Adam asintió y se fue a sentar en el sillón. Afortunadamente, el sillón era tan cómodo como parecía; aunque el sillón era un poco