Al entrar al cuerpo de Cristóbal, Apolo sintió la diferencia en el hacha inmediatamente y se dio cuenta de por qué su familia decía que esta hacha estaba maldita: Desde la perspectiva del gigante, la madera del mango del hacha estaba llena de tumores que se movían de un lugar a otro mientras gritaban en agonía. De vez en cuando alguno de esos tumores salían del hacha como Apolo lo estaba haciendo entre sus descendientes, mostrando que en realidad eran personas descuartizadas, apuntadas, sin cabeza, con una flecha o simplemente la mitad de ellas. Todas las personas que salían del hacha mostraban signos de haber sido asesinadas, y parecía que estas almas desafortunadas competían para ver quien había muerto de la forma más horrible. Sin embargo, estos «fantasmas» no eran los que hablaban con el gigante, ya que a simple vista se apreciaba que estos desgraciados habían perdido la capacidad de pensar como cuando estaban vivos, y sus movimientos eran más productos del azar que de tratar de comunicarle algo al gigante.
Los «fantasmas» que realmente estaban hablando eran los tumores que se movían incesantemente en la parte de metal del hacha, y la voz de estas personas era como la unión de miles de voces en constante sufrimiento, pese a que sus palabras demostraban un pensamiento único:
—¿Entonces cómo vas a pagarme este maltrato?, ¡llevó combatiendo a tu lado desde siempre y aun así me tratas de esta forma, gigante insensible!.
—¡Estaba borracho!—Pensó el gigante mirando de mala gana al arma; pese a que no lo dijo en voz alta, Apolo también pudo oírlo, por lo que sin dudarlo y sin pudor alguno el muerto fisgoneó en la conversación de su descendiente.
—¡Borracho o no borracho, hay límites y cruzarlos tiene un precio!—Respondieron los tumores en el hacha al unísono, mientras se retorcían con violencia.
—¿Cuál es el precio?—Preguntó Cristóbal en su cabeza con preocupación, mirando de reojo como su sobrino lo observaba en silencio en la distancia.
—¡Mata a todos los inmundos campesinos de este miserable pueblo!, ¡que no quede un desgraciado vivo!, ¡que estas ratas sufran mi odio!—Gritaron todos los tumores en el hacha al unísono retumbando por toda la mente del gigante. Incomodando a más no poder al entrometido Apolo, el cual sentía como si su cabeza se estuviera partiendo por la mitad y luego se volviera unir.
—Estamos por ir a un castillo asediado, ya tendrás tiempo para divertirte cortando las cabezas de nuestros verdaderos enemigos, solo trata de...—Pensó el gigante para nada conforme con la petición, mientras se masajeaba la frente.
—Estas ratas ni siquiera son nuestras y eres el general a cargo de este lugar, tienes el poder y la excusa perfecta, nadie lo sabrá: ¡Hazlo por mí, Cristóbal, hazlo por mi honor!, ¡haz que estas ratas se retuerzan en agonía, que sus gritos llenen cada rincón de este pueblito!—Interrumpieron los tumores en el hacha moviéndose incesantemente de forma hipnótica.
—¿Sabes qué tan grande es este pueblo?, prácticamente es tan grande como una ciudad en el Imperio: pero más vale que mi tío y mi padre se darán cuenta si mueren tantas ratas, y para colmo son ratas útiles. Por otra parte, incluso si quisiera ayudarte, ni siquiera tenemos tanta gente como para lograr lo que me pides que haga: ¡Esta vez te estás yendo muy lejos con tus caprichos!—Pensó Cristóbal bastante enojado, mirando de reojo a su sobrino preocupado de que por algún motivo extraño el mocoso supiera alguna magia exótica que pudiera leerle la mente.
—Si te lo pido, es porque tú ya sabes que puedes hacerlo: en el fondo de tu corazón sabes perfectamente bien que puedes hacer lo que se te antoje con estos animales. Cristóbal, ya sabes la excusa y las órdenes que tienes que dar: solo tienes que decirla en voz alta frente a tus hombres y ellos harán todo el trabajo—Respondieron los tumores seductivamente como si le estuvieran susurrando cada palabra para que entrara lentamente en los oídos del gigante.
