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E11-Mal entendido

Tras unos pocos minutos, Apolo pudo observar desde la ventana el carruaje de su hermano. Tal como el joven esperaba, el carruaje de Homero no solo era prácticamente dos veces más grande que el suyo, sino que además su apariencia era mucho más opulenta: contando con estatuillas de oro y gemas excesivamente llamativas, siguiendo el estilo de la ropa que Homero vestía; es decir, crear un popurrí de colores llamativos sin seguir ningún sentido estético.

Percatándose de que el conductor había detenido la marcha, Apolo procedió a espiar por la ventana los costados de la calle donde el carruaje de su hermano estaba estacionado. Cuando notó que no había tanta gente caminando por la zona, el joven abrió la puerta con velocidad y salió corriendo con la mano que tenía el anillo de bronce oculta en su bolsillo, como si temiera que alguien fuera a intentar robarle en estos pocos metros. Prestando poca atención a los modales, el joven ignoró al guardia del carruaje de su hermano, el cual se encontraba mirando con sospecha como un intruso había bajado de otro carruaje y se aproximaba sospechosamente al que estaba custodiando.

Mientras toda esta pintoresca escena ocurría, Homero, que estaba por llegar a su propio carruaje, observó desde la distancia con una sonrisa vengativa en el rostro; expectante de ver cómo respondería el guardia de su carruaje: el cual él sabía que no conocía la identidad de su hermano.

Y efectivamente lo más que evidente ocurrió: cuando Apolo estuvo a unos pocos metros del carruaje, el guardia saltó sobre el joven tirándolo al piso. Dada la mala condición física de Apolo, sin mucho esfuerzo el guardia logró reducir al joven atrapando la única mano que tenía libre: ya que la otra, Apolo, no la sacaría de la seguridad de su bolsillo por ningún motivo. Teniendo a la sabandija controlada, el guardia procedió a usar el peso de su cuerpo para evitar que pudiera escapar de su agarre.

—¡Ladrón!, ¡Ladrón!, ¡Llamen a los guardias del pueblo!—Comenzó a gritar el guardia del carruaje con enojo, alterando a las personas que estaban bebiendo dentro de la taberna, provocando que las mismas comenzaran a salir para ver que estaba ocurriendo afuera.

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Por otra parte, el conductor de Apolo hace tiempo había bajado del carruaje para tratar de encontrar a Homero y de esa forma detener al guardia desenfrenado; sin embargo, el conductor se encontró que mientras todo esto ocurría, Homero, que seguía observando en la distancia, no paraba de reír mientras se revolcaba por el suelo.

Al ver lo bien que se la estaba pasando Homero, el conductor entendió que Homero no tenía ninguna intención de ayudar a su hermano mayor explicándole la situación al guardia de su carruaje, por lo que decidió esperar a que los guardias del pueblo resolvieran el asunto.

No obstante, el conductor no tuvo que esperar a que eso pasase: ya que el anillo de oro en la mano de Apolo comenzó a brillar. Al notar el brillo proveniente del anillo de su hermano, la risa de Homero se detuvo de repente y con miedo por lo que estaba a punto de suceder, se levantó rápidamente mientras gritaba con desesperación:

—Para, manga de idiota, es el mejor guardia que tengo: ¡No lo mates!

El guardia, que estaba aplastando a Apolo con su peso, reconoció la voz de Homero y preocupado por sus palabras, miró con desesperación como el anillo del joven que estaba reteniendo no paraba de emitir un brillo extraño. Sin embargo, antes de que el hombre inscrito en el anillo logrará cerrar sus brazos para abrazarse a sí mismo, Homero ya había llegado y con violencia empujó al guardia, evitando que siguiera apoyando su cuerpo contra el de Apolo.

Tras liberarse del agarre del guardia, Apolo logró levantarse del piso siendo lo suficientemente habilidoso como para no sacar la mano escondida en su bolsillo y observó con cautela como su hermano había llegado al rescate. Sin preguntarle mucho, Apolo corrió hacia el costado de su hermano y puso su espalda contra la suya mientras observaba con horror como todas las personas que habían salido de la taberna y los guardias del pueblo lo estaban rodeando con miradas poco amigables.

—Va a estar jodido salir de esta…—Murmuró Apolo a su hermano exagerando la situación, entendiendo que esta podía ser su última y primera gran batalla.

—Pero qué mierda estás diciendo…—Comentó Homero con una sonrisa irónica ante el delirio de su hermano, recordando con felicidad como esta era una postura que solían practicar los dos en los entrenamientos militares que solían realizar de niños. Sin embargo, rápidamente Homero notó la mirada de los hombres que lo estaban rodeando y su sonrisa poco a poco comenzó a desvanecerse: recién ahí el gigante se dio cuenta de que para estos desconocidos él había ayudado al ladrón y no al guardia de su propio carruaje.