Los dos niños se metieron en el pozo y comenzaron a bajar por la escalera hacia un destino incierto. Apenas puso una mano arriba de la escalera, Apolo con aturdimiento notó como las frías barras de metal de la escalera latían como si se tratasen de un corazón bastante agitado; sin embargo, nada más anormal ocurrió, por lo que el joven ignoró la cuestión atribuyendo la anormalidad a lo mágico del pozo, y siguió bajando en busca de Helena.
Tras unos minutos descendiendo por la escalera aparentemente infinita, Apolo comenzó a darse cuenta de que por cada peldaño que bajaba, la escalera se tornaba más y más fría, hasta el punto de que el joven tuvo que calentarse sus manos con una débil llama para que sus palmas no se quedaran pegadas en los peldaños. Por otra parte, por cada peldaño que bajaban los niños, el latido que podía sentirse desde las barras de metal se iba tornando más y más lento, como si el corazón «dentro» de la escalera se fuera tranquilizando.
Los jóvenes siguieron bajando por unos minutos más sintiendo como sus cuerpos se congelaban. Llegado el punto el ambiente se había tornado tan frío que el cuerpo de Apolo y Homero no paraban de temblar, mientras expulsaban humo blanco por su boca. Sin embargo, los jóvenes no se detuvieron y siguieron descendiendo por la escalera hasta que el latido proviniendo de las barras de metal se detuvo completamente y lo contrario comenzó a ocurrir: Los peldaños de la escalera comenzaron a tornarse más y más caliente a medida que los hermanos avanzaban. Por su parte el latido proviniendo del interior de las frías barras de metal se fue haciendo más rápido y más rápido como si el corazón paralizado «dentro» de las barras de metal volviera despertarse del letargo y fuera reanudando su ritmo normal.
Mientras esto ocurría, la temperatura en el túnel iba mejorando y el insistente latido continuaba aumentando su ritmo. Fue entonces cuando Apolo se dio cuenta de que la salida del túnel estaba cada vez más cerca y ya faltaban unos pocos peldaños para terminar de subir la escalera: ¡¿Subir la escalera?!
—¿Desde cuándo dejamos de bajar y comenzamos a subir?—Preguntó Apolo notando la anormalidad de la situación, deteniéndose en uno de los peldaños, sin saber si debía continuar subiendo o no.
—No tengo ni idea, debe ser un pozo mágico: ¡No lo pienses mucho y sigue subiendo!—Respondió Homero empujando el trasero de su hermano mayor, incitándolo a que continuara subiendo.
—¿Pero la idea original no era bajar?, ¿No estaremos volviendo a la superficie de la cueva por error?—Preguntó Apolo aun con dudas acerca de qué hacer, tratando de ignorar la insistencia de su hermano para reflexionar más fríamente sobre lo que acababa de ocurrir.
—Por los pocos peldaños que nos faltan nos conviene subir y comprobarlo con nuestros propios ojos: ¡Si nos equivocamos, volvemos a intentarlo!—Respondió Homero empujando el trasero de su hermano más enérgicamente.
Molesto por los empujones, Apolo continuó subiendo los escalones acercándose al final del pozo mágico. Mientras subía, Apolo se dio cuenta de que al final del pozo podía observarse una trampilla de metal idéntica a la que había en la entrada, aunque esta estaba cerrada, pese a que ellos la habían dejado abierta. En primera instancia, al observar la trampilla cerrada, el niño pensó que los habían engañado y los habían dejado encerrados en este pozo mágico, pero por suerte Apolo observó como a los costados de la trampilla podían observarse unas lámparas oxidadas que el niño nunca antes había visto, por lo que todo parecería indicar que esta era la otra salida del pozo mágico. Al llegar al final del pozo, el niño trató de levantar la trampilla, pero de inmediato se dio cuenta de que había un gran problema: ¡La trampilla estaba cerrada y no podía abrirse!
—¿Qué ocurre?—Preguntó Homero con preocupación
You might be reading a stolen copy. Visit Royal Road for the authentic version.
—¡No se abre!—Gritó Apolo golpeando violentamente la trampilla, no había nada más frustrante que haberse fumado todo este viaje para tener que ver como la puerta de salida estaba cerrada.
—¡Deja de golpear la trampilla o romperás su cerradura, mocoso ignorante!—Chilló Homero con enojo con una voz bastante distorsionada, golpeando el trasero de Apolo.
