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1-Prologo

Nuestra redundante historia comenzará con una mujer muy alta y bien vestida, la cual se encontraba caminando con pasos apresurados por un largo pasillo formado por paredes y pisos de piedras poco parejas. Si bien hay muchos estilos de pasillos y queda poco claro donde se encuentra la mujer ahora mismo, lo cierto era que este pasillo en particular estaba lleno de puertas de madera en sus costados y de vez en cuando unas ventanas interrumpían la simetría en la colocación de las puertas. Desde dichas ventanas si uno quisiese podía ver un inmenso bosque de árboles negros y hojas rojas extendiéndose hasta el horizonte, por lo que parecería que la mujer alta estaba caminando por unos de los pasillos de su casa, pero lo cierto es que la señora se encontraba caminando con apuro en los pasillos de un gigantesco castillo rodeado de un pintoresco y llamativo bosque.

Si bien la gran mayoría de puertas de este largo pasillo estaban cerradas, algunas estaban semiabiertas y si uno se malgastara en mirar por la abertura de las puertas podría observar diversas habitaciones en donde varias personas vistiendo ropas sencillas y poco coloridas estaban trabajando sin ganas. El poco esfuerzo con el que estaban trabajando estas personas llamaría la atención de cualquiera y lo cierto es que si uno mirara el rostro de estos trabajadores con atención se daría cuenta de que todos tienen algo en común: unas muy marcadas ojeras rodeando unos ojos con poca vida, por lo que parecía que nadie había logrado dormir bien anoche en este castillo.

La mujer alta miró con asco como los criados trabajaban con tanto desgano, pero lejos de regañarlos por su pereza, la señora decidió ignorar el problema y en su lugar con pasos cada vez más apurados se dirigió hacia el final del pasillo.

El final de este pasillo llevaba a unas escaleras que dirigían al piso inferior donde se encontraba la gran sala de recepción del castillo. Y remarco esto, pues cuando la describo como una gran sala es sin exagerar, pues esta habitación era desproporcionadamente alta y espaciosa. Al punto que uno se preguntaría si el sentido de hacer todas las cosas tan grandes en este castillo era debido al capricho de uno de sus antiguos propietarios o si se debía alguna forma de marcar el estatus de los dueños de esta fortaleza.

Cuando la mujer alta salió del pasillo, lo primero que hizo fue acercarse con un enojo marcado en la mirada hacia la barandilla de madera que servía para evitar que la gente se cayera al piso inferior donde se encontraban las desproporcionadamente grandes puertas de este peculiar castillo. Pese a que la distancia entre el primer piso y el segundo piso era considerable, al punto que uno podía imaginarse la trágica historia que dio lugar a la creación de esta barandilla, la señora alta poca atención le prestó a su seguridad e imprudentemente empujó su cuerpo contra la barandilla para asomar la mitad de su cuerpo hacia el vacío, logrando así mirar con asecho el piso inferior, tal y como si fuera un ave de presa buscando un conejo al cual cazar.

Una sonrisa poco alegre se formó en la cara de la mujer al observar como en el piso inferior se encontraba un viejo hombre vestido de mayordomo sentado sobre un baúl mientras apoyaba su espalda perezosamente contra la gigantesca puerta del castillo. Mientras que por otra parte, se hallaban alrededor del anciano unos jóvenes hombres musculosos vistiendo ropas grises y blancas, los cuales se encargaban de ir trayendo unos pesados baúles y los apiñaban alrededor del anciano, el cual luchaba por mantenerse con los ojos abiertos.

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Pese al cansancio, el viejo y astuto mayordomo notó la mirada acechante de la mujer, por lo que disimuladamente se puso de pie y comenzó a gritar con enojo a los hombres que estaban acomodando los baúles:

—¡Tengan cuidado con las pertenencias del joven señor!, ¡Acaso no aprendieron nada siendo criados en este castillo por tanto tiempo!, Lo único que nos falta es que ese muchacho quiera regresar en el medio del viaje porque le rompimos alguno de sus juguetes.

