El anciano no respondió ante la insistencia del joven y en su lugar levantó la mano al aire; dejando la palma de la mano apuntando al techo del salón, una bola de fuego del tamaño de un tambor comenzó a formarse arriba de su palma.
Cuando la bola de fuego fue lo suficientemente grande como para intimidar a Apolo, el viejo cerró su mano y la bola de fuego desapareció en el aire. Mirando con desprecio la cobardía de su nieto, el viejo gritó con enojo:
—¡Y aun así no me hago llamar mago! Irás a la capital, te guste o no, mocoso, no hay futuro para vos en esta casa. Tu hermano mayor heredará la tierra y los títulos, tu segundo hermano ya es soldado y tu hermano menor fue lo suficientemente rápido como para convertirse en mercader antes que vos pudieras decidir hacerlo. Ahora solo te quedan dos opciones: o te haces mago o soldado.
—Ent… Entonces…—Tartamudeó Apolo con nervios como si las siguientes palabras fueran las más complicadas que tendría que decir en toda su vida—Entonces prefiero ser soldado y recibir tu entrenamiento, abuelo.
—Ja, ja, ja… ¿Tú, un soldado? ¡No me hagas reír, Apolo!—Gritó el anciano entre risas— Tú ya no tienes la mentalidad para ser un buen soldado y mucho menos un general digno de nuestra familia, por desgracia para nuestros ancestros la fortuna te llevó a mandar al carajo los largos años de entrenamiento que tuviste en tu infancia. Pero por todo lo que los ancestros nos quitan, los ancestros también nos dan y por suerte tu padre te heredó una gran mentalidad, una mentalidad excelente para convertirte en un mago. Ya que solo los traidores y los cobardes sobreviven en la capital.
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—¡No soy un traidor!, ¡Fue un accidente!—Gritó Apolo impulsivamente.
—Un accidente muy conveniente…—Comentó el anciano mirando la mano que su nieto cobardemente seguía escondiendo en su bolsillo—¿Qué tal esta propuesta, muchacho? Si quieres quedarte en mis tierras, solo tienes que entregarme tu pequeño tesoro, si no puedes ir a la capital y quedártelo: un mago merece un anillo mágico, ¿no es así, Apolo?
Al escuchar mencionar el tema del anillo, un sudor frío comenzó a formarse en la espalda de Apolo y una mirada maliciosa apareció en su rostro, como si estuviera buscando cómo deshacerse del viejo que conocía sus secretos. Pero por mucho que el joven pudiera pensar, su abuelo medía casi tres metros y era un reconocido soldado con años de experiencia, por lo que el joven solo podía aceptar lo que él mandara.
—Entonces iré a la capital a convertirme en un mago del imperio…—Susurró Apolo de mala gana mientras se daba la vuelta y con pasos rápidos se dirigía hacia la salida del salón.
—Suerte en el viaje, aunque lo hayas olvidado: te queremos mucho, Apolo…—Comentó en voz baja el anciano mirando como la espalda de su nieto se alejaba rápidamente, como si el joven estuviera huyendo de alguna clase de bestia desconocida y no de su abuelo.