—¿Trajiste la llave?—Preguntó Apolo viendo los costados de la trampilla para ver si había alguna llave de repuesto escondida entre las lámparas oxidadas.
—¡Claro que traje la llave, déjame subir a abrir la trampilla!—Dijo Homero con confianza, aunque en realidad el niño estaba bastante nervioso y algunas gotas de sudor habían comenzado a resbalar de su rostro, cayendo al vacío infinito del pozo sin fondo.
—¿Cómo planeas pasar por delante de mí?, el pozo es demasiado angosto: dame la llave con cuidado y más te vale que no se te caiga mientras me la pasas—Dijo Apolo estirando una de sus manos para abajo, esperando recibir la llave.
—Mmmm...—Sin embargo, Homero no depositó ninguna llave en la mano de Apolo y se quedó mirando el rostro de su hermano mayor fijamente como si estuviera algo atontado, pensando cómo podía salir de este gigantesco problema sin mostrarle al niño que en realidad esto era un sueño.
Llegar a este punto le había tomado al niño enmascarado meses de investigación y trabajo, pese a ello el esfuerzo dio sus frutos y finalmente había logrado encontrar la entrada del subconsciente de Helena con los restos de memoria que había en el anillo oxidado. Y la paciencia le había dado al niño enmascarado la oportunidad perfecta para ejecutar su plan: Apolo se había puesto tan borracho como para caer desmayado, provocando que este sueño fuera lo suficientemente profundo como para que el joven no se diera cuenta de lo distorsionada que era esta «realidad».
Sin embargo, el niño enmascarado no podía arriesgarse a mandar todo su esfuerzo a la basura debido a la intromisión de Apolo, por lo que quería mantener el sueño lo más cercano a la realidad y de tal manera evitar que Apolo logre «despertar» al descubrir que esto en realidad era un sueño. O al menos eso es lo que buscaba el niño enmascarado hasta que descubriera qué secretos se escondían en el anillo oxidado y lograra terminar de plantar la semilla de la «verdad» en el corazón de Apolo.
Pese a ello, para descubrir la verdadera historia del anillo oxidado aún había varias defensas que atravesar como esta molesta trampilla, las cuales en realidad para el niño enmascarado eran bastante simples de superar. El gran problema era atravesar todas las defensas de forma tal que Apolo no sea consciente de lo que hace y de tal manera todo este sueño se quedaría grabado en el subconsciente del joven noble como una bomba que el niño enmascarado podría hacer explotar en el momento oportuno.
—¡¿Trajiste la llave o no?!—Gritó Apolo con bronca al ver como su hermano menor se quedaba congelado mirándolo como un idiota.
—Sí, sólo estoy recordando donde la puse...—Susurró Homero con mucha calma, cerrando los ojos mientras abría la boca de forma bastante ancha, inmediatamente un destello de luz salió de su boca y como si fuera una granada flash, dejó segada la visión de Apolo momentáneamente.
Antes de que su hermano pudiera recuperar su visión, Homero apuntó con su dedo hacia la trampilla de metal y el mismo comenzó a estirarse violentamente hasta pasar el cuerpo de Apolo y meterse en la cerradura de la trampilla de metal, provocando que los bordes de la misma destellaran con una luz azulada. Sin perder un segundo, una llama azulada y muy fina surgió en uno de los dedos del niño en la mano con el dedo agigantado. Sin mostrar duda alguna, Homero usó la llama azulada para cortarse el dedo alargado provocando que el mismo cayera y se perdiera en la oscuridad infinita del pozo sin fondo.
—¡¿Qué tontería hiciste, idiota?!—Se quejó Apolo agarrándose firmemente a la escalera mientras esperaba que su visión volviera a la normalidad.
—No ves las lámparas alrededor de la trampilla: ¡Claramente son un ayuda memoria, la luz es la contraseña para abrir esta trampilla!—Dijo Homero quemando el dedo cortado para evitar que saliera mucha sangre y que Apolo se diera cuenta de que por algún motivo misterioso había perdido el dedo.
—¡¿Cómo mierda la luz va a abrir una trampilla?!—Gritó Apolo con enojo—De todas formas, ¿No podrías al menos avisar qué mierda harías? ¡Casi suelto la escalera del susto!
—No tenemos mucho tiempo y en el peor de los casos caerías arriba mía, así que no te pasaría nada…—Contestó Homero en voz baja tratando de tranquilizar a su hermano mayor—Cuando termines de quejarte, prueba a abrir la trampilla: estoy seguro de que mi idea funcionó.