Detrás de la dichosa puerta se encontraba una habitación no muy grande, con paredes y techos de madera siguiendo el estilo de los pasillos por donde el joven había llegado. A diferencia de las habitaciones de la mansión de Apolo, este cuarto estaba escasamente poblado de muebles, más aún la decoración era muy fina y elegante, creando una habitación estéticamente agradable. Lo más llamativo de esta habitación además de su refinada estética era que sobre una de las paredes de la misma se encontraba una chimenea prendida, iluminando la sala con un débil e inusual fuego verde que era emitido por los pocos troncos que aún quedaban para alimentar la llama muy cercana a apagarse.
La escasa luz provista por la chimenea permitía observar que en el medio de la habitación se encontraban dos sillones de cuero negro apuntando hacia la chimenea: Uno de los sillones estaba vacío, mientras que el otro sillón se encontraba siendo ocupado por alguien. No obstante la persona en cuestión se encontraba viendo la chimenea y su rostro no era distinguible desde la puerta, por lo que Apolo no pudo reconocerlo de un vistazo.
En busca de respuestas, Apolo se acercó al sillón vacío en silencio y se sentó para observar a la otra persona que se mantenía ignorando su presencia; al parecer más interesado en mantenerse hipnotizado por las escasas llamas verdes danzando en la chimenea, que en el intruso que acababa de entrar por la puerta de la habitación. La persona hipnotizada, era tan alta como Apolo y también se encontraba disfrutando de las felices épocas dotadas por la juventud. En cuanto a su aspecto, este joven tenía tanto el pelo como los ojos de color negro, y lo más distintivo de su rostro era una característica nariz aguileña demasiado larga para el gusto de la mayoría de personas.
Si dicha descripción ya no llamaba la atención de cualquier lector, al leer la siguiente curiosidad el fisgón entenderá el lógico problema planteado por el escritor. Puesto que el joven disfrutando de las llamas se encontraba portando un anillo de oro con el símbolo de los colosos del bosque negro. Para hacer más evidente la trama no narrada, el muchacho vestía una toga negra tradicional similar a la que Apolo siempre portaba cuando estaba vivo, por no decir que tenía el mismo escudo que el noble había creado junto a su toga.
Ya bastante confundido por el aspecto de esta persona, Apolo pudo distinguir mientras investigaba silenciosamente a este individuo que en el pecho de este joven se encontraba una cadena de oro atando un anillo de bronce oxidado. Al ver el característico anillo de bronce, Apolo intuitivamente se tocó el pecho y se dio cuenta de que no tenía la cadena puesta. Impactado con el descubrimiento, Apolo trató de ver la cara de la persona hipnotizada con atención, no obstante su rostro se encontraba oculto con un antifaz de plata por lo que el joven noble no podía distinguir quien era en realidad, pero según las pistas recolectadas la persona en este sillón: ¡No era ni más ni menos que su propio reflejo!
—Hola, ¿puedes escucharme?—Preguntó Apolo con dudas, notando que por más que observara a esta persona de arriba a abajo y de derecha a izquierda, la misma no parecía reaccionar a su acecho.
Al escuchar la voz de Apolo, la persona en el sillón lentamente dejó de ver las llamas de la chimenea y en su lugar vio el rostro desconcertado de Apolo. Con una sonrisa, anormalmente ancha, el joven exclamó:
—¡Finalmente has llegado!
Apolo se sintió un poco aturdido al escuchar a esta persona hablando, puesto que este individuo tenía exactamente su misma voz , por lo que Apolo se sentía muy extraño al escucharla proviniendo de otra persona. No obstante, el joven noble luchó contra la extrañeza de la situación y preguntó la gran duda que lo había impulsado a llegar hasta este lugar::
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—Entonces, ¿cuál es mi siguiente paso?, Desde que morí no sé cuál es mi camino como ancestro y creo que estoy perdido. Por mi error se murió ese pobre joven en el terremoto, no obstante no pude hacer otra cosa además de verlo morir. ¿Acaso estamos destinados a sufrir estas amarguras para la eternidad, limitándonos a ser observadores de la desgracia de la gente que juramos proteger?
—No estás muerto, te estás muriendo ahora mismo, Apolo—Respondió el joven enmascarado con calma.
—¡¿Cómo?!—Exclamó Apolo aturdido.
