El tiempo nunca ocioso siguió continuando con su continuo tick-tack, provocando que cuatro meses enteros se perdieran de la vida de Apolo. No obstante, bondadoso como él solo, el tiempo le había entregado un hermoso regalo al joven noble: ¡Finalmente, sus Gururis habían aprendido a convivir juntos!, o al menos eso es lo que pensaba Apolo…
Si bien la relación entre sus Gururis actualmente no era precisamente buena, lo cierto es que una enemistad marcada no era tan mala como una rivalidad a muerte. Por lo cual el joven hace un mes entendió que el tiempo había llegado y sintiéndose satisfecho con el entrenamiento que había impartido, decidió que era momento de que Aquiles y Nicolás comenzaran a aprender de Zoe como convertirse en sus futuros mayordomos. Aunque todo eso había quedado en el pasado, pues un mes entero ya había transcurrido y por suerte ningún accidente desafortunado había sucedido.
Volviendo a la actualidad, el día de hoy Apolo se encontraba caminando hacia la puerta de la mansión, en el camino el joven de vez en cuando se cruzaba con alguna persona completamente desconocida. Aunque en principio estos desconocidos eran sus nuevos criados, pese a que en realidad no eran tan nuevos y llevaban trabajando en esta mansión hace algunos cuantos meses. No obstante, Apolo nunca se había malgastado en detenerse a terminar de mirar sus rostros, por lo que el joven noble nunca pudo terminar de recordar sus caras.
Tras llegar a la puerta de la mansión, Apolo se percató de que Zoe y los dos Gururis rosas se encontraban esperándolo con una sonrisa bien marcada en sus rostros.
—¡Buena mañana, Maestro!—Dijeron las tres criaturas al unísono como si lo hubieran estado practicando por un buen rato.
—Buen día, ¿ya está todo preparado para que pueda ir al ministerio de magia?—Preguntó Apolo mirando con extrañeza como varias estatuas aparentemente costosas eran transportadas por carruajes hacia algunos rincones de su amplia estancia—¿Qué son esas cosas?
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—Las decoraciones del patio, hace tiempo venimos comprándolas, pero nunca se malgastó en mirar cómo fuimos decorando el patio—Respondió Aquiles explicando por qué había tanta gente trabajando por el patio.
— Ya pasaron unos cuantos meses desde la última vez que salió del interior de la mansión y el patio ha cambiado mucho gracias a nuestro gran trabajo—Agregó Zoe apuntando al patio con su manito con insistencia, como indicándole a Apolo que tenía que malgastarse en ir a ver su trabajo de cuatro meses de una buena vez—Por lo demás está su desayuno en el carruaje: el conductor lo está esperando.
—Me alegro, cuando tenga tiempo iré a revisar el patio…—Contestó Apolo con una sonrisa bastante bien practicada atrasando la cuestión nuevamente, mientras con lentitud caminaba apoyado de su fiel bastón hasta el carruaje donde un conductor cuyo rostro no supo reconocer efectivamente lo estaba esperando—Por primera vez en mucho tiempo me iré de la mansión: ¡Así que estate atenta, Zoe!. Recuerda nunca terminar de confiar en esos dos idiotas, ya se les nota en la cara que estaban esperando a que me fuera a buscar el presupuesto de este año.
—¡Que tenga un buen viaje, Maestro!—Dijo Zoe levantando su bastoncito frente a los dos Gururis rosados mientras se preparaba para la dura batalla que se aproximaba por el horizonte.
—¡Compórtense, espero que para cuando vuelva todo siga igual que siempre!—Ordenó Apolo mirando con preocupación a los dos Gururis rosados antes de entrar al carruaje. El joven sabía que esta era la gran prueba de fuego y por desgracia no estaba tan seguro de que los dos Gururis rosados pudieran lograr superarla, pero ya habían pasado varios meses desde que terminó el año y Apolo no quería seguir atrasando el recibimiento de su patrocinio anual y el viaje al ministerio. Por lo que finalmente había llegado el momento de comprobar que todo el entrenamiento que Apolo le fue dando a estas dos salvajes criaturas había valido la pena.
—¡No nos pasará nada, que tenga un buen viaje, Maestro!—Gritaron Aquiles y Nicolás al unísono en respuesta mientras una amplia sonrisa se formaba en sus rostros; no ayudando mucho a tranquilizar las dudas del joven noble.