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E126-Salida

Tratando de ignorar el horripilante ruido de las cadenas chocando, Apolo siguió gateando hasta finalmente salir del túnel para encontrarse nuevamente con los pasillos de la biblioteca. Apenas el joven pudo volver a pararse, no perdió el tiempo y se sacó la toga para ir arrancándose las pegatinas que se le habían colado debajo de la piel. Por suerte el «chaleco salvavidas» había dado su vida gloriosamente para poder sacarle al joven unas cuantas pegatinas de encima, no obstante todavía había unas cuantas pegatinas debajo de su piel y parecería que las mismas estaban chupando la sangre de Apolo como si fueran parásitos. Apolo no tardó mucho en sacárselas todas, ya que las mismas brillaban con un evidente color verdeció, aunque sacarse las pegatinas de la espalda le había resultado bastante complicado al joven, puesto que solo contaba con el reflejo del antifaz de plata como ayuda para poder verse la espalda.

Lo más triste es que el cuerpo de Apolo era demasiado grande, provocando que el joven no llegara con sus manos a tocarse algunas secciones de la parte de atrás de su espalda. Por lo que para poder lograr liberarse de los parásitos el joven tuvo que arrancarse una buena porción de piel rozando su espalda contra la puerta del túnel del pabellón infantil.

Tras terminar la tarea lo cierto es que Apolo estaba completamente cubierto de sangre, pero al menos de esta forma perdía menos sangre que teniendo unos parásitos metidos en su cuerpo devorándolo como si de un manjar se tratase.

Apolo volvió a ponerse la toga luchando contra la incomodidad que le causaba sentir su cuerpo lleno de heridas rozando con la tela de la prenda, y salió corriendo hacia el pasillo del pabellón por el cual había venido, tratando de no perder el tiempo y encontrar un árbol para curarse lo más pronto posible.

Antes siquiera de terminar de cruzar todo el primer pabellón para iniciar su viaje de regreso, Apolo pudo ver a la gigantesca pelota de carne con brazos, también llamada el vendedor, al final del pasillo rodeado de estanterías; el joven ya había salido del pabellón infantil y no había vuelto a iniciar la secuencia del código dado por el vendedor al correr inicialmente hacia atrás en el primer pabellón, por lo que Apolo había salido del laberinto infinito y se encontraba justo pegado a la salida de la biblioteca.

Tras llegar Apolo se acercó al vendedor y sacó el libro que había venido a buscar de un bolsillo oculto dentro de su toga. Mostrando el libro al vendedor, el joven comentó con apuro:

—Este es el libro que vine a buscar, ¿Puedo llevármelo?

Escuchando que alguien le hablaba, uno de los brazos de la pelota gigantesca de carne dejó de moverse aleatoriamente y en su lugar se estiró con anormalidad hasta ponerse delante de Apolo. Acto seguido, una boca aparentemente femenina surgió en la palma de la mano extendida de la criatura y con una voz muy coqueta respondió:

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—Así que lo has encontrado: ¡Qué impresionante!. Hay pocos libros en esta biblioteca que se me han olvidado donde estaban, pero al parecer este pequeño diablillo se escondía en el pabellón infantil: ¡Vaya sitio extraño para guardar un libro de enseñanza!.

—¿Puedo llevarme el libro?—Volvió a repetir Apolo agitando el libro en su mano como tratando de transmitirle el apuro que tenía a la criatura; en estos momentos el joven se estaba muriendo desangrado, por lo que claramente no quería ponerse a discutir con esta infernal criatura en estas circunstancias. Pero por desgracia Apolo no podía irse con un libro de esta biblioteca sin avisarle al vendedor, ya que en dicho caso estaría robando y el joven no quería saber las consecuencias de que pasaría si esta criatura descubriera que era un ladrón.

—Claro, es un regalo de cortesía: ¡Pero recuerda que ese libro es lo único que te daré gratis!—Respondió el vendedor retirando su mano para dejar marchar a Apolo.

—...—Apolo no le respondió al vendedor y en su lugar se puso a correr hacia la salida, por suerte nada anormal pasó y el joven pudo salir de la biblioteca para encontrarse con la atenta mirada del mago leyendo en el sillón.

Antes de que Apolo pudiera salir de la habitación para llegar a la escalera de caracol, el mago en el sillón chasqueó sus dedos y una columna de agua se interpuso en el camino de Apolo, por desgracia el joven iba tan rápido que no pudo evitar el ataque repentino y cruzó por la columna de agua.

Pero al cruzar la columna de agua, Apolo se dio cuenta de que en realidad no era un ataque, ya que todo su cuerpo había quedado completamente curado como por arte de magia, provocando que el joven mirara con incredulidad al mago en el sillón; impresionado de que existiera un mago que pudiera realizar semejante hechizo.

—Ese hechizo es sorprendente...—Murmuró Apolo revisando su cuerpo con atención, comprobando que su sangrado se había detenido y los trozos de piel faltante se habían regenerado dejándolo como nuevo.

—Ojalá, pero me temo que ese no fue un hechizo mío. El conjuro fue invocado gracias a la ayuda de la torre…—Respondió el mago en el sillón mirando a Apolo con curiosidad, sobre todo al libro que el joven sostenía en su mano; Apolo no había vuelto a guardar el libro en sus bolsillos por lo que no pudo escapar de la curiosa mirada del viejo mago—Por lo que puedo observar: conseguiste tu libro, pero al parecer tuviste que meterte en bastantes problemas para obtenerlo. Recuerda que si el mundo de los magos en la actualidad es cruel, entonces en la antigüedad era directamente una barbarie en donde con suerte sólo sobrevivían unos pocos acólitos. Y esta torre es muy antigua, por lo que hay muchas trampas para «filtrar» a los candidatos pocos dignos de recibir la herencia del mago que controlaba la torre, por lo que nunca te olvides de caminar con cuidado en este lugar.

—Gracias por la advertencia, pero me temo que el consejo ya no me será de mucha utilidad: no planeo volver a entrar en esta torre...—Respondió Apolo con la voz bastante apagada, caminando hacia la salida; el joven no tenía muchas ganas de hablar con nadie ahora mismo, ya había obtenido lo que había venido a buscar, por lo que ahora Apolo solo quería volver a su mansión y terminar la función que hace ya demasiados años había estado actuando.

—Nada es absoluto, y uno nunca sabe lo que nos preparan las vueltas de la vida. Suerte con tu lectura, jovencito…—Respondió el mago con calma, volviendo a tomar su libro para reanudar su silenciosa lectura.