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E111-La llave de Pandora

—La máquina en cuestión se llama «La llave de Pandora» y fue creada por…—Comentó Helena con algo más de confianza, motivada por cómo la mirada de los magos en la habitación se había tornado en una de curiosidad, abandonando su postura juiciosa.

—Apolo de los…—Murmuró Homero casi susurrándose a sí mismo con una sonrisa bastante amplia. Tornando el rostro del ministro de magia en una sonrisa amarga; sin embargo, la expresión desapareció con la misma rapidez con la que se produjo, devolviendo su rostro al estado natural: sin emoción alguna. No obstante parecería que sí se produjo un cambio en el ministro, ya que el hombre dejó de prestarle atención a la exposición y en su lugar miró fijamente al escenario más concentrado en sus propios pensamientos que en lo que ocurría alrededor.

—… y fue creada por Apolo de los bosques negros…—Agregó Helena.

—¿Cómo?, ¿Yo creé esa máquina?—Preguntó Apolo aturdido, perdiendo el sonrojo en su rostro.

—Claro que no, pero debió haberla creado algún familiar que también se llamaba Apolo—Respondió Homero rápidamente.

—Qué casualidad más grande…—Murmuró Apolo sorprendido, mirando a la máquina con atención.

Helena siguió explicando con calma mientras se paseaba alrededor de la máquina:

—… La llave de Pandora fue creada para solucionar los problemas mentales de un individuo, permitiéndole al mago que la usa meterse en el subconsciente de la otra persona para modificar los pensamientos y los hechos vividos que traumaron al individuo a tratar. De tal forma de que el individuo termine percibiendo dichos problemas de otra forma más positiva.

—Sí, correcto, esa es su función original—Dijo uno de los magos en los palcos, al parecer consciente de la existencia de dicha máquina mágica—Ahora explíquenos, ¿cómo es que planea utilizar esta máquina para solucionar la maldición de Minos?.

—La máquina fue modificada para destruir el subconsciente de una persona y de tal manera al aplicar el método de Minos sólo tendría que trasladar mi mente a un recipiente vacío—Contestó la mujer, provocando que la niña a su lado la mire con aturdimiento como si no pudiera procesar lo que su maestra acababa de decir

—Pero me dijiste que me darías tu cuerpo y con él podría convertirme en una maga: ¡No que me asesinarías!—Exclamó la niña con preocupación.

*Plaf, plaf* La maga aplaudió dos veces provocando que dos guardias con armadura de plata entraran a la habitación y tomaran a Helena.

—Maestra, por favor no me haga esto, yo…—Trató de suplicar la niña, pero los guardias le clavaron una jeringa, la cual provocó que por más que Helena moviera la boca ninguna palabra podría ser emitida por ella.

Mientras la niña lloraba sin hacer ruido alguno, los guardias la arrastraron y la colocaron en uno de los sillones de la máquina, amordazándola para asegurarse de que no pudiera escapar. Los magos en el recinto vieron toda la escena sin emitir juicio alguno, parecía que habían visto tal escena demasiadas veces como para sentir empatía alguna por la pobre niña llorando desgarradoramente en el sillón.

—Qué pena…—Dijo Homero limpiándose las pocas lágrimas que manchaban su antifaz, al ver como la niña suplicaba por ayuda al resto de magos en la sala con su mirada solo para ser ignorada.

—Recuerda nunca sientas penas por un miserable traidor. Todos los traidores mueren de la misma manera: Traicionados… es lo que se merecen…y lo que buscaron—Contestó Apolo con una crueldad impropia de un niño de su edad, no olvidándose del motivo por el cual había venido a esta torre en primer lugar. Provocando que Homero dejara de llorar de forma demasiado abrupta como para pensar que sus lágrimas habían sido sinceras.

—Bien, ahora explique: ¿Cómo logró modificar la máquina?—Preguntó uno de los magos en los palcos, parecía que todos los magos querían preguntar lo mismo, por lo que sus espaldas se pusieron más rectas y sus miradas más atentas al escuchar la gran pregunta.

—Para destruir el subconsciente de mi acólita, procederé a corromperlo hasta que ella misma quiera autodestruirse, para ello tuve que realizar muchas modificaciones a la máquina, entre ellas…—Respondió la mujer con calma

—¡¿Cómo lograra corromper la mente de la niña?!—Interrumpió Homero gritando en voz alta, haciendo que su voz retumbara por todo el escenario; sacando del aturdimiento al ministro, sorprendiendo a Apolo y a casi todos los magos presentes: al parecer a nadie ni siquiera se le había pasado por la cabeza que el ministro o uno de sus invitados se metiera en la exposición.

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—¡Conteste esa pregunta!—Inmediatamente, ordenó uno de los magos en los palcos, tranquilizando los evidentes murmullos que podían escucharse por toda la habitación; al parecer los magos del concilio no toleraban la incumbencia del ministro en esta exposición, al fin y al cabo para ellos esto no era una cuestión burocrática, era una cuestión netamente académica y protocolar. El título de archimago era uno de los más importantes honores que podía recibir un mago y los magos del concilio no permitirían que un burócrata lamebotas al emperador de turno manchara esta noble tradición. Pero si la pregunta era respaldada por otro de los magos del concilio tenía validez y no lastimaba su orgullo como magos.

