayó directamente al suelo.
—Se ve que estás bastante borracho…—Exclamó Fausto viendo la escena con una sonrisa cada vez más ancha.
Con algo de vergüenza por acabar de tratar de guardar el anillo en un bolsillo imaginario, Apolo trató de levantarlo con sus pies, pero al instante se dio cuenta de que el anillo era demasiado chico para poder ser atrapados por los gigantescos dedos de sus pies.
Al notar que no había otra manera, Apolo con vergüenza se agachó en el piso y recogió el anillo con su boca. Cuando finalmente lo agarró y trató de volver a levantarse, el joven con incomodidad se dio la vuelta para ver como su hermano mayor lo observaba con una sonrisa desde su espalda. Sin decir nada y desprevenidamente, su hermano mayor le pateó el culo a Apolo y lo hizo rodar debajo del mantel de la mesa.
Apolo quiso preguntarle a su hermano qué mierda acababa de hacer, pero entonces recordó que tenía el anillo en su boca y si hablaba el anillo se le caería, por lo que con esfuerzo trató de mantener el anillo en su boca mientras tropezaba. No obstante, cuando el joven traspasó el mantel de la mesa se dio cuenta de que en realidad la mesa se encontraba flotando en el aire dado que un agujero inmenso se encontraba abajo de la misma. El joven noble instintivamente quiso pedir ayuda a su hermano mayor, pero a su vez se negaba a soltar el anillo en su boca, esa indecisión le provocó a Apolo caer por el oscuro agujero.
Apolo cayó por lo que le pareció ser una eternidad sin poder ver absolutamente nada, ni los bordes del agujero, ni su propio cuerpo. Lo único que el joven podía sentir era como el ruido de la música en la superficie se hacía cada vez más distante a medida que se adentraba en las profundidades de este pozo sin fondo.
Fue entonces, cuando una eternidad ya había pasado, que el joven sintió que la música, ya casi imperceptible de la superficie, comenzaba a ser reemplazada con el ruido atronador de las rocas chocando con el agua. Al sentir ese cotidiano ruido, Apolo sintió como un escalofrío recorría su cuerpo, percatándose del hecho de que ya eran innumerables las veces que había terminado en esta situación y siempre terminaban de la misma manera: «muriendo miserablemente aplastado por las afiladas rocas del fondo del acantilado».