Con todos sus asuntos solucionados, Apolo salió de la oficina del ministro de magia, para encontrarse con el mago al cual había corrido hace unos minutos mirándolo con una sonrisa particularmente extraña. El joven se sintió algo perturbado por la sonrisa del extraño y decidió abrirse paso, pero atentamente el mago se corrió dejándolo pasar, evitando el manotazo de Apolo mientras decía con bastante tranquilidad:
—Que tengas un hermoso viaje de regreso.
*Boom* Antes de que Apolo pudiera contestarle al mago, el hombre entró a la oficina del ministro y la puerta se cerró por sí misma con fuerza tras su paso. Dejando al joven noble mirando con consternación la puerta cerrada de la oficina, mientras murmuraba:
—Con la suerte de mierda que estoy teniendo este día, estoy seguro de que ese don nadie va a terminar convirtiéndose en el hermano bastardo del emperador…
Bastante preocupado por la sonrisa irónicamente amigable que acababa de recibir, Apolo salió del castillo y se encontró con Mateo, el cual ya tenía todo preparado para el viaje de regreso y se encontraba esperándolo en el carruaje estacionado al costado de la puerta del castillo. Sin ánimos para explicar todas las desgracias que le habían sucedido, el joven se subió al asiento y esperó a que Mateo iniciara el viaje.
—¿Pasó algo?, su cara me indica que acaba de pasar un mal rato…—Comentó Mateo mientras ponía en marcha el viaje de regreso a la mansión.
—Pasó de todo y para colmo creó que va a pasar algo peor, mis ancestros están molestos conmigo y lo peor es que no sé por qué—Dijo Apolo con preocupación tomando el anillo en su pecho, lo único que faltaba es que lo hubiese perdido.
—Esperemos que sea algún disgusto de sus ancestros y que no sea la ira de los muertos en la mazmorra….—Respondió Mateo mirando las lozas azules en el camino con preocupación, temeroso de cruzarse con algún pozo que le rompiera las ruedas al carruaje.
El hombre ya había visto con sus propios ojos que los primeros en morir por peste azul eran los que robaban a los cadáveres y los segundos los que no los trataban con cuidado, mientras que los que les dedicaban algunas palabras tenían síntomas, pero aún se encontraban entre los vivos.
Para colmo los que robaban los cadáveres solían sufrir accidentes de forma demasiado regular como para no levantar sospechas en el astuto criado. Si bien en primera instancia los accidentes como que a algún criado se le caiga un mueble encima, o que los criados sé tropezaran con alguna alfombra vieja para terminar cayendo por las escaleras, no resultaban llamativos para nadie; ya que la mansión de por sí era una inmensa trampa para cualquier humano que no prestara atención a sus pasos. Sin embargo, para alguien como Mateo u Orrin que movían todos los hilos en la mansión, le resultaba demasiado evidente los problemas en la estancia: probablemente no había otra familia noble que tuviera que cambiar sus empleados con tanta frecuencia y aún más sospechoso era el hecho de que los primeros en ser reemplazados eran los que robaban cosas de la mansión o los que se burlaban de los muertos.
A este punto de las circunstancias, Mateo sabía que su padre tenía la teoría de que la mansión había quedado embrujada con el odio de los muertos y es por eso que los accidentes nunca dejaban de ocurrir. Si bien Apolo lo desconocía completamente, el hombre sabía que no eran precisamente pocos los criados que se perdían en los pasillos de la mansión para nunca volver a ser vistos, pese a ello por fortuna del joven noble, el mayordomo y Mateo, los criados no eran tan supersticiosos como para darse cuenta de las irregularidades en la mansión.
—Eso espero…—Susurró Apolo sin poder sacarse de la cabeza la sonrisa del mago con el cual se había cruzado. Había solo 700 magos en el ministerio, de ellos la mayoría actualmente eran un don nadie, ¿cuántas chances realmente había de que pudiera cruzarse con alguien al cual no debía molestar?, pocas y, sin embargo, para Apolo este día esas chances eran infinitas.
El carruaje siguió avanzando con normalidad, hasta que llegaron a la mitad del camino, fue entonces que Mateo despertó del trance meditativo a Apolo y comentó con bastante preocupación:
—A Cholita y Martita les está pasando algo
—¿A quiénes?—Preguntó Apolo sin entender.
—A los caballos, les está pasando algo: ¡no están reaccionando a las indicaciones!—Gritó Mateo tomando un rebenque del asiento del conductor, para tratar de hacer reaccionar a los dormidos caballos.
Antes de que el conductor pudiera probar suerte con el rebenque, Apolo tomó a Mateo y saltó del carruaje, mirando como los caballos seguían avanzando con normalidad.
