Siguiendo la espalda del guardia, Apolo caminó hasta llegar a la parte de atrás de la tienda, la misma no estaba techada y las jaulas en donde se alojaban los esclavos de esta zona estaban completamente oxidadas por la lluvia. Mostrando que al dueño de esta tienda no le importaba mucho la salud de estos esclavos, remarcando el hecho de que eran los más baratos de su tienda. Cada jaula en esta zona de la tienda tenía dos baldes de metal oxidados, uno de los baldes estaba lleno de una sustancia gelatinosa que parecía ser comida, mientras que el otro estaba lleno de un líquido verde el cual en realidad era simple agua. Sin embargo, habían crecido tantas algas en estos baldes que el agua en su interior adquirió un color verdeció, y al parecer ninguno de los empleados de esta tienda se preocupaba lo suficiente por estos esclavos como para sacar las algas de los baldes con agua.
Aunque más importante aún era el hecho de que ninguno de los empleados de la tienda se molestaba en limpiar el suelo de las jaulas, por lo cual el mismo se encontraba repleto del excremento de los pobres esclavos. Provocando que la zona tuviera un olor tan desagradable como para que el joven noble tuviera ganas de vomitar, pese a ello Apolo se contuvo y continuó la marcha en busca de su tan ansiado sueño.
Pero al noble se le estaba haciendo realmente complicado continuar y no era para menos, ya que lamentablemente Apolo divisó y olió como en una de las esquinas del patio trasero de esta tienda podían encontrarse una montaña de cadáveres en descomposición. Dichos cadáveres a simple vista parecían pertenecer a los esclavos que se habían muerto antes de ser vendidos. Al parecer los empleados no querían deshacerse de estos cadáveres, puesto que se usarían para alimentar a los animales de esta tienda; sin embargo, parecían llevar demasiados días a la intemperie por lo que liberaban una no tan agradable fragancia.
Pese a toda la inmundicia y desolación que tuvo que atravesar, Apolo se encontraba mirando con algunas lágrimas en los ojos a una de las jaulas oxidadas en la esquina del patio. A su vez, en dicha jaula se encontraba mirando a Apolo una criatura con los ojos empapados con un líquido de color verde. La criatura en cuestión era tan fea como un feto andante, pese a que tenía dos brazos y dos piernas como cualquier ser humano y era tan pequeña como un niño humano. Sin embargo, su piel era de color verde moco y estaba llena de tumores que parecían malignos, un pus amarillento era segregado constantemente de algunos de estos tumores y sus orejas, narices y labios eran prácticamente inexistentes. La criatura estaba desnuda mostrando que a diferencia de los humanos no parecía tener partes íntimas y su estómago era un poco transparente por lo que Apolo podía ver fácilmente como la gelatina que había comido hace poco la criatura era digerida en su estómago. Esta criatura era el tan famoso Gururi y era la definición del mal gusto personificado.
Pese a ello Apolo se había detenido y miraba fijamente a la horripilante criatura en la distancia como si se tratase de su propio hijo. En las jaulas había varios Gururis, pero solo uno de ellos estaba mirando fijamente a Apolo y a su vez el joven únicamente miraba a uno de ellos: ¡Este era especial, había reconocido su atuendo!
Apolo miró con atención y notó como el resto de los Gururis lo ignoraba, luego recordó como lo había ignorado el vendedor y por último recordó la inusual entrada en la tienda que parecía ser una indicación de sus ancestros, esto no parecía ser una estafa armada: ¡Realmente este podía ser su tan ansiado Gururi!.
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Con las alarmas encendidas en su cabeza, Apolo forzó su actuación lo mejor que pudo y se acercó a la criatura cuyos ojos estaban empapados y brillando, mirándolo como si finalmente se hubiera reencontrado con un viejo compañero de toda la vida.
—Compraré este, parece ser el más saludable—Indicó Apolo, apuntando al Gururi que buscaba.
—¿En serio?, creo que es el más viejo del lote…—Comentó el guardia algo insólito con la elección de Apolo; este Gururi era el que más apestaba y tenía un olor similar al sulfuro, el cual resultaba ser sumamente desagradable, siguiendo su experiencia con estas criaturas ese olor de mierda significaba que ya era realmente viejo.
—Ten, acá tiene los cristales—Respondió Apolo pasándole cincuenta cristales al guardia como si temiera que su oferta cambiará. Tenía que ser cuidadoso, el joven todavía no sabía si era el indicado o una estafa, pero por cincuenta míseros cristales prefería ser estafado a arruinar el proceso de verificación.
—Gracias por venir a nuestra tienda—Comentó el guardia contando los cristales con felicidad, este era el tipo de clientes que le gustaba ver: los que no perdían el tiempo negociando con una larga charla y pagaban de una la cantidad indicada.
Tras verificar la cantidad de cristales, el guardia sacó la llave que tenía en su cintura y abrió la celda indicándole al Gururi:
—Ya no nos perteneces, ahora este muchacho es tu nuevo maestro.
—No hables y sígueme hasta mi carruaje—Ordenó Apolo al ver con felicidad absoluta como el Gururi estaba abriendo la boca para intentar hablar, eso significaba que la criatura no estaba deprimida, lo cual era una grandiosa señal.
El Gururi obedeció y salió de la celda para ponerse justo detrás de Apolo. El joven recordando el trayecto, caminó con lentitud mientras el Gururi lo seguía siempre unos pocos pasos atrás. Al salir de la tienda, Apolo observó como Mateo lo miraba con felicidad. Aunque no era la primera vez que el joven traía un Gururi a ser inspeccionado más meticulosamente, Apolo solo lo había hecho unas pocas veces, por lo que tal vez esta podría ser la última vez que tuviera que hacerlo, por tanto, la tortura del criado finalmente acabaría y estaría cerca de regresar a la comodidad de la mansión.
—Tú, súbete al asiento del conductor. Mateo llévanos a un lugar poco transitado—Ordenó Apolo entrando al carruaje; era mejor alejarse de la tienda para evitar cualquier interrupción.
Tras recibir la orden el Gururi miró el asiento del conductor e inmediatamente desapareció y volvió aparecer sentado en el asiento del conductor, efectivamente se había teletransportado. Y esto se debía a que los Gururis y todas sus variantes eran criaturas naturalmente mágicas y de alta magia. A diferencia de los seres humanos que eran naturalmente mágicos y de baja magia. La diferencia en las definiciones remarcaba el hecho de que la magia de un humano era muy limitada y tenía pocas funcionalidades prácticas, en cambio, un Gururi y cualquier otro animal de alta magia podía usar habilidades que para un ser humano serían imposible de lograr de forma natural.
Pese a ello los Gururis fueron creados por los magos, por lo que eran naturalmente dóciles hacia los mismos y necesitaban a un maestro para vivir. Es por eso que sus jaulas en la tienda eran más decorativas que útiles: estas criaturas podían irse cuando quisieran si tuvieran voluntad propia, pero como carecían de la misma no podían irse sin que su maestro se lo dijera.
Tratando de soportar el olor desagradable del Gururi a su lado, Mateo le dio la orden a los caballos para que comenzaran a avanzar y así el criado comenzó a buscar un lugar más tranquilo como le había indicado su señor.