Helena obedeció la orden y explicó con orgullo:

—Para corromper la mente de mí acólita y destruir su subconsciente usaré mi más grande creación, la cual me otorgó el mismísimo título de mago de la codicia: ¡El anillo de la codicia!

Tras decir eso, la mujer se acercó hasta su acólita llorando e ignorando cruelmente su mirada llena de súplica, la maga procedió a sacar el anillo de bronce oxidado de la mano de la niña y lo levantó al aire mostrándoselo a todos los presentes con orgullo.

—¡¿Podría recordarnos cómo funciona su anillo?!—Gritó Homero con la calma de un vagabundo y la confianza del hombre muerto, sorprendiendo nuevamente a Apolo y provocando que el ministro se tomara la cabeza con ambas manos; sin embargo, no parecía ser por vergüenza, si no que su rostro demostraba que el ministro estaba completamente preocupado, incluso su gato había saltado del sillón donde cómodamente observaba el escenario para consolarlo, subiéndose a sus muslos y rozando su cabeza contra su panza.

—Conteste esa pregunta y relaciónela con la máquina, jovencita—Preguntó uno de los magos con rapidez, evitando que volviera a llenarse de murmullos la habitación y distrajeran a la protagonista de esta ceremonia.

Lejos de estar intimidada por las interrupciones, la maga Helena se paró en el medio del escenario y mostrando un anillo con un orgullo que le inflaba completamente su pecho procedió a explicar el anillo:

—Será un placer explicar mi asombroso invento: El anillo de la codicia. El mismo es capaz de corromper la mente de un individuo utilizando la codicia innata en cada persona, para generar dicha corrosión el anillo seduce al individuo para así lograr afectar sus prioridades básicas y reemplazarlas por el objetivo de corrupción en cuestión: por ejemplo, si yo buscara asesinar a un individuo el anillo podría ir creando necesidades poco usuales hasta que finalmente el corrompido siente una imperiosa necesidad por morir y se suicida. Otro ejemplo, si yo buscara el amor de un individuo el anillo podría ir reemplazando las metas y objetivos de la persona corrompida reemplazándolas con el afecto hacia mi propia persona. En el caso de este experimento usaré el anillo para que el propio subconsciente de mi acólita me asista en su propia autodestrucción, mientras yo verifico el proceso empleando la máquina en la sala.

—Mmm…—Murmuró Homero reflexivamente mirando como la maga en el escenario procedía a colocar nuevamente el anillo de la codicia a la niña. Mientras esto ocurría, el niño regordete pensaba profundamente, como si realmente tuviera dudas de lo que acababa de escuchar, tantas dudas que la sonrisa confiada había desaparecido completamente de su rostro infantil y ahora sus ojos miraban preocupadamente a la niña en el sillón, cuestionándose más cosas de las que le gustaría cuestionarse en este momento. Todas estas dudas comenzaron cuando el niño escuchó que el anillo servía para provocar que la acólita se autoasista en su propia destrucción, al parecer el niño enmascarado estaba dudando y pensando que tal vez eso fuera posible. Pero el niño enmascarado también sabía que todas estas dudas poco importaban, puesto que lo que realmente ocurrió este fatídico día sería conocido en los siguientes minutos.

Acto seguido, la maga en el escenario vio la mirada silenciosa de todos los magos del concilio que al parecer ya no tenían preguntas: habían comprendido el método superficialmente y como todas las pruebas que daban el título de archimago, los magos del concilio habían aceptado que el único que realmente podía comprender a fondo el verdadero sistema por el cual uno lograba alargar su vida era el futuro archimago en cuestión. A los magos del concilio les resultaría imposible utilizar el anillo de la codicia de Helena sin haber malgastado gran parte de su vida tratando de replicar la investigación de Helena, teniendo un riesgo de falla altísimo puesto nunca podrían pensar exactamente igual que Helena y mucho menos podrían tener sus mismas motivaciones e inspiraciones para lograr el éxito.

No obstante, los magos del concilio no parecían desilusionados, ni tampoco emocionados: todos en la sala eran conscientes de que si realmente existiera un método para lograr la inmortalidad replicable, el mismo se hubiera industrializado y vendido en masa hace mucho tiempo. Y de hecho, ya habían archimagos que lograron eso en el pasado, pero solo con productos que alargaban la vida de uno hasta cierto límite, no muy diferentes a la prolongación de vida que la medicina de un buen doctor podría darte haciéndote evitar las enfermedades, por eso nadie en la habitación esperaba que un método de inmortalidad casi perfecta como el método de Minos, pudiera ser replicado por todo el mundo. En cierto sentido las condiciones exageradas de Helena daban validez a su planteo, por más que para los magos de esta habitación esas condiciones eran inentendibles, o mejor dicho: Inaplicables. Aunque esa validez solo duraría hasta que el experimento se llevara a cabo y los resultados reales fueran comprobados por los ojos de todos los presentes.