—Pero qué carajos te pasa, ¡¿por qué hiciste eso, señor?!—Gritó con enojo Mateo viendo como el carruaje se alejaba sin ellos: pese a que los conductores se habían marchado, los caballos no parecían tener ninguna intención de parar.
—¡Años de experiencia, me indican que ese mago malparido le hizo algo a nuestro carruaje!—Exclamó Apolo con enojo, mirando como el carruaje se alejaba, completamente consciente de que ese «Que tengas un hermoso viaje» estaba lleno de odio y resentimiento.
—¿Mago malparido?, ¿años de experiencia?, Pero si solo tienes 24…—Respondió Mateo ya sin poder aguantarse las ganas de darle un buen reproche a Apolo—Sé realista, un viejo mago rancio jamás podría hacernos nada, por otro lado, nos tomará más de dos días caminando si vamos a pie: ¡Hay que llegar al carruaje y hacer entrar en razón a los caballos!
Tras decir eso Mateo trató de llegar al carruaje, el mismo estaba a punto de doblar por lo quera fácil llegar al carruaje a tiempo superando la velocidad de los caballos; sin embargo, el hombre se detuvo a mitad de camino cuando notó que los caballos no mostraban signo de detenerse y estaban por chocar contra un árbol.
This novel's true home is a different platform. Support the author by finding it there.
—¿Por qué no doblan?—Preguntó Mateo aturdido, el caballo no es una máquina y como cualquier animal inteligente no buscaría golpearse contra un árbol activamente; sin embargo, justamente eso estaba ocurriendo delante de sus ojos. Para colmo los caballos iban a un ritmo bastante lento, por lo que era fácil notar que estaban a punto de golpearse.
—Es por culpa del mago: ¡quería que nos matáramos al chocar el carruaje contra un árbol!—Gritó Apolo en un estado de paranoia puro que no había surgido en él hace ya mucho tiempo.
—¡Pero mira a la velocidad a la que va el carruaje, mocoso!—Gritó Mateo enojado, no quería ver como sus caballos se golpeaban contra el árbol de forma estúpida—A esta velocidad de suerte te rasguñas con una rama, para colmo ni siquiera tendrías que aguantar el ardor de ese rasguño, podrías curarte inmediatamente. Así que no te pongas histérico: ¡Ve y frena a los caballos!
Apolo reaccionó con los gritos de su criado y se recordó a sí mismo que era un gigante musculoso prácticamente indestructible, por lo que realmente no le pasaría nada. Ya algo más consciente de la situación, el joven noble corrió a tratar de detener a los caballos, sin embargo, el criado y el noble perdieron demasiado tiempo discutiendo y los caballos estaban a punto de ponérsela contra un árbol.
Apolo corrió con fuerza, no obstante únicamente alcanzó a llegar a la parte trasera del carruaje cuando el caballo se dio la frente con el árbol de forma algo boba.
*Pu* Apolo escuchó el ruido del caballo chocando y supo que no había reaccionado a tiempo, pero el joven no alcanzó a lamentarse cuando escuchó otro ruido atronador.
*Booom* Los caballos explotaron como un barril de pólvora, destruyendo el carruaje y mandando a volar por los aires a Apolo. La explosión fue tan grande que la nube de polvo generada por la misma terminó haciendo tropezar a Mateo, el cual se encontraba a media cuadra de distancia del carruaje.
—¡Señor!—Gritó Mateo levantándose del suelo de un golpe, para salir corriendo hacia el lugar donde se produjo la explosión en busca de Apolo.
Al llegar el hombre se encontró con que el gigante estaba hecho una pasta de carne, con medio cerebro desprendido de su cabeza completamente abierta, sus dos ojos habían sido molidos hasta transformarse en dos pastas blancas y sus dos brazos habían desaparecido por lo que parecía que los había usado para cubrirse; sin embargo, la defensa de sus brazos no fue suficiente y se le habían terminado desprendiendo. Por otra parte, el estómago del joven noble era completamente un desastre, vísceras y huesos rotos saliendo de su cuerpo podían encontrarse por todos lados, dándole asco a cualquier persona que lo viera.
—¡¡No!!—Gritó Mateo desesperadamente: ¡Su señor había muerto por su culpa!.
Tratando de arreglar las cosas, Mateo trató de arrestar el cuerpo del gigante hacia un árbol, pero entonces se dio cuenta de que solo por rozar el cuerpo molido en carne de Apolo se sentía más débil, por lo que el hombre detuvo inmediatamente sus planes.
