Viendo como su padre regresaba a custodiar los carruajes, Mateo puso con cuidado la tarjeta negra en su bolsillo y procedió a entrar en la taberna. Dada la gran cantidad de gente que estaba visitando el pueblo la taberna estaba repleta de personas; no había una sola mesa disponible y todos los taburetes alrededor de la barra ya habían sido ocupados.
Para colmo la taberna no era tan grande: la gran mayoría de las mesas con clientes se encontraban en el patio trasero del local y dentro de la taberna solo podían verse algunas pocas mesas redondas llenas de asientos, las cuales si bien eran pocas, eran lo suficientemente grandes como para ocupar casi todo el local. Lo cierto es que la gran mayoría de la gente aceptaba sentarse con cualquier persona en la mesa con tal de recibir una comida bien preparada y un trago de alcohol, por lo que las conversaciones en cada mesa eran increíblemente variadas y en casi todos los casos exageradas.
Por lo que pudo ver Mateo, parecería que el cantinero había puesto a toda su familia a trabajar en el negocio: dado que el que estaba atendiendo en la barra era un niño de no más de 10 años y la que servía la comida dentro de la taberna era una chica de no más de 12 años.
Algo avergonzado de tener que ir a exigirle comida a un niño, Mateo se acercó a la barra esquivando la comida en el piso y lo que aparentaba ser el vómito de algún alma desafortunada. Al llegar a la barra, Mateo encontró un espacio entre los taburetes y cuando tuvo la oportunidad le dijo al «cantinero»:
—¡Hey, muchachito, necesito que me prepares un plato de comida!
—Claro, el menú de hoy es caldo de verduras y caldo de carne de vaca—Comentó el niño mirando con felicidad a Mateo, parecería que estaba disfrutando sentirse un poco más adulto el día de hoy.
—No me sirven esos menús, necesito que me hagas una sopa de pollo, muchacho—Respondió Mateo con cierta incomodidad.
—Hay demasiada gente, lo siento, pero no hacemos platos particulares para cada persona—Dijo el niño moviendo la cabeza de un lado al otro exagerando su negativa.
—Dile a tu padre que haga una excepción, no es para mí la comida es para un noble—Comentó Mateo con nerviosismo mirando como el resto de personas en la barra lo miraban de forma no tan amigable.
—No podemos hacer excepciones, solo hay caldos de verdura y vaca—Comentó el niño negando con la cabeza para ambos lados—Tendrá que conformarse con eso.
Mateo, ya bastante avergonzado por tener que estar haciéndole la vida complicada a un niño, se preparó mentalmente y se dispuso a tratar de lograr convencer al «cantinero», pero por suerte uno de los borrachos de la barra habló antes que él.
—Hey, niño. Ve a decirle a tu padre que la comida es para un noble, podrías meterte en problemas si no lo haces.
—Pero, justamente mi papá me dijo que me negara a cocinar platos particulares—Respondió el niño de mala gana, parecería que estaba por hacer un berrinche si le seguían llevando la contraria.
—¡Es para un noble!, ¡Podrían encarcelar a tu padre, mocoso!, ¡Ve y dile a tu padre!—Gritó el borracho asustando al niño.
El niño con algo de miedo fue a la parte de atrás de la taberna, más con la intención de decirle a su padre que volviera a sacar a otro borracho, que con la idea de mencionar el asunto de la comida para un noble. La parte de atrás de la taberna era una cocina común y no tan grande, solo contaba con una estufa, una mesa alargada y una despensa lo suficientemente grande como para guardar lo necesario para cocinar.
—¡Papá! Hay otro borracho gritando—Gritó el niño con una mirada llena de temor, al entrar a la parte de atrás de la cocina.
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El padre del niño se encontraba batiendo un caldero bastante grande, en el interior del mismo una mescolanza de verduras podía verse, por lo que este debía ser uno de los menús del día. Al escuchar el grito de su hijo y ver su rostro asustado, una mueca bastante fea se formó en el rostro del cantinero y sin darle muchas vueltas al asunto, tomo un machete para cortar carne y le dijo a su hijo:
—Haber dime quien se está pasando de listo en mi taberna.
Mientras todo esto ocurría Mateo esperaba en la barra con una mirada triunfante en el rostro: estaba cerca de cumplir su primera gran misión; sin embargo, la expresión de triunfo no le duro mucho y se difuminó completamente de su rostro al ver como el verdadero cantinero salía con el rostro enojado y más importante aún: con un machete tan grande como un palo de amasar en una de sus manos.
