Adam corrió por los pasillos persiguiendo la espalda del juguetero, hasta que finalmente noto que el juguetero detenía su marcha. Al llegar a su lado, Adam notó que el juguetero estaba parado al frente de una estantería bastante colorida
La estantería parecía estar hecha de metales preciosos de diferentes tipos, había metales de todos los colores, pero parecía que la estantería únicamente usaba colores llamativos, por lo que no había nada ningún metal de color blanco o negro. Los estantes estaban llenos de libros coloridos que aparentaban ser mágicos y muchos peluches podían verse colocados de forma desordenada por toda la estantería.
—Toma uno de sus libros—Comentó el juguetero, mirando con precaución los pasillos.
Adam hizo caso y tomó uno de los libros coloridos, inmediatamente una cabeza formada con muchos metales preciosos coloridos comenzó a formarse en la estantería, la cabeza llevaba una peluca de payaso y también tenía una nariz de payaso.
Acto seguido el libro desapareció de la mano de Adam y volvió a aparecer en la estantería. El payaso miró a Adam con enojo y grito:
—¡Muchacho, estamos en medio de una votación y solo los niños buenos pueden leer mis libros!
—No vinimos por tus libros—Dijo la criatura sin piel—El muchacho es un amigo mío, necesita utilizar el tobogán para escapar de los otros magos.
El payaso miró a la criatura unos cuantos segundos, luego miró a Adam y le dijo con un tono bastante alegre como si estuviera cantando:
—Si eres amigo de los jugueteros, también eres mi amigo. Puedes divertirte usando mi tobogán, espero que lo disfrutes, muchacho.
Al terminar de decir esas palabras, el rostro del payaso comenzó a hacerse más grande hasta ocupar toda su estantería. Acto seguido, la cabeza gigante abrió su boca y sacó la lengua para armar una escalera hacia su interior.
—¿Tengo que meterme adentro de la boca?—preguntó Adam con algo de miedo de entrar en el interior.
—Si, Antes de irte, ten esto—El juguetero metió las manos en sus túnicas negras y retiró una bolsa negra—Me dijiste que te diera esta bolsa antes de escapar.
Adam tomó la bolsa y la abrió: la bolsa estaba llena de objetos misceláneos, por lo que parecía que su padre había preparado unas cuantas provisiones para el momento de la huida de Adam.
Con la bolsa guardada en su túnica, Adam miró la garganta de la cabeza gigante y preguntó:
—¿Hasta dónde lleva este tobogán?
—Permite descender 10.000 pisos en unas horas—Contestó el juguetero con calma—Estarás a salvo de la purga a esa distancia.
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—10.000 pisos...—Murmuró Adam de forma reflexiva.
Si el joven se tiraba por este tobogán, le costaría unos cuantos años de su vida volver a estos pisos, por lo que parecía que realmente no había vuelta atrás.
Entendiendo que no había otra manera de escapar, Adam, subió por la lengua de la cabeza gigante hasta llegar a la boca. Antes de seguir avanzando miro para atrás y preguntó:
—¿Tú no vas a escapar?
—No necesito escapar— Respondió la criatura sin piel—Muchas estanterías de este piso me protegen, así que voy a estar bien. Suerte Adam, te agradezco por darme este cuerpo.
—Gracias también por ayudarme a escapar...—Comentó Adam con algo de pena por el cruel destino que le tocó vivir a su antiguo profesor Aquiles.
Luego de despedirse, Adam continuó caminando por la boca de la cabeza gigante hasta llegar a la garganta: parecía que el agujero de la garganta era el tobogán que le salvaría la vida.
El joven miró el agujero unos cuantos minutos: esta era una decisión de la que no podía volverse para atrás y lamentablemente lo habían forzado a tomarla. Los dos compañeros de clases de Adam habían ido a los pisos superiores y el joven siempre quiso encontrarse con ellos para agradecerles la advertencia y poder ver como andaban en la vida.
Además, sabía por rumores que los pisos inferiores eran una mala idea para iniciar su vida de exploración y peregrinación. Los rumores de pisos infectados y desiertos no eran pocos y tampoco parecía que muchos bibliotecarios lograran subir de estos pisos hasta los pisos de madera donde él había pasado más de la mitad de su vida.
Recién ahora que estaba por irse para no volver, Adam entendía lo cómoda que había sido la vida mientras vivía en la cueva del viejo sin ojos. Durante estos 15 años solo tenía que preocuparme por estudiar y por alguna aventura extraña vivida de vez en cuando.
Pero una vez que se tirara por este tobogán, esas aventuras extrañas se convertirían en su nueva realidad y es o era algo que solo ahora lograba comprender.
El joven temía esas aventuras, temía que esas experiencias horribles de su infancia volvieran a repetirse, temía morir solo y abandonado en uno de los hexágonos de esta biblioteca como su padre lo había hecho.
Recién ahora, Adam comprendía que no quería salir a explorar tirándose por este tobogán. El joven quería seguir viviendo la cómoda vida de los pisos de madera.
El muchacho quería tener una vida normal como cualquier otro bibliotecario: una vida en donde únicamente sé preocupara por la historia que estaba leyendo mientras tomaba chocolatada caliente delante de una cómoda fogata, una vida donde su única preocupación era no tener suficiente tiempo para seguir leyendo.
Recién ahora, Adam comprendía que nunca había nacido para ser el héroe de la historia, el joven sentía que había nacido para leer la historia de ese héroe y lo que antes parecía fácil, ahora le parecía imposible a Adam.
El joven héroe no tenía la valentía para tirarse por este tobogán, no tenía el valor para enfrentarse a la realidad de la cruel purga, no tenía el coraje para abandonar su antigua vida y comenzar de cero en pisos peligrosos y desconocidos.
El temor a lo desconocido inundaba el alma de Adam mientras miraba ese tobogán que conducía a la oscuridad absoluta, pero cuando el joven estaba a punto de darse la vuelta para buscar otra salida, sintió que alguien lo empujaba de atrás hacia el tobogán.
Antes de caer por el tobogán, Adam trató de decir sus palabras mágicas, pero por mucho que intentara no podía recordarlas, parecía que el juguetero estaba afectando su mente.
Lo último que Adam pudo ver antes de descender por la oscuridad infinita del tobogán, fue la sonrisa formada con dientes afilados y amarillentos en el rostro sin piel del juguetero que acababa de empujarlo a un destino incierto.
-----------------------------------------El Fin de mi infancia—--------------------------------------------