—...— Los criados con aturdimiento detuvieron el traslado de los baúles y miraron estupefactos al viejo mayordomo, sin lograr comprender por qué este viejo comenzó a gritarles de repente cuando ellos solo seguían sus instrucciones.

Ver al mayordomo trabajando con seriedad, logró que la mujer aflojara su mueca por unos segundos, pero rápidamente la expresión de disgusto volvió a aflorar en su rostro, como si de repente hubiera recordado algo desagradable. Sin importarle su noble imagen, la mujer alta agitó sus manos con enojo y gritó desde la barandilla al mayordomo:

—Mi querido Alfonso, ¡¿Me puedes explicar dónde diablos se metió el protagonista de esta historia?!

Al escuchar el rugido irónico de la señora, el mayordomo miró rápidamente a los ojos de la mujer y con una elegante sonrisa ignoró astutamente su pregunta para en su lugar responder:

—Mi señora, no me había percatado de que se había despertado tan temprano. Como notará, las pertenencias de su tercer hijo ya están casi todas preparadas para ser guardadas en el carruaje. ¡Dentro de poco tendremos todo listo para partir!

—¡Buen trabajo, Alfonso! ¡Se ve que siempre estás atento a los detalles!—Gritó la mujer con cierta expresión de ironía y molestia en su rostro—Pero te estás olvidando de un detalle muy insignificante, querido mayordomo: ¡Guardar la pertenencia más importante!

—Juraría que ya trajimos todos los baúles valiosos, mi señora…—Respondió Alfonso, fingiendo no entender la indirecta de la señora, mientras la miraba con una expresión de aturdimiento bastante forzada.

—¡Te estás olvidando del baúl más grande!—Gritó la señora con enojo y algo de preocupación— ¿Dónde diablos se metió mi hijo, Alfonso? ¡El carruaje tiene que partir en una hora o si no no se cruzará con la caravana principal!

Los gritos de la señora parecían no afectar al viejo mayordomo, el cual con mucha calma volvió a sentarse en el baúl frente a la atenta mirada de la mujer. Con una elegante sonrisa, Alfonso respondió calmadamente como si ese problema ya hubiese sido resuelto de antemano:

—El joven señor ya está en el carruaje: como usted ya sabe, a su tercer hijo no le gustan mucho las despedidas.

—Menos mal…—Suspiró la mujer con alegría, la cual al parecer estaba bastante preocupada con el tema; sin embargo, todo parecería indicar que tras recibir la respuesta que buscaba escuchar del mayordomo la señora pudo tranquilizar sus nervios.

Un poco más tranquila, la mujer dio unas últimas órdenes al mayordomo antes de volver con pasos lentos y cansados hacia el pasillo por a donde había aparecido:

—Termina rápidamente de acomodar los baúles y verifica que el carruaje marche deprisa hasta encontrarse con la caravana que se dirige a la capital. No pierdas el tiempo en hacer despedir nuevamente a mi hijo con los sirvientes o con los otros miembros de la familia: Apolo ya tuvo 23 largos años para despedirse y los desaprovecho a conciencia.

Al ver a la mujer alejándose de la barandilla, la mueca de felicidad y tranquilidad en la cara del mayordomo fue desapareciendo de su rostro y en su lugar apareció una expresión llena de preocupación e impaciencia.

Cuando Alfonso estuvo lo suficientemente seguro de que la mujer alta no podría escucharlo, miró fijamente a los criados trabajando y susurró con apuro:

—¡Ya!. Escúchenme y paren de acomodar los baúles de una buena vez…

Los criados, sin comprender el cambio de tés del anciano, siguieron las instrucciones y miraron con algo de aturdimiento como gotas de sudor comenzaron a caer en el rostro del mayordomo.

—No pierdan más el tiempo: … ¡¡Busquen al mocoso!!—Susurró Alfonso con desesperación.

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