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El peso del infinito.

Adam corrió con fuerza por las escaleras de caracol; su mente parecía estar en otro lado, pero su cuerpo tenía otra misión: ¡Corre Adam! ¡Corre! ¡Y nunca dejes de correr!

Finalmente, Adam llegó a la parte de abajo, pero el otro lado no se abrió, en cambio, la cabeza de la chica con estrellas decorando su rostro salió y dijo con una voz muy linda:

—Deberías tranquilizarte antes de salir...

Adam miró a la chica como si se tratara de una loca por un buen rato. Acaso sabe por lo que el niño acababa de pasar como podía pedirle que se tranquilice gritaba su corazón, pero el miedo en su mente le decía que se quedara callado y se tranquilice.

La chica notó que Adam parecía tranquilizarse con el tiempo y continuó con una voz muy relajante:

—Muy bien joven bibliotecario, trata de hacer honor a tu raza: bibliotecarios siempre tranquilos hasta el final de sus vidas, las emociones únicamente te harán perderte en los libros.

Adam miró con miedo a la chica, pero su respiración poco a poco volvía a ser normal.

—Ahora escucha con atención— Continuó la chica—Cuando habrá la puerta debes irte tranquilo, si las otras estanterías notan algo raro: te mataran.

Sin darle tiempo a que Adam pudiera reaccionar a la situación de mierda que se había metido. La puerta comenzó a abrirse mientras que la chica le daba un beso en la mejilla de Adam y le susurro al oído:

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—Eres el chico que acompañó al ermitaño al infinito, sé que podrás hacerlo... solo es otro paseo entre las estanterías

Adam se encontró con el pasillo de estanterías de otro piso, nunca había estado acá, pero por la cantidad de escaleras supo que era el 3 piso medio. El niño quiso correr, pero su mente lo detuvo, ahora tenía que seguir la corriente hasta salir con vida, si su cuerpo luchaba contra la misma sería despedazado hasta transformarse en un libro.

Con pasos tambaleantes por los nervios, Adam comenzó a caminar por los pasillos rodeados de libros; nunca les parecieron tan raros como ahora estos pasillos que parecían infinitos. Pero poco a poco fue agarrando confianza al ver que nada ocurría y logró llegar hasta las escaleras del piso 3.

A Adam nunca le habían parecido tan raras estas escaleras de mármol mientras bajaba y se alejaba del infierno; su corazón latía a toda marcha y su respiración se aceleraba cada vez más a medida que se adentraba en las escaleras de caracol.

Hoy fue la primera vez en su vida que Adam se dio cuenta de lo claustrofóbicas que podían ser estas escaleras, cada paso que daba parecía que la escalera se hacía más y más angosta, hasta que parecían que las paredes iban a aplastar su cuerpo.

Pero por más que su mente infantil lo engañara, también cada paso lo acercaba más a su destino. Fueron en estos pasos que Adam recordó la locura del viejo en harapos: una sola pregunta, una sola pose incorrecta, lo mataban; sin embargo, la tranquilidad que tenía era tan abrumadora que Adam pensó que todo ese largo camino para llegar al vacío fue una simple caminata sobre los pasillos.

Adam por primera vez en su vida, a la tierna edad de 12 años se sintió deprimido, no importa cuánto lo intentara no podía dar el siguiente paso para seguir descendiendo en las eternas y frías escaleras de mármol. Pero no por el miedo que tenía; sino por la pregunta que su corazón se estaba respondiendo; no importaba cuantas túnicas obtuviera, cuantos idiomas dominará y cuantos libros leyera: jamás podría lograr lo que ese viejo logró descalzo y vestido en harapos.