—Pero por supuesto que mis hombres harían cualquier idiotez que yo les dijera que hagan: ¡El problema es que mi padre y mi tío se crean mi miserable excusa!. Es posible engañar a mi tío, pero mi padre ya duda de mí, duda de mis «órdenes» y ya mando a un idiota para seguir de cerca mis pasos. Recuerda que no podemos perder nuestra máscara, hay una gran diferencia entre un general cruel y un general que perdió la cabeza; y es que nadie le da soldados a un lunático y sin soldados no hay «diversión». Mi padre debe tener indicios de sobra acerca de este «pequeño» problema que tengo, y por suerte para los dos el viejo aún duda lo suficiente de sí mismo como para sacarnos del ejército. Pese a ello, por más que papá busque excusas constantemente para fingir que el problema no existe, esto puede ser la gota que rebalse el vaso, un pueblo entero es...—Pensó Cristóbal mordiéndose las uñas, mientras miraba como Tea en silencio lo observaba aburridamente.
—No estás loco, Cristóbal. No ves cómo dudas de tus propias acciones, eso te convierte en un general responsable y sensato. Por lo que eres un general completamente sensato de lo que estás a punto de hacer y eres completamente responsable de acabar con todas las miserables vidas de estos molestos campesinos. Pero qué tiene de malo eso: ¿Acaso está mal divertirse un poco?, ¿acaso ya no le diste demasiada gloria a tu familia?, ¿por qué sigues preocupándote por sus opiniones y en su lugar no te concentras en pasarla bien?, como siempre lo hemos hecho, una vez más veremos a las ratas bailar con la muerte, pero esta vez:: ¡Será a lo grande!—Dijeron los tumores del hacha de forma enérgica y llena de vida, pero sus palabras se escucharon como susurros que entraron y revolotearon en el interior de la cabeza del gigante.
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—¿Es que no entiendes lo que te estoy diciendo?, justamente porque amo divertirme con vos es que no puedo hacer lo que me estás pidiendo que haga: ¡Un pueblo entero es demasiado!. Mi padre no tolerará semejante salvajada, por más que papá me quiera demasiado como para exiliarme, esto simplemente...—Pensó Cristóbal mientras miraba a Tea constantemente, temeroso de que alguien pudiera escuchar lo que estaba pensando. Sin embargo, su sobrino solo lo miraba como un idiota, al parecer estando más preocupado por seguir perdiendo el tiempo que por la «charla» que el gigante estaba teniendo con su hacha.
—Es simplemente una genialidad, una idea impresionante, una obra de arte. Piensa Cristóbal, piensa con esa cabeza gigante que tienes y respóndeme esta pregunta: ¿Acaso crees que tendrás otra oportunidad como está para hacer lo que tienes en la mente?, piensa en los gritos de las ratitas, en sus súplicas, en como trataran de salvar a sus hijos, y respóndeme esta pregunta: ¿De verdad vas a dejar pasar esta oportunidad?. Esta guerra está por terminar Cristóbal, y uno nunca sabe cuánto tiempo pasará hasta que la siguiente fiesta comience…—Preguntaron los tumores en el hacha vibrando armónicamente. Mientras que, por otro lado, la cabeza de Apolo luchaba por no estallar por la cantidad de voces que estaba escuchando ahora mismo; el dolor fue tal que provocó que el muerto tuviera que irse del cuerpo del gigante por unos minutos hasta sentir como el dolor desaparecía y todo volvía a la normalidad. Algo sorprendido porque aún pudiera sentir tal dolor estando muerto, Apolo volvió a entrar al gigante y maldijo salir de su cuerpo, ya que la conversación estaba superinteresante y quería saber qué respondería Cristóbal. Sin embargo, para su desgracia, cuando Apolo volvió a entrar en el cuerpo del gigante, Cristóbal ya se encontraba sacando el hacha de la pobre mujer empalada y los tumores en el arma permanecían en silencio, sin revelar la decisión que había tomado el gigante.
—¿Finalmente terminaste de discutir con tu hacha?—Preguntó Tea, mirando para otro lado; sin querer ver la desagradable escena que estaba ocurriendo a unos pocos metros de distancia.
—Sí, hay que ir al campamento, comprobar que los hombres no se hayan alterado más de la cuenta por el incendio en el bosque y verificar que esté todo preparado para partir al asedio—Respondió el gigante, mientras partía el cadáver de la chica por la mitad con su hacha con una sonrisa.
—Qué asco...—Murmuró Tea mirando la escena de reojo, mostrando que su curiosidad había ganado la batalla y desgraciadamente había visto la no muy narrable escena—Antes de marchar, ponte tu armadura, que yo te vea desnudo es una cosa, pero no puedes dejar que tus hombres te vean desnudo, tío.
