El sol se fue ocultando y cuando la luna empezó a bailar con las estrellas en el cielo, Apolo había llegado a su estancia. Independientemente del horario poco oportuno, todos los criados se hallaban en las escaleras que daban entrada a la mansión para darle la bienvenida. No obstante, Apolo no reconocía ningún rostro y por lo poco que «aguantaban» en sus puestos tampoco valía la pena recordarlos; la cruel realidad era que lo más probable es que tras un año los Gururis tengan que buscarse otra camada con nuevos criados, aunque por suerte el joven noble no tendría que lidiar con ese problema, ya que para esas fechas sería una más de las decoraciones de esta espléndida mansión.
Lo único que realmente le importaba a Apolo de este recibimiento era que los tres fetos estaban vivitos y coleando entre la multitud de criados, aunque el estado de los dos Gururis rosados no era precisamente el mejor y sus cabezas estaban infladas de la cantidad de chichones que tenían.
Apolo sonrió al ver a sus tres Gururis aun respirando y se bajó del carruaje para saludarlos:
—¡Bienvenido de regreso, maestro!—Gritaron todos los criados al unísono, parecería que estuvieron ensayando el saludo durante un buen tiempo dado que realmente sus voces lograron coordinarse.
—Me alegro de que ustedes tres estén vivos para recibirme—Dijo Apolo con una sonrisa mirando a sus Gururis, ignorando completamente al resto de criados—Eso significa que realmente han madurado lo suficiente como para decir que mi entrenamiento ya no es necesario, por lo que cumplí mi objetivo y ahora los tengo a ustedes tres para apoyarme.
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—¡Nos alegramos de que se alegre, Maestro!—Chillaron Nicolás y Aquiles con alegría, mientras Zoe se limpiaba los mocos que salían constantemente de su nariz con sus manitas.
—El resto de criados puede irse a dormir, ya es bastante tarde, pero quiero que mis tres discípulos me muestren que tan bonito quedó el jardín antes que vaya a… antes que vaya a dormir.—Dijo Apolo mirando el rostro de todos los criados con una sonrisa inusualmente alegre; como si finalmente se estuviera sacando un gran peso de encima y se atreviera a ver el rostro de las personas que él estaba condenando.
—¡Como ordene, Maestro!—Exclamó Zoe, apuntando con su bastoncito a la puerta mientras miraba a los criados inexpresivamente como indicándoles que siguieran la orden.
Ya era bastante tarde y todos los criados estaban cansados de esperar a Apolo; para colmo Zoe había exagerado completamente los tiempos, por lo que los criados llevaban esperando casi 8 horas en la entrada de la mansión mirándose la cara entre ellos, así que sin decir nada y con la cabeza gacha los criados comenzaron a dirigirse hacia su dormitorio.
Mientras tanto, con lentitud y apoyándose en su fiel bastón, Apolo se dirigió hacia el camino de losas azuladas que recorría todo el patio de su estancia, disfrutando de la cálida compañía que le otorgaban sus tres discípulos que caminaban unos pocos pasos detrás de él.