Siguiendo el consejo de Mateo, Apolo se dirigió a una de las tiendas de la calle principal para obtener sus tan ansiados Gururis, esperando que la información brindada por el sastre fuera un poco exagerada y sus planes no se vieran frustrados. Como consuelo, el joven noble sabía que estaba en la ciudad anillo, la ciudad con mayor afluencia de comerciantes en todo el imperio, si algo existía y era vendible: ¡Entonces debía estar en esta ciudad!.
Tal y como indicó su criado, una de las tiendas más importantes de criaturas exóticas de la ciudad anillo se encontraba bastante cerca de la sastrería a la cual había asistido, por lo que el joven noble no tardó mucho en llegar a la tienda.
La tienda de animales exóticos era realmente grande y ocupaba el tamaño de casi diez tiendas juntas. Aunque su imponente tamaño no era lo único que indicaba su prestigio, ya que el cartel arriba de las grandes puertas de la tienda tenía escrito en tinta azulada: «Tienda Imperial de animales exóticos, propiedad del ministerio de fauna y ambiente»
—¿La familia imperial?, supongo que a los nobles de la capital realmente les importa comprar animales exóticos para sus jardines...—Murmuró Apolo algo nervioso; al joven no le gustaba cruzarse con gente importante, aunque la gran realidad es que lo más probable es que Apolo fuera atendido por algún funcionario del ministerio, los cuales en general eran ciudadanos de la ciudad anillo, es decir: unos «don nadie».
Mientras Apolo luchaba con sus ansias, el carruaje llegó hasta la puerta de la tienda y se paró. Provocando que el joven bajara sin perder un mero segundo, al instante en que el joven abrió la puerta del carruaje produjo que las miradas curiosas de los peatones volvieran a aparecer.
Juntando paciencia en su interior, Apolo logró forzarse a no correr y se dirigió hacia la tienda mientras miraba a la gente obsesivamente, como si temiera que en cualquier momento alguna de estas personas quisiera saltar a atacarlo.
Luchando contra sus ganas de dispersar a todos estos curiosos de un buen grito, Apolo entró en la tienda e inmediatamente fue recibido por un hombre apuesto, vestido con un elegante traje y un par de guantes blancos. El hombre apuesto hizo una reverencia sin preguntarle el nombre al joven, remarcándole a Apolo que esta persona por fortuna no era nadie importante.
El hombre con una sonrisa elegante y bien practicada, continuó su protocolar saludo diciendo:
—Mucho gusto, mi nombre es...
—No me importa un carajo como te llames—Cortó Apolo maleducadamente—Ahora responde mi pregunta: ¿vendes a los preciados Gururis?, busco dos recién nacidos y uno viejo.
—Solo vendemos criaturas exóticas y de alto valor—Respondió el empleado con una sonrisa, ignorando el insulto del joven.
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—Al parecer no eres muy listo, te acabo de preguntar si vendes a los preciados Gururis, así que responde mi pregunta—Respondió Apolo incómodo por la negativa del empleado: ¡Era una mala señal, una señal horrible!
—No, joven señor, solo vendemos Goros o Geros—Respondió el empleado sin perder la paciencia, mostrando que era todo profesional en el arte de tratar con nobles sin modales.
—Por mis ancestros, ¡¿por qué mierda no vendes a los Gururis?!—Chilló Apolo más desesperado que enojado, lo último que al noble le faltaba es que lo dicho por el sastre se volviera una realidad.
—Porque no son el tipo de criaturas que compraría un noble—Respondió el empleado sin inmutar su sonrisa por los gritos de Apolo.
—Yo soy un noble, el noble más importante que vas a atender en toda tu miserable vida como plebeyo: ¡Hermano de un futuro rey!, ¡Y estoy acá esperando a que me vendas tres Gururis de mierda!—Gritó Apolo escupiendo toda su saliva al empleado, haciendo que su grito retumbara por toda la tienda provocando que algunos animales empezaran a gritar asustados. Por su parte, el resto de los empleados comenzaron a mirar al empleado que estaba atendiendo a Apolo con empatía: al parecer esta vez había llegado un cliente bastante complicado de satisfacer—Ahora, manga de inútil, dime antes de que te mande a empalar por el culo con los huesos de tus hijos, ¡¿dónde mierda consigo los tres Gururis que tanto busco?!
—En el barrio de criadores de criaturas y animales—Respondió el empleado sin inmutar su sonrisa sorprendiendo al resto de empleados, realmente el hombre estaba haciendo una brillante actuación.
—¿Es decir que aún son comprables?—Preguntó Apolo cambiando su tono de forma rotunda, agarrando los hombros del hombre que para él eran tan chicos como los de un enano de feria.
—Sí, claro que los Gururis son comprables y son muy comunes—Respondió el empleado con una sonrisa un poco más real.
—¡Que mis ancestros te bendiga, buen hombre!—Gritó Apolo abrazando fuertemente al empleado como si se hubiera reencontrado con un hermano perdido, mientras el resto de empleados miraba la situación con aturdimiento. Por su parte, el empleado siendo abrasado sonreía como un idiota a la puerta de madera sin saber muy bien que hacer para lograr que este lunático dejara de abrazarlo: al parecer este desarrollo del conflicto había superado todas sus expectativas—¡No sabes cuanto tiempo llevo esperando adquirir esas nobles criaturas! Y ahora las esperanzas de lograr finalizar con éxito mi búsqueda se han reanudado con tus gratas palabras, realmente eres una gran persona.
Tras halagar con su corazón a este empleado desconocido, Apolo salió de la tienda bajo la mirada aturdida de todos los empleados.
Cuando la puerta se cerró y el joven salió de la tienda, un hombre regordete de ojos negros, completamente sin pelo y vistiendo solo unos pantalones, comenzó a salir desde el mismísimo piso de roca de la tienda como si el mismo se tratase de agua. Al salir, el hombre regordete le comentó al empleado aún aturdido mirando la puerta cerrada por donde se había marchado Apolo:
—Fue muy sabio de tu parte no mencionarle al joven que lo que estaba diciendo eran idioteces. Más que sabio fue una genialidad que te salvó la vida: La gente de bosque negro es conocida por marchitar a quienes los enojan más de la cuenta. Y créeme que el emperador solo les aplaude cuando se encuentra con los cadáveres disecados. Por esta grana actuación quedas ascendido, París.
—¡Muchas gracias, ministro!—Respondió el empleado, saliendo del aturdimiento y evitando no llorar, incrédulo de que un noble casi lo mandaba matar solo por no tener unos miseros Gururis en la tienda.