—¿Recuerdas que te dije hace no mucho que estabas en un recuerdo?—Cuestionó el joven enmascarado.
—Sí, recuerdo claramente que escuche eso de Helena cuando estaba enmascarada con el antifaz, pero todo lo que viví en el bosque no lo recuerdo haber vivido nunca—Respondió Apolo, entendiendo vagamente que la persona enmascarada debía ser la misma persona siempre.
—Es porque no es tu recuerdo, era el de Helena. Tú te olvidaste hace mucho de lo que realmente ocurrió en el bosque. Intuitivamente tu subconsciente te llevó a que pasaras años tratando de recordarlo, para descubrir la verdad y protegerte de este destino. Pero por desgracia con cada intento fallido la verdad se diluía cada vez más, hasta que finalmente la verdad se convirtió en un recuerdo tan ajeno a tu vida que la misma te pareció un sueño alocado—Respondió el joven enmascarado.
—Pero siempre me dejaron explorar el bosque...—Cuestionó Apolo con dudas, ese era su principal planteo y lo que más dudas le había generado a lo largo del «sueño»; además de los hechos que le provocaban una duda más que lógica como ser un niño, cruzarse con la difunta Helena y cruzarse con algunas personas portando el muy mencionado antifaz de plata. Pero dichas dudas se respondían si el joven asumía que lo que estaba viviendo era un recuerdo, en donde los guías eran las personas que portaban el antifaz de plata; sin embargo, a Apolo le resultaba inaudito pensar que podría olvidarse de algo tan básico como que no le permitieran ir a explorar el bosque en su niñez.
—¿Siempre?, ¿o simplemente tus padres se cansaron de que ignoraras las órdenes para escaparte todos los días a buscar el acantilado?—Preguntó el Hombre enmascarado con una sonrisa—De todas formas no es necesario que me respondas, yo ya sé que te olvidaste completamente de lo que ocurrió en realidad, o mejor dicho que te forzaron a distorsionar esa realidad.
—¿Me forzaron?, ¿el anillo?, ¿él es el responsable de que me haya olvidado de la verdad?—Preguntó Apolo, mientras trataba de responder la pregunta que le había hecho el joven enmascarado en su mente, aunque terminó siendo en vano, ya que no lograba recordar la verdad.
Pese a ello, ahora que se ponía a meditar sobre esta hipótesis, Apolo notó que tenía una particular carencia de recuerdos acerca de qué es lo que ocurría cada vez que regresaba al castillo. Aunque lo cierto es que a cualquier ser humano le resultaría difícil recordar exactamente qué fue lo que ocurrió hace tantos años, y más si se trataba de la infancia de uno mismo.
—Puede ser, puede que no: el anillo es tan complejo como la máscara que llevo puesta, y la realidad es que nunca sabremos de lo que es capaz en su totalidad, pero sí sé que la gran responsable de que todo esto te ocurriera fue Helena—Respondió el joven enmascarado, acomodando el antifaz de plata que estaba portando como para hacerlo resaltar en su discurso.
—¡¿Helena?!—Exclamó Apolo al escuchar el nombre de su difunta amiga.
—Es más fácil explicártelo si te muestro la «realidad»...—Comentó el joven enmascarado levantándose del sillón mientras se apoyaba en un bastón con un pomo de oro. El bastón se encontraba escondido detrás del sillón por lo que Apolo nunca pudo verlo; sin embargo, de un vistazo el joven noble reconoció que el bastón era idéntico al que él siempre usaba.
Reconocer el bastón terminó generando muchas dudas en Apolo y al sumarlo con las otras pistas que tenía, provocó que la curiosidad del joven llegara al límite y finalmente quisiera preguntarle al enmascarado cuál era su verdadera identidad. Pero antes de que pudiera preguntarle, Apolo observó como el enmascarado comenzó a dirigirse hacia una de las paredes de la habitación, interrumpiendo la pregunta de Apolo y haciendo que la misma no saliera de su boca.
Caminando con lentitud el joven enmascarado se dirigió hacia una de las paredes de la habitación. Al llegar hasta la pared, el joven no se detuvo y en su lugar la atravesó mostrando que la misma solo era una ilusión. Viendo al joven desapareciendo frente a sus ojos, Apolo se levantó de golpe del sillón y corrió hacia la pared donde el joven enmascarado se había metido, temiendo perderse las explicaciones que prometía darle.