Tras tener un sueño sumamente extraño, Apolo se encontraba saliendo de su cuarto, caminando por los largos pasillos de la mansión mientras trataba de desperezarse y se dirigía hacia la puerta de la mansión, en donde se encontraba esperándolo Mateo.
—*Uaaah*, ¿Está todo preparado?—Preguntó Apolo mientras bostezaba, mirando la cara algo dormida de su fiel criado.
—Sí, el desayuno ya está en el carruaje: cuando quiera partimos—Respondió Mateo abriendo la puerta de la mansión para el joven.
—Apurémonos, el ministerio de magia está lejos y quiero llegar hoy—Dijo Apolo mientras caminaba hacia su habitual carruaje y trataba de entrar, pero al instante se dio cuenta de que había un ligero problema: el carruaje era algo chico para él—No entró…
—…—Mateo se quedó callado notando el problema: no había otro carruaje para transportar personas, solo había carruajes para transportar objetos. Apolo casi no había salido de su casa durante este año y todo lo manejaba con mensajeros por lo cual recién ahora se percató de que este carruaje había quedado inutilizable.
—Bueno iré en el asiento de conductor, conduces voz, antes de marchar dile a Orrin que vaya comprando otro carruaje, lo quiero para cuando regresemos—Dijo Apolo, tomando la bandeja con el desayuno del interior del carruaje para llevarla al asiento del conductor. Ahora que tenía una altura de un poco más de dos metros a Apolo le parecía realmente una idiotez subirse a este asiento.
—¡Como usted mande!—Exclamó Mateo corriendo al interior de la mansión para avisarle a otro criado la orden dada por Apolo, luego de unos pocos minutos el hombre volvió y observó como Apolo se encontraba tomando su desayuno en el asiento del conductor.
—¿Partimos?—Preguntó Apolo impacientemente, mientras devoraba una fruta entera de unos pocos bocados.
—Sí, sí, el viaje tomará unas cuantas horas así que es mejor salir temprano—Respondió Mateo subiendo al carruaje y tomando las riendas, para iniciar la travesía.
El viaje como tal duraba casi 20 horas si uno iba a una velocidad adecuada, dado que el ministerio de magia se encontraba en el centro de la capital, como todos los edificios importantes. Mientras que la mansión de Apolo se encontraba chocando con la muralla de la capital por lo que la distancia era bastante considerable; sin embargo, cuando el motivo del viaje es ir a recibir tu «paga» siempre se hace con una sonrisa y esta no era la excepción.
Mientras pasaban las horas y el carruaje se acercaba a su destino, Apolo iba disfrutando la vista desde el asiento del conductor y curioseaba viendo los jardines de los vecinos, en busca de ideas para decorar el suyo. Lo cierto es que como Apolo nunca había malgastado parte de su presupuesto en el jardín, el mismo lucía bastante abandonado y por regla propia el joven había decidido no poner casi ningún mueble en el patio; salvo en la región más inaccesible de la casa que era donde el sol nunca llegaba, donde la ausencia de decoraciones lo estaba incomodando.
Stolen novel; please report.
El tiempo fue consumiendo la vida de Apolo y cuando el joven quiso darse cuenta ya estaba por hacerse de noche, algo impaciente notando el paso del tiempo el joven preguntó la insaciable pregunta de todo humano que se emprende en un viaje:
—¿Falta mucho?
—No, estamos en el centro, ya se puede ver algunas estructuras importantes—Respondió Mateo señalando una gran torre en la distancia.
—Espero que lleguemos a tiempo, solo me falta que me digan que está cerrado cuando lleguemos a la puerta—Dijo Apolo algo nervioso.
—Lo más probable es que eso ocurra; sin embargo, creo que hay unos dormitorios para magos en el ministerio, por lo que no tendrá que dormir en el carruaje—Respondió Mateo mirando como en el cielo algunas estrellas ya podían empezar a notarse.
—¿Cómo sabes eso?—Preguntó Apolo con curiosidad, él había aprendido eso cuando fue a comprar su casa, pero no entendía como su criado se había enterado de la cuestión.
—Negociando con la gente de la ciudad anillo, aprendí bastantes cosas de la capital y alrededores…—Respondió Mateo con felicidad—Una vez le compramos un par de carruajes a un acólito, al parecer se mudaba a vivir en la casa del mago que le enseñaba. Tal vez algún día tengamos acólitos durmiendo en la mansión, ¿tienes planeado tomar algunos pronto?
—No le puedo enseñar a nadie: tampoco es que sepa algo todavía…—Respondió Apolo recordando que se había dedicado más a su casa que a la magia, pero bueno, según su ancestro ese era el orden de las prioridades correctas: o al menos eso creía Apolo.
—Según el acólito con el que hablé, los magos novatos aprenden de los libros en la biblioteca del ministerio—Comentó Mateo.
—Sí, ya sé, pero no tengo apuro tampoco, ya llegará el día donde venga a buscar algunos libros, pero por el momento solo necesito el dinero—Respondió Apolo con calma, al parecer ya había estado pensando bastante sobre este asunto previamente.
—Cuando gustes, tampoco es que esté obligado, la mayoría de magos nobles no trabajan como los plebeyos—Comento Mateo recordándole a Apolo que siempre había otra opción.
—Sí… pero es muy aburrido, tengo que mantenerme entretenido o no sabría qué hacer con mi valioso tiempo—Respondió Apolo pensativamente, siempre estaba la opción de mandar todos los planes al carajo y vivir de arriba tomando la leche del emperador. Pero lo cierto es que esa era una vida demasiado monótona y sin sentido para el joven—Aunque la gran realidad es que hace un año habría aceptado esa propuesta, al comienzo del viaje estaba realmente asustado con la idea de venir a la capital y convertirme en un mago…
—¿Asustado?, ¿Usted?—Comentó Mateo incrédulo, él siempre supuso que el motivo por el cual el joven noble nunca bajaba del carruaje era la soberbia y de hecho el hombre estaba tan convencido que hasta escuchando esas palabras saliendo de la propia boca de Apolo seguía creyendo que el motivo era la soberbia.
—Ja, ja, ja, sí, medio raro, ¿no?…—Río Apolo dándose cuenta de que para matarlo alguien de verdad tendría que poner mucho empeño en la tarea—Pero era joven e inexperto, un chico recién salido de casa frente a un mundo demasiado grande y lleno de cosas desconocidas, cualquiera estaría asustado en esas circunstancias.
—Supongo…—Comentó Mateo aguantándose una pregunta en su corazón y no por mucho—¿Aunque no cree que el miedo se le fue muy rápido?, ni bien pisamos la capital, ya había mandó a matar a casi 100 personas que se burlaron de usted.
—¿Eh?… Bueno… De hecho, sí… ¿No opinas que fue algo extraño?—Preguntó Apolo notando el problema: era demasiado evidente cuando alguien te lo contaba, pero darse cuenta de ese detalle uno mismo era bastante complicado—Lo único que se me ocurre, es que me sentí bendecido por mis ancestros y por eso perdí el miedo a lo desconocido, pero la verdad es que eso no es muy diferente a un milagro. ¿Tú por qué piensas que perdí el miedo a la capital y a lo desconocido?
—Y si ni usted mismo está seguro, mi señor, no es como si yo pudiera responderle eso…—Murmuró Mateo en voz baja pero aún oíble.