—¡Esa es la actitud!—Exclamó Fausto con una sonrisa escuchando la propuesta de su hermano. Acto seguido, Fausto dejó de hamacarse y se levantó de su asiento. Señalando con su mano a la dirección en donde se encontraba la persona que no se estaba divirtiendo, el noble gritó a los cuatro vientos:
—¡Entonces que se cumpla la palabra de mi hermano, traigan a la diana!
Como si se entendieran místicamente, entre todas las personas posibles los criados se coordinaron para agarrar a una persona en particular que estaba en la dirección señalada y la llevaron contra una de las paredes donde convenientemente alguien había colocado cuatro grilletes. Los criados pusieron a la persona contra la pared y apresaron cada una de sus extremidades con cada uno de los grilletes evitando que la misma pudiera escaparse del juego.
—Nunca vi a esa criada...—Murmuró Apolo algo consternado con la idea de su hermano mayor. La chica apresada al igual que el resto de los criados estaba desnuda, por la apariencia la joven tenía aproximadamente la edad de Apolo, aunque era mucho más petiza y desnutrida que él. Su pelo era un rubio brillante y sus ojos eran claros como el océano, pese a ello lo más destacable de la joven no era su belleza, sino la alhaja que portaba en su dedo, la cual era un anillo de bronce oxidado que llamó la atención de Apolo de inmediato.
—¿No conoces a Helena?, Es la hija de Deo—Dijo Fausto mientras volvía a sentarse en su silla y procedía a hamacarse agarrando otra de las botellas en la mesa para tomar un trago.
—Helena… No, no me suena de nada ese nombre…—Respondió Apolo haciendo memoria, pero realmente le parecía extraño ver a una cara nueva en el castillo; al fin y al cabo creció entre estas paredes y ya más o menos conocía el rostro de cada persona que vivía en este lugar.
—Bueno eso es normal, en definitiva vivías más en el bosque que en el castillo, ¿o me equivoco?—Comentó Fausto con una sonrisa viendo como Helena luchaba inútilmente por liberarse de los grilletes que la aprisionaban—Si hubieras pasado más tiempo con nosotros de seguro la conocerías: es una gran mujer aunque por desgracia está por casarse con Eco.
—¿Con ese idiota?, Pobre por ella, qué mala elección de esposo…—Dijo Apolo mirando con extrañeza a la mujer atada, sintiendo que por algún motivo tal escena le era aceptable y al mismo tiempo sintiendo como si algo raro estuviera ocurriendo.
—Helena nunca pudo elegir nada en su vida…—Comentó Fausto mirando a la joven atada con una inusual pena, completamente contraria a la actitud de hace un segundo—… Bueno, de hecho hubo un día en donde ella sí pudo elegir, pero lamentablemente eligió confiar en la persona equivocada.
—Supongo, hay que ser una idiota para confiar en Eco…—Dijo Apolo mirando como Helena había dejado de luchar y en su lugar se había puesto a gritarle a ellos dos. Sin embargo, la habitación era muy grande y la música estaba muy fuerte por lo que el joven noble solo veía como su boca se abría y cerraba constantemente, pero el joven no lograba escuchar ninguna de sus palabras.
—Así es la vida, si no hubiera seguido a Eco, ahora no estaría embarazada, pero hay errores que nos condenan a todos—Dijo Fausto con tristeza mientras bebía. La música en la habitación anormalmente seguía las emociones del noble enmascarado y se había puesto más melancólica—Al menos ella está muy feliz de tener un hijo con Eco, incluso ya acordaron entre los dos como debería llamarse su hijo.
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—Apolo...—Murmuró Apolo inconscientemente mirando la panza regordeta de Helena, claramente se la notaba embarazada de ya varios meses y parecería que en unos cuantos meses más el bebé estaría listo para nacer.
—¿Apolo?, juraría que no le caes lo suficientemente bien a Helena para que le ponga a su hijo tu nombre…—Respondió Fausto dándole un trago hondo a su bebida, para luego proceder a ver a su hermano con más seriedad que la de costumbre, mientras preguntaba con la voz algo distorsionada por el trago fuerte que acababa de tomar:
—¿Por qué piensas que el bebé se llamaría Apolo?, ¿acaso no se te viene a la mente otro nombre lindo para un bebé?, ¿Si tú fueras el padre cómo nombrarías a tu hijo?
Apolo pensó la respuesta por casi un minuto entero, pero lo cierto es que ningún nombre se le venía su mente y llamar a su hijo igual que él no le parecía tan mala idea, pese a ello cuando el joven estuvo a punto de repetir su nombre otra vez, otro nombre bonito le apareció en su mente y le pareció una buena idea llamar a su hijo de tal forma.
—Lo llamaría Thais…—Respondió Apolo, pero al decir su respuesta empezó a mirar con consternación a todas las personas desnudas en la habitación y se dio cuenta de que un gran problema acababa de formularse: puesto que habiendo respondido Thais, Apolo se percató de que acababa de ser mencionados los cuatro nombres que siempre se mencionaban en sus sueños y esto claramente no podía ser la realidad, ¿o sí?.
—Al parecer si conocías a Helena y únicamente te habías olvidado de ella…—Comentó Fausto con una sonrisa cruel mirando como Helena le gritaba desesperadamente desde la distancia, parecía que su agonía era el placer que lo alimentaba—O al menos conoces el nombre de su futuro hijo.
—Sí, me había olvidado de ella…—Murmuró Apolo mirando a su hermano con la máscara de plata puesta en su rostro; todo era perfecto, hasta su grotesca actitud, pese a que el joven ya se había dado cuenta de que también todo era falso—Por algún motivo que desconozco cada vez me es más fácil olvidarme de Helena...
—Pero no de su anillo...—Murmuró Fausto mientras dejaba de ver a la niña, para ver la mirada aturdida de Apolo en su lugar.
—No...—Murmuró Apolo mirando el rostro de su hermano mayor con aturdimiento, por algún motivo hace unos segundos había sentido que esta persona en realidad no era su hermano, pese a que su apariencia le indicaba que solo estaba alucinando—No, te equivocas: la importancia del anillo también se fue difuminando con el tiempo.
—¿Y qué lo reemplazó?—Preguntó Fausto con curiosidad mientras miraba fijamente al joven sentado al lado de él.
—¿Eh?… No sé… nunca me hice esa pregunta: supongo que la mansión…—Respondió Apolo reflexivamente tratando de imaginarse una respuesta que también lo satisficiera a él mismo—Las habitaciones, los muebles y sobre todo sus historias.
—Pero ya terminaste la casa, Apolito…—Dijo Fausto dando un trago hondo a su botella, ignorando la expresión del rostro de Apolo al escuchar esa respuesta.
—Sí, ya se terminó… Todo termina… El tiempo todo lo acaba…—Respondió Apolo aturdidamente mirando la mitad visible del rostro de su hermano mayor, tratando de comprender por qué había soñado con el hermano con el cual peor relación tenía justo en este momento: ¡No podía ser una casualidad, algo debía significar!
—Ya terminó, pero y ahora, ¿qué sigue?…—Preguntó Fausto tirando su botella al piso provocando que se rompiera en mil pedazos. Acto seguido, el noble se paró de repente y con una sonrisa gritó enérgicamente:
—¡Lo que sigue es continuar con nuestro juego!, Cada uno tiene tres intentos y el que más le acierte a la diana se lleva el anillo de bronce en su mano como premio.