Apolo se acercó al Gururi para volver a ponerse la toga y se sacó el antifaz de plata, notando la mirada perdida de la criatura.
—Parece que estás algo enferma, te notó un poco aturdida—Comentó Apolo con una preocupación bastante mal fingida.
—¿Eh?, sí, juraría que desapareciste y volviste a aparecer...—Dijo Zoe tomándose la cabeza con sus manitos.
—Es porque estás algo vieja, ya se te pasará—Respondió Apolo con calma mientras salía del callejón—Ahora iremos al mercado de criadores para comprar dos pequeños «amigos» que te acompañarán en tu nueva vida, ve yendo al carruaje.
—¡Claro, allí lo espero, maestro!—Respondió Zoe desapareciendo de repente de la visión del joven noble.
Apolo con la lentitud de un anciano al finalizar de sus días, caminó hacia el carruaje hasta encontrarse con la mirada aturdida de su fiel criado.
—¿Pasa algo, Mateo?—Preguntó Apolo.
—Juraría que me olvide de algo importante…—Respondió Mateo frunciendo el ceño, como si estuviera haciendo fuerza para recordar que hace unos segundos vio un gigante desnudo corriendo por la calle como un lunático; sin embargo, no podía recordarlo, o mejor dicho: ¡No quería recordarlo!.
—Si de verdad era tan importante: ¡Lo recordarías!—Dijo Apolo mientras abría la puerta del carruaje—No lo pienses mucho y dirígete al barrio de criadores: ¡Finalmente encontramos a nuestra gran amiga Zoe!
—¿Zoe?—Preguntó Mateo, pero luego miró la mirada curiosa de la criatura a su lado y entendió qué había ocurrido—Ah… Zoe, la encontramos… qué alegría, así que eres una chica… qué sorpresa, digo… era evidente…
—Es un Gururi, no le prestes tanta importancia a su nombre…—Respondió Apolo entrando al carruaje—Solo escucha mis órdenes y lo demás poco a poco se le olvidará si uno no se malgasta en recordárselo: una gran manera de lidiar con muchos problemas y también una posible causante de una gran cantidad de problemas.
—¡Usted es un gran experto, mi señor!—Alabó Mateo mecánicamente, mientras usaba las riendas para dirigirse a su nuevo destino.
El viaje como tal fue algo largo, al fin y al cabo las distancias en los interiores de la ciudad anillos eran aún más horripilantes que en la capital por las obvias razones que implica un diseño urbano en forma de anillo. Aunque el motivo que más perjudicaba el viaje en los interiores de la ciudad anillo, es el poco presupuesto y planificación imperial, si bien aún había algunos servicios básicos como los cementerios y otras estructuras. Lo cierto es que el crecimiento de la ciudad nunca fue organizado del todo y los servicios fueron a posteriori de su crecimiento, dependiendo más de la buena voluntad del emperador de turno que en algo planificado y sistemático. Esto traía muchos problemas, como la evidente carencia de guardias imperiales, la mala ejecución de las leyes, la sobrepoblación urbana, la delincuencia y lo más molesto para Apolo: la mala planificación urbana.
Lo cierto es que para moverse dentro de la ciudad anillo uno tenía que dar muchas vueltas en círculos e ir siguiendo caminos poco constantes. Era normal avanzar un buen rato por un camino solo para encontrarte con un callejón sin salida o encontrarse una calle donde solo podía entrar un carruaje y que dos carruajes en sentido contrario se crucen en el medio bloqueándose mutuamente el paso, por lo tanto, manejar con carruaje en estos caminos laberínticos se hacía muy complicado. Aunque por fortuna no era imposible, casi todos los barrios comerciales se habían preocupado por el problema y habían construido caminos bastante bien armados. Pero cuando uno tenía que atravesar una zona complicada que carecía del patrocinio de nobles y comerciantes interesados, la historia era completamente diferente y en general era muy normal que Mateo tuviera que pagarle a algún chico en la calle para que le diga cómo moverse por la zona.