—Tampoco puedo dejar que mis hombres vean como un mocoso que ni siquiera tocó a una mujer en su vida me da órdenes, ¿no crees?. Recuerda que no estás en el castillo: eres el segundo al mando y yo el general a cargo. Ya cuando termines esta misión, tú serás un general al igual que tus hermanos y tus primos—Respondió Cristóbal mientras buscaba su armadura, por suerte la misma era bastante grande y al parecer se había desnudado en este lugar.
—¿Tanta confianza tienes de que todo saldrá bien?—Preguntó Tea algo nervioso, esta era la primera vez en su vida que salía del castillo, por lo que en realidad el joven inexperto estaba bastante preocupado y temía que no sobreviviera a la crueldad de la guerra.
—Chico, eres prácticamente un mago de batalla y fuiste criado como un soldado desde que naciste: Lo tienes en la sangre, solo disfruta el momento y trata de divertirte…—Contestó Cristóbal mientras se ataba la pechera, pese a su cuerpo el gigante era realmente habilidoso poniéndose la armadura por lo que no necesitaba ayuda de nadie—Digo... no es como que yo disfrute cien por ciento de todo esto. Hay muchas cosas que detesto de mi trabajo y la gran realidad es que a ningún soldado realmente le gusta la guerra, pero como le dijiste a tu mascotita: juramos defender el bosque. Si no finalizamos este asedio a tiempo entonces será la sangre de nuestra gente la que muera por nuestra culpa, y como general lo primero que debes vigilar es que tus hombres no mueran, lo segundo es que tú no mueras y lo tercero es el objetivo por el cual estás luchando.
—Lo sé, siempre supe que este día llegaría, tarde o temprano tendría que usar todo lo que me tomó tantos años aprender...—Dijo Tea desganadamente, mirando con asco el cadáver de la chica partida al medio fijamente; aunque realmente la expresión en su rostro revelaba que el joven no parecía estar para nada convencido de sus propias palabras.
—Ven, muchacho, ayúdame a atarme las muñequeras—Pidió Cristóbal. Realmente el gigante podía hacerlo sin ayuda, pero a Cristóbal no le había gustado mucho el tono con el cual su sobrino le había respondido.
Tea se acercó al gigante y comenzó a atarle las muñequeras, mientras tanto su tío lo miró fijamente y le dijo:
—Sabes, chico, la gran realidad es que siempre puedes mandar al carajo el juramento que hiciste.
—¿Cómo?—Exclamó Tea deteniendo su trabajo por unos segundos, para luego reanudarlo rápidamente algo nervioso de que se notara que esas palabras lo habían tocado más de la cuenta.
—La vida del soldado es corta y la nuestra es larga, es una vida llena de miseria y sufrimiento donde tus amigos viven menos que las moscas y las tragedias te acompañan hasta la tumba. Tea, prácticamente te vi crecer desde que eras un bebé, así que déjame advertirte: no vivas esta vida olvidándote de ser feliz por la mirada de tu familia o por sus opiniones. Si cuando termines esta misión crees que ser soldado no es lo tuyo, entonces manda al carajo el juramento y busca algo que te haga sentir vivo—Dijo Cristóbal recordando que su sobrino jamás se había mostrado interesado por las prácticas de combate o por el camino del guerrero, y en su lugar Tea solía divertirse jugando con su mascotita y haciendo trucos de magia barata.
—La verdad es que me encantaría poder decidir por mí mismo, pero no tengo opciones: ¿Si no soy un soldado, qué mierda voy a hacer de mi vida?—Preguntó Tea sincerándose un poco con el asunto.
—¡Chico, sé lo que quieras!, pero no me pidas que responda esa pregunta, yo no puedo responder esa pregunta por vos. Aun así como te acabo de decir puedes ser lo que quieras y hacer lo que quieras con tu vida. No le debes nada a mi hermano y mucho menos a tu abuelo, así que no te sientas mal por ellos y sé feliz. No hay nada peor que vivir una vida en la oscuridad temiendo que las demás personas se enteren como realmente eres y te odien por eso—Contestó Cristóbal mirando a su fiel hacha. Mientras que, por otro lado, Apolo fisgoneaba de un lado a otro sonriendo descaradamente, contento de poder estar espiando esta conversación tan íntima: ¡La vida de los ancestros era completamente espectacular!