Entrañado por la sensación que acababa de sentir, Mateo se tomó el tiempo para apreciar el cadáver de Apolo y logró observar cómo un extraño cordón se encontraba en la nuca del joven noble. El cordón hecho de carne y piel se extendía hasta un árbol cercano que estaba comenzando a marchitarse. Y mientras eso ocurría los órganos de Apolo comenzaban a moverse como si tuvieran vida propia para volver a sus posiciones originales.
La situación era tan bizarra que, incluso Mateo pudo apreciar como un par de brazos en la lejanía se estaban acercando hacia el «cadáver» de Apolo.
—Impresionante...—Murmuró Mateo, mientras observaba como Apolo volvía abrir los ojos y lo miraba con aturdimiento.
—¿Sabes a cuantos magos en nuestro imperio se les consideran magos de batalla?—Preguntó Apolo desde el suelo mientras su cerebro como una babosa se metía en su cabeza.
—Ni idea...
—¡Uno, solo uno queda, el resto murió miserablemente hace años!—Gritó Apolo con enojo—Como mierda es que me voy a cruzar con el único mago de batalla de todo el imperio justo al entrar en la oficina del ministro de magia: ¡Cómo! ¡O acaso se supone que todos los inútiles de los magos pueden hacerme esto!
—Escucha, Apolo, hemos ofendido a muchos muertos: tal vez demasiados muertos…—Dijo Mateo también preocupado, sabía que los magos no eran precisamente fuertes y no por nada no se usaban en las guerras. Sin embargo, el hombre aún conocía el hecho de que existían algunos lunáticos que se especializaban en lograr entrenar su magia para poder ir a la guerra. Eran pocos, muy pocos y en general sus vidas eran muy cortas para ser recordados. Como es lógico, la inmensa mayoría de magos solo se limitaba a inventar artefactos militares vendibles, no a desarrollar sus conjuros para ir a la guerra con su propio cuerpo, pese a ello los pocos magos que rompían esta regla eran los «famosos» magos de batalla, capaces de hacer conjuros complicados solo para matar a sus enemigos.
—Mierda, mierda, mierda. ¡Subestime completamente la cantidad de odio que venimos acumulando de los difuntos!—Gritó Apolo enojado, mientras notaba como su brazo volvía a pegarse en su cuerpo—¿Conoces alguna solución?
—Busque la protección de sus propios ancestros, no hay otra forma…—Comentó Mateo mientras pedía ayuda a los suyos en su cabeza, realmente si no fuera por ellos jamás hubiera intentado aumentar un poco la velocidad antes de tener que dar una vuelta. Sin embargo, fue ahí cuando el hombre pudo ver como los caballos no seguían sus señales, por lo tanto, dedujo que algo pasaba. ¡Si no fuera por esa gran casualidad, Mateo hubiera muerto!.
Apolo esperó un poco más hasta terminar de curarse y lograr levantarse, luego se arrancó el cordón en su cuello con sus manos y se acercó hacia donde habían explotado los caballos para mirar el gigantesco cráter en el suelo. Con aturdimiento, el joven noble se quedó mirando el mismo, incrédulo de que tuviera tanta mala fortuna este día.
—Señor, se le cayó su colgante—Dijo Mateo tomando una cadena del suelo con un simple anillo de bronce oxidado atado en ella.
—¡Oh, gracias Mateo!, ¡Al parecer aún me queda algo de suerte!, Sería una tragedia si lo hubiera perdido—Respondió Apolo, recién ahora percatándose de la ausencia de su fiel compañero. El joven tomó el colgante y sé lo puso en su cuello, luego revisó los bolsillos de sus pantalones prácticamente destruidos, para su sorpresa tanto la moneda como la ficha se encontraban en su interior—Al parecer mis ancestros se preocuparon en proteger lo importante.
—¿Vamos a pedir ayuda a alguna casa vecina?—Preguntó Mateo yendo hacia la dirección de un alambrado tratando de entrar en la propiedad de este desconocido para pedir un carruaje.
—¡No!, ¡Detente, insensato!—Gritó Apolo como si su vida dependiera de ello—Estoy seguro de que estas estancias le pertenecen a lunáticos que comen personas que piden ayuda o algo incluso peor, con la mala fortuna que estoy teniendo es peligroso acercarse a cualquier persona desconocida.
—¿Entonces iremos caminando?—Preguntó Mateo incrédulo, eran más de dos días de viaje.
—Es la única forma: ¡O llegamos caminando, o no llegamos nunca!—Respondió Apolo con tanta confianza que hasta terminó asustando a Mateo
Tras decir eso Apolo comenzó a caminar apuradamente para alejarse del cráter, mientras que por su parte Mateo continuaba mirando a las casas vecinas con los ojos bien abiertos, temeroso de que en cualquier momento pudiera salir una horda de criados enojados con antorchas dispuestos a matarlo por destruir el camino.