—¡Quien de ustedes le anda a gritando a mi hijo!—Gritó el tabernero con fuerza, haciendo que todos dejaran de comer y miraran para la barra.
Al escuchar el grito atronador resonando por el bar, la espalda de Mateo se llenó de sudor frío y se recordó a sí mismo mantenerse fuerte: nadie le había dicho que ser un criado era fácil y pase lo que pase debía irse de este local con una sopa de pollo en las manos. Pero para su fortuna antes de que pudiera comentar nada, el borracho volvió a hablar por él:
—Yo lo hice, Néstor. Un noble te está pidiendo comida y tu hijo se estaba reusando.
—¡¿Cómo?!—Gritó con aún más enojo el tabernero mirando de arriba a abajo a su hijo y agradeciendo en su corazón que justo un vecino se encontraba fisgoneando la conversación entre el noble y su hijo, si no las cosas podrían ponerse complicadas para su familia.
El niño miró la cara de enojo en el rostro de su padre y supo que lo mejor era fingir ser sordo y mirarlo con pena hasta que se le pase la bronca, o si no sería castigado con severidad.
—¡No me mires así y dime que te había dicho hace unas horas!—Comentó el cantinero con disgusto al ver como su hijo lo miraba con cara de cachorro asustado.
—Me-me di-dijiste que si quería atender la barra tenía que comportarme como un adulto responsable—Respondió el niño asustado.
—¡Y qué clase de adulto responsable manda a la cárcel a su familia!—Gritó el cantinero con enojo—Te mencioné específicamente que fueras inteligente y precavido, y por lo que se ve, se nota que aún no eres lo suficientemente maduro como para atender la barra: ¡Ve adentro, aprende de tu error y encárgate del caldo!
—Pero…—Quiso refutar el niño; él con mucho esfuerzo se había librado de la cocina y no tenía ganas de volver al puesto de cocinero; no obstante, por la mirada fulminante de su padre, el niño entendió que lo mejor era quedarse callado y seguir sus instrucciones.
Al ver como el niño se marchaba, la cara de enojo en el rostro del cantinero se fue remplazando por una de preocupación y temiendo lo que podía ocurrir a continuación comento con calma:
—Por lo demás, quien es el noble que hay que atender: ¡Lo haremos de inmediato!
—Eso espero…—Respondió Mateo en voz muy baja, prestando más atención al intimidante machete en la mano del cantinero que en el rostro preocupado del mismo.
—Ya verá, mi familia cuenta con los mejores cocineros de este pueblo: quedará satisfecho y pedirá repetir el plato—Comentó el cantinero dejando discretamente el machete en el piso—Espero que pueda disculpar el error de mi hijo, él es muy joven y como dice el dicho: «Errores de hoy, ¿caminos del mañana?». Estoy seguro de que el pequeño aprendió la lección y no volverá a hacerle perder el tiempo alguien tan noble como usted, como disculpa le ofreceremos la comida gratis.
—Yo solo soy su criado… no tiene por qué disculparse…—Corrigió Mateo con los cachetes rojos de la vergüenza; incómodo al notar que la gente del bar aún no reanudaba su charla y en su lugar se habían quedado curioseando en su conversación con el cantinero—Por lo demás pagaremos el fruto de su esfuerzo como todos los demás: ¿Cuánto vale un pollo entero?
—Un tercio—Respondió el cantinero con alegría al ver qué había zafado del castigo.
—Un tercio de cristal, ¿no?—Preguntó Mateo con incomodidad, como criado lógicamente todo era pagado por el mayordomo de la casa y esta era la primera vez que compraba algo en su vida, por lo que trataba de recordar lo que había aprendido del mayordomo antes de iniciar el viaje.
—Sí, un tercio de cristal—Respondió el cantinero con paciencia.
—Le daremos tres cristales por una sopa de pollo, pero déjeme indicarle puntualmente como debe ser preparada y permítame observar el proceso—Dijo Mateo mientras sacaba la libreta con las recetas. Según lo que había aprendido del mayordomo el dinero siempre fue insignificante para la familia de Apolo, así que lo importante era asegurarse de la calidad de todo y no tanto de su valor.
—No tenga dudas que cumpliremos su pedido: ¡pase conmigo a la cocina!—Respondió el cantinero con una sonrisa tan ancha que provocaba que le dolieran los cachetes.