Mientras luchaba contra la ceguera, Apolo sintió como el ruido a su alrededor cambiaba y sentía como si hubiera pasado de estar en el medio de una casa a punto de derrumbarse, para en su lugar escuchar el ruido del agua chocando contra las rocas del ya cotidiano acantilado que siempre lograba encontrar en sus sueños.
El paso del tiempo posibilitó que el joven noble fuera recuperando su visión, permitiéndole ver la difusa imagen de los árboles de corteza negra a su alrededor, remarcándole al joven que ya no se encontraba en la mansión, sino que parecería haber sido enviado al medio del bosque negro. Y para ser exactos, Apolo no fue enviado a cualquier parte del bosque negro, sino que por alguna misteriosa razón el hombre enmascarado lo había mandado justo al borde del dichoso acantilado.
Por más que todavía Apolo no pudiera ver con normalidad, el joven sentía que además de los árboles en el borde del acantilado se encontraban dos niños peleándose justo delante de él; o al menos esa era la interpretación que dedujo Apolo al ver como dos difusas sombras parecían estar peleando a unos pocos metros. El motivo por el cual el joven noble sabía que estas dos sombras no se trataban de animales silvestres era gracias a que logró distinguir los gritos confusos de lo que aparentaban ser dos niños. Por desgracia el aturdido Apolo no podía terminar de escuchar lo que se gritaban estos niños mientras peleaban, por lo que el noble se concentró en recuperar su visión, para de dicha manera lograr comprender cuál era el motivo por el cual el joven enmascarado lo había mandado a este lugar.
Finalmente, tras unos pocos segundos más las dos sombras dejaron de gritar y repartirse golpes, al parecer uno de los niños había ganado y había dejado inconsciente al otro. Fue oportunamente en ese momento cuando Apolo se frotó los ojos por última vez para descubrir que su visión se había terminado de recuperar: Al frente de Apolo se encontraba un niño de pelo negro y ojos negros, por su nariz aguileña y el anillo de oro en sus manos, Apolo sin muchas dudas pudo reconocer que este niño era su yo de la infancia. Por otro lado, el niño se encontraba mirando fijamente las manos de una niña completamente disecada, cuyo rostro era completamente irreconocible y aparentaba haber sido derretido por las llamas. Esta niña debía ser la otra sombra con la cual el niño se había estado peleando mientras Apolo recuperaba su visión, y por el estado de su cuerpo todo parecería indicar que esta niña acababa de ser asesinada por el niño.
Apolo se percató de que el niño estaba demasiado enfocado en el cadáver de la niña como para notar su presencia, por lo cual el asesino permaneció ignorándolo mirando entre jadeos de cansancio el producto de sus viles actos. Antes de que pudiera comentarle algo al aturdido niño, el joven noble con una extraña sensación de familiaridad vio con sus propios ojos como cuando el niño trató de acercarse a las manos de la niña disecada en el suelo, el cadáver de la víctima levantó lentamente su cabeza para quedarse mirando fijamente a su asesino. El niño asustado miró a los ojos derretidos en el rostro de la niña disecada y observó como de sus ya irreconocibles labios salían las siguientes cuatro palabras:
—Te… Lo… Regalo… Apolo
Tras decir esas cuatro palabras, el cuerpo de la niña perdió su fuerza y cayó súbitamente contra el piso del bosque. Provocando que el niño comenzara a llorar desconsoladamente, mientras miraba cómo el pequeño y esquelético cuerpo de la que alguna vez fue su amiga se empapaba con sus lágrimas.
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—Esto ya lo viví...—Recordó Apolo en voz alta mirando al niño llorando desconsoladamente, provocando que el mocoso llorando se diera la vuelta de inmediato para mirar a Apolo de forma asustada. Al notar la presencia del desconocido, el niño con las piernas tambaleantes se colocó delante del cadáver de la niña y extendió sus manos, tratando de impedir que la visión de Apolo atinara con la muerta.
Sintiéndose algo avergonzado por recordar haber tratado de ocultar el cadáver de la misma forma idiota que lo hacía este niño en el pasado, Apolo inconscientemente levantó su mano para golpearse la frente. Pero cuando el joven noble se tocó su ruborizado rostro, descubrió que el familiar antifaz de plata había aparecido de repente; Apolo podía jurar que mientras se frotaba los ojos buscando recuperar su visión nunca lo había sentido. Aun así, el noble sabía bien que su tacto no lo engañaba y sus dedos en este momento se encontraban sintiendo el frío metal del antifaz.
—¿Quién eres? —Preguntó el niño asustado, al notar el silencio de Apolo.
—Mmm...—Meditó Apolo con cuidado mientras observaba los desconfiados ojos del niño: El joven noble sabía que estaba en una misión y viendo la escena que acababa de ocurrir, Apolo creía que entendía que es lo que debía hacer a continuación para cumplir la misión. Pero, por otra parte, Apolo entendía que dada la situación crítica en la realidad era de suma importancia no fallar a la hora de comunicarse con este niño.
—¡Yo no quise hacer esto, te lo juro! —Gritó el niño con desesperación no pudiendo soportar más el silencio incriminador del hombre que lo acechaba en la distancia, mientras buscaba el anillo de bronce de la mano de la niña, pero por más que buscaba no podía encontrarlo por ninguna parte, sin embargo, el niño continuó su explicación mientras seguía buscando aún más desesperadamente— ¡La culpa es del anillo!, ¡Todo es su culpa!, ¡Yo nunca le haría esto a Helena! ¡Lo juro, yo…!
Cuando Apolo sintió que el niño estaba a punto de volver a hablar, con calma metió su mano en el bolsillo, poniendo en alerta al niño y provocando que detuviera su idea de seguir buscando el anillo. Pese a la desconfiada mirada del asesino, Apolo se concentró en lo que sus dedos estaban sintiendo ahora mismo, pues en su bolsillo aún se encontraba el anillo de bronce que el hombre enmascarado le había sacado a la maga durmiente.
Con lentitud, Apolo procedió a sacar el anillo de su bolsillo y se lo presentó al niño mientras preguntaba con la misma lentitud con la que se había estado moviendo:
—¿Buscabas esto, Apolo?
—¡Sí, todo es culpa de ese anillo!—Gritó el niño de inmediato, mientras miraba con aturdimiento a Apolo, sin comprender cómo es que este hombre extraño había sacado el anillo de Helena de su bolsillo; sin embargo, los nervios de la situación le impedían pensar con normalidad—¡Debes creerme, yo no quise matar a Helena!
—Te creo...—Murmuró Apolo mirando el cadáver de la niña. Si bien esta escena le generaría bastante pena a cualquier persona, lo cierto es que en estos momentos bajo el antifaz de plata se ocultaban dos ojos llenos de odio. Pues el noble sabía que todo este sufrimiento que estaba viviendo ahora mismo el niño era parte del gran plan de una maga que por el capricho del destino lo había puesto en su baúl de juguetes para moldear su vida a su antojo hasta cumplir sus egocéntricos planes.