Lejos, muy lejos de la fiesta que se estaba desarrollando en la mansión de Apolo, se encontraba un gran castillo oculto en el medio de un frondoso bosque de árboles negros y hojas rojas. En uno de los innumerables pasillos de este castillo se encontraban dos niños vistiendo batas bastante desgastadas y sudadas, los muchachitos estaban caminando con lentitud mientras aparentaban estar buscando algo que se les había perdido, arrastrando sus piernas tras cada paso que daban como si estuvieran realmente cansados de tanto buscar.
—¿Dónde se habrá metido Helena?—Preguntó uno de los niños, el cual tenía una nariz particularmente puntiaguda.
—Ni idea, pero ya llevamos varias horas buscándola, Apolo, de eso no tengo dudas…—Se quejó el otro niño, cuyo cuerpo era un poco más gordito que el niño con el que caminaba, aunque para su fortuna tenía un rostro mucho más apuesto y adorable. No obstante, la mitad de la belleza de ese rostro adorable y regordete se hallaba oculta tras un antifaz plateado.
—Supuestamente, iríamos a explorar el bosque juntos—Dijo Apolo limpiándose el sudor de su rostro con su bata—¡Ya sé qué hacer, Homero!, ¿Qué tal si le pedimos indicaciones a alguno de los criados?
—¡Oh, grandiosa idea, Apolo!—Exclamó Homero mirando para los costados en el pasillo notando que no había un solo criado al cual preguntarle—¿Y si vamos hasta las puertas?, siempre hay unos guardias custodiando las puertas del castillo, tal vez ellos sepan en dónde está Helena.
—Bueno, ¡el que llega primero se queda con el postre del otro!—Gritó Apolo corriendo como un maníaco hacia la entrada del castillo
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—¡Hey!, ¡eso es hacer trampa, no corras!, ¡yo nunca acepté esa apuesta!—Gritó Homero corriendo atrás de Apolo, pero lo cierto es que su hermano mayor era bastante más ágil por lo que terminó perdiendo la «apuesta».
—¡Me quedo con tu postre!—Gritó Apolo tocando la puerta de la entrada del castillo.
—¡No!… ¡Claro que no, es mi postre y solo mío!… ¡Le voy a decir a Fausto que me estás robando mis postres de nuevo!—Contestó Homero con enojo mientras luchaba por reajustar su respiración.
—Qué cobarde…—Murmuró Apolo abriendo las puertas del castillo con algo de esfuerzo dado que eran demasiados grandes como para que un niño normal lograra abrirlas.
Las puertas se abrieron mostrando dos guardias vestidos con una armadura de cuero algo gastada, los dos hombres estaban amputados y parecían que habían sido ex-soldados a los cuales se les ofreció este trabajo; incumpliendo en parte la política aislacionista tradicional del reinado del bosque negro, pero claramente nadie se le pensaría ir a comentarle el tema al señor del castillo.
—¿Pasó algo, chicos?—Preguntó uno de los guardias sin seguir protocolo alguno.
—Sí, perdimos a Helena, ¡¿saben a dónde se metió?!—Explicó Homero
—¿La niña rubia de ojos claros?—Preguntó el otro guardia
—Sí, esa es Helena, ¿la vieron por acá?—Contestó Apolo con impaciencia.
—La chica se fue con una vieja criada al interior del bosque—Explicó uno de los guardias—Supuestamente iban a buscar algunas flores, pero hace mucho tiempo que no regresaron.
—Bueno, gracias por las indicaciones, ¿sabes por donde fueron?—Contestó Apolo—¡Iremos a buscarlas!
—Vayan por allá, recuerden regresar antes del anochecer o le diremos a su padre y terminarán castigándolos—Dijo el guardia levantando el brazo e indicando hacia una dirección en particular en el bosque, aparentemente no preocupado por que los niños salgan del castillo a caminar y se metan al medio del bosque. Mostrando que era bastante normal que lo hagan… O que los guardias eran muy imprudentes con su tarea.