Apolo acercó la manzana al caballo y el caballo naturalmente agarró la manzana, permitiendo que el joven esté lo suficientemente cerca como para acariciar el suave pelaje del cuello del caballo. Fue justo en ese momento de descuido en donde Apolo se encontraba acariciando a la criatura, que el caballito soltó la manzana y con violencia agarró la ropa del joven con su boca. Con fuerza, el caballo sacudió su cuerpo y tiró a Apolo debajo de sus piernas.
—La cagué…—Maldijo el joven notando la situación de peligro en donde se había metido y sin perder el tiempo, trató de levantarse para alejarse de las piernas del caballo. Pero su velocidad no fue tan rápida como la del semental que ya había acomodado su cuerpo para embocarle una patada.
*Crush* La patada del caballo mandó disparado al esquelético cuerpo de Apolo por los aires y lo hizo rodar por el suelo.
—Señor!—Gritaron Mateo y Orrin sabiendo la gravedad del asunto: la patada de un caballo fácilmente podría matar a una persona y no eran pocos los muertos por molestar más de la cuenta a estas nobles criaturas.
*¡Ahhggg!* Apolo se mordió los labios y trató de aguantar el dolor, para evitar que la gente de los alrededores se diera cuenta de lo que acababa de pasar. No obstante, lamentablemente el aburrimiento de la espera y el estrepitoso grito de los criados jugaron en contra de los planes del joven noble y no pasó mucho tiempo para que varias personas se acercaran a tratar de ayudar a Apolo.
—Orrin dispersa a las miradas curiosas y Mateo arrástrame hacia algún árbol, me dio de lleno en la pierna—Ordenó Apolo mientras miraba con un desprecio impropio de cualquier ser humano normal como varios de sus huesos sobresalían de su pierna derecha.
—¡Haz lo que dice el señor!—Ordenó Orrin al ver que su hijo se había quedado congelado al ver como la sangre emanaba de la pierna de Apolo como si de una fuente se tratase.
—¡¿Cómo mierda un árbol va a lograr curar esto?! —Exclamó Mateo mirando a su padre como si fuera un lunático—¡El chico se va a quedar rengo toda su vida por nuestra culpa!, ¡Nos van a matar, papá!
—¡Cierra la boca y cumple la maldita orden, Mateo! —Gritó Orrin con autoridad, mientras se dirigía a dispersar a las personas que venían a socorrer a Apolo.
Con todas las dudas del mundo, Mateo cargó a Apolo y lo llevó hasta el árbol más cercano, más por la inercia brindada por la histeria de la situación que por lo que su lógica le indicaba. Sin perder el tiempo, Apolo tomó el árbol y vio con incomodidad como había fácilmente 50 personas mirándolo. El anillo de oro en la mano del noble comenzó a brillar y cuando la inscripción terminó de cambiar el árbol que estaba tocando Apolo comenzó a morir, entre tanto los huesos en su pierna se volvían a meter abajo de la piel como si tuvieran voluntad propia y las heridas comenzaban a cerrarse por sí mismas.
Mientras esta grotesca escena ocurría en su pierna, Apolo la ignoraba completamente y en su lugar miraba con la cara roja como un tomate a todos los ojos ajenos que se habían reunido a observar la situación. La vergüenza que estaba sintiendo el joven noble ahora mismo había llegado al punto más alto en toda su vida, por lo que Apolo terminó explotando.
—¡Que nunca vieron de lo que es capaz un mago de verdad, manga de inútiles! —Gritó Apolo con la cara roja, mientras se levantaba y miraba de reojo como el hermoso árbol del jardín del ministerio de magia había sido reducido a un tronco reseco.
Al ver la extraña escena, la gran mayoría de aspirantes a magos tambalearon ante la incertidumbre: por una parte, era impensable que alguien se lesionara con su propio caballo en este momento y desde la otra perspectiva era una buena idea hacerlo para sacar a relucir semejante habilidad mágica. Por lo que para la mayoría de curiosos, que a esta altura de las circunstancias era toda la cola, Apolo o bien era un genio, o simplemente era un idiota buscando llamar la atención montando todo este espectáculo.
Apolo, con la cara roja y mirando al piso, se acercó al carruaje. Por su parte, Mateo, algo impactado por ver por primera vez la extraña habilidad de la familia de Apolo, había salido corriendo hacia el carruaje para abrirle la puerta al joven noble: notando el rubor en su rostro.
—¡Qué haces! ¡Ven y ayúdame a subir a mi asiento!—Comentó Apolo viendo a su criado abriendo la puerta del carruaje y viendo como el resto de personas lo miraban con anormalidad.
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—¿No cree que es mejor esperar a que la gente se disperse?—Pregunto Mateo viendo como su padre seguía tratando inútilmente que la gente dejara de acosar con sus miradas al joven señor.
—No, claro que no. Esta es mi lucha: esta es mi guerra—Se motivó Apolo mientras se acercaba al asiento del conductor y trataba de subirse por su propia cuenta, pero su débil cuerpo no se lo permitía—Ya verán… Todos estos idiotas, ya verán de lo que soy capaz….
Ignorando la petición de ayuda, Mateo se quedó congelado mirando como Apolo trataba de subir al asiento del conductor por su propia cuenta: no fue por el morbo de ver a un noble inútil, sino más bien por los ojos llenos de vida en el rostro de su señor. Durante los 6 largos meses que Mateo había estado sirviendo a Apolo esta era la primera vez que lo veía tan serio. Cada vez que el joven tropezaba y caía al suelo tras fracasar en su objetivo de subir al asiento, se volvía a levantar y sin importarle las risas que ya podían escucharse desde algunos carruajes en la fila, Apolo insistía en seguir intentándolo: volvía a tratar de subirse, solo para fracasar y volver a caer, sin embargo, sus ojos no dejaban de brillar.
Había algo extraño en esta escena, si bien los demás no podían ver esa extrañeza y solo se reían de la inutilidad de Apolo, Mateo, que conocía lo suficientemente bien al joven, podía intuir la anomalía que estaba ocurriendo frente a sus ojos: Apolo, un joven noble eternamente mimado por su familia, estaba tratando por primera vez en su vida de lograr algo por su cuenta, sin embargo, estaba fracasando cruelmente y parecía que no podría escapar de su destino. Pese a ello el joven no se rendía y seguía intentándolo, porque al parecer subir a ese simple asiento se había vuelto una cuestión trascendental en su vida.
Por su parte, Mateo solo podía observar como un observador más, él sabía que la situación era tan idiota como se escuchaba y pese a ello para el criado esta situación tenía algo especia, algo que no era describirle con simples palabras: era la mística creada por alguien que no se rindió y luchaba contra el mundo, era la mística del eterno inútil tratando de superarse a sí mismo, era el joven que maduraba y aprendía a aceptar sus defectos para superarse. Ante tal mística, Mateo se quedó congelado pidiendo a gritos en su cabeza que esta vez y solo por esta vez cuando Apolo volviera a intentar subir al asiento, realmente lograra hacerlo.
Fue entonces que Mateo escuchó una voz familiar, interrumpiendo sus pensamientos:
—No tiene la fuerza, apóyese en la barra, balancee ágilmente su cuerpo y estoy seguro de que lograra hacerlo, joven señor.
Mateo miró a su padre: estaba ahí parado, recto como un roble, con la mano en la espalda, como si estuviera esperando el gran milagro, como si estuviera viendo los más de 60 años de servicio como criado hacia la familia de Apolo transcurriendo delante de sus ojos. Ante tal escena, un escalofrío fue subiendo por la columna de Mateo, él sabía lo que su padre estaba viviendo ahora mismo mejor que nadie en este mundo. Su padre: un viejo criado alimentado por el orgullo de servir a una gran familia noble durante toda su vida, estaba viendo como cientos de personas se reían a las espaldas de su señor. Sin embargo, su propia espalda estaba erguida al cielo: más recta que nunca, pareciendo soportar toda esa humillación con tal de seguir cumpliendo con su palabra de honor al abuelo de Apolo.
Y entonces fue cuando el milagro ocurrió, Apolo, siguiendo el consejo de Orrin, tomó la barra y balanceando su cuerpo para adelante, logró que una de sus piernas entrasen al asiento, pero lamentablemente no logró ingresar la segunda, por lo que la caída era inminente. Sin embargo, sacando hasta la última gota de fuerza de su cuerpo esquelético, Apolo pudo poner la suficiente fuerza en sus manos para compensar el error y conseguir caer en la parte de adentro del carruaje: finalmente Apolo no necesito la ayuda de los demás.
Pese al gran «logro», Orrin escuchó con tristeza como todo el mundo se reía desde atrás de su espalda; sin embargo, su rostro estaba tan firme como su espalda y se negaba rotundamente a demostrar un solo símbolo de debilidad. La familia a la que servía era de guerreros y si Apolo no podía defender su propio orgullo, entonces era su deber como criado cargar con el orgullo de los colosos del bosque negro. No obstante, la tez del viejo criado no pudo aguantar ante lo que estaba a punto de suceder:
*Plaf, plaf, plaf* entre medio de las risas de los demás, el aplauso de Mateo resonó en el aire rompiendo la armonía de las risas. Inmediatamente, Orrin miró a su hijo con preocupación, en primera instancia imaginó que su hijo, tan inexperto como siempre, estaba aplaudiendo con ironía el «logro» de Apolo. Sin embargo, para sorpresa del viejo criado, su hijo estaba llorando con una amplia sonrisa en el rostro mientras aplaudía a Apolo como si su logro fuera el suyo propio, al ver tal escena el rostro del viejo comenzó a empaparse como el de su hijo: ya que por primera vez desde que le enseñó el oficio de criado a su hijo. El viejo pudo ver a Mateo disfrutando la profesión que le había regalado, por primera vez el viejo sintió que su trabajo como padre había dado sus frutos y que su hijo finalmente comenzaba a disfrutar de la vida que con tanto sudor y esfuerzo él pudo otorgarle.
Como si una gran piedra en el corazón de Orrin se hubiera liberado, el viejo comenzó a llorar desgarradoramente mientras se arrodillaba en el suelo. Orrin sabía más que nadie que la vida del criado no era la vida de los nobles, pero era una vida digna, llena de orgullo y sobre todo era la mejor vida que él podía darle a su hijo: por lo que nada lo hacía más feliz que ver a su propio hijo siendo feliz con la vida que con tanto sudor y esfuerzo él le había podido dar.