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No obstante, Mateo no parecía preocupado con el problema, él había estado viviendo unos cuantos meses en estas calles, por lo que ya se había acostumbrado a estos problemas y en unos pocos días de viaje logró llegar hasta el barrio de criadores, también conocido como el barrio de animales y criaturas exóticas.
Este barrio a diferencia del mercado de esclavos era increíblemente amplio y cada tienda ocupaba una cuadra entera mucho más grande que la del resto de barrios. El barrio estaba increíblemente bien planificado para que carruajes de importante tamaño pudieran entrar y salir del barrio con comodidad. Incluso Mateo pudo observar que habían construido un camino secundario para salir de la ciudad anillo, por lo cual uno podía intuir la gran cantidad de cristales invertidos en este barrio. Lo cual parecía tener algo de sentido, ya que al fin y al cabo el manejo de criaturas vivas e increíblemente caras siempre era algo en lo que había que tomarse muchísimas molestias para hacer que el negocio funcionara.
Mateo condujo el carruaje hacia una tienda que ya conocía, Apolo se había tomado muchas molestias en preparar todo el asunto de sus Gururis con sumo cuidado, por lo cual el joven ya tenía arreglado de antemano con un criadero en este barrio para qué gestionara el nacimiento de sus nuevos dos Gururis.
Finalmente, el joven noble pudo ver desde la ventana del carruaje dos grandes rejas abiertas mostrando el interior de una tienda, como casi todas las tiendas de este barrio la misma no tenía techo, por lo cual parecían ser pequeñas estancias privadas rodeadas por vallas de maderas. Tras sentir el carruaje deteniéndose, Apolo bajó del mismo y ordenó:
—Quédense en el carruaje y esperen a que regrese con nuestros nuevos amigos.
Tras dar la orden, Apolo se dirigió con lentitud al interior de la tienda, observando con atención cómo varias personas se encontraban trabajando en el lugar alimentando y verificando a los animales que al parecer acababan de comprar. El joven no tuvo que pasar mucho tiempo dentro de la tienda para que un hombre vestido con una camisa blanca y unos pantalones blancos se le acercara diciendo:
—Mucho gusto, Apolo, ¿viniste a buscar a tus Gururis?
—Vengo a verificar que hayan cumplido con su palabra—Respondió Apolo sin muchos modales. El noble había gastado casi 1000 cristales en este par de Gururis, por lo que esperaba que sus gastos se vean reflejados en un resultado exitoso. En principio era una exageración atómica pagar semejante precio, pero Apolo había pedido que se cumplan varias cosas que en general no se cumplían al «gestar» o «crear» a los Gururis.
Básicamente, Apolo había pedido que se cumpla la forma tradicional de creación de estas criaturas, algo que hace casi 900 años se había abandonado y perdido con el tiempo, hoy en día todos los Gururis existentes en el imperio habían sido modificados para que las familias pobres puedan comprarlos o mejor dicho: quieran comprarlos.
Si bien en principio las diferencias entre los dos Gururis no eran «tan» significativas como las de sus evoluciones, lo cierto es que eran diferencias que a alguien obsesivo como Apolo le molestaban más de la cuenta. El joven noble ya se había resignado a que los Gururis que su ancestro había visto con sus ojos ya no existían en estas épocas, por lo cual era imposible comprar uno que haya sido usado por un mago y que fuera idéntico a lo que su ancestro esperara que fuera un Gururi. Sin embargo, la historia con los recién nacidos era diferente: ¡Estos si iban a ser idénticos a lo que sus ancestros habían visto!. O si no Apolo se encargaría de mandar a matar a todos los idiotas que le prometieron algo que no podían cumplir a cambio de mil cristales.
—Seguimos sus instrucciones al pie de la letra y pusimos a un criador especializado para ejecutar su pedido—Comentó el criador con una sonrisa—Le aseguro que tendremos buenos resultados. Desde nuestra parte como criadores de criaturas exóticas, también estamos interesados en este proyecto que busca resucitar el antiguo método de gestar Gururis.
—El resultado únicamente lo conoceremos en unos minutos, no hay necesidad de dar adelantos…—Murmuró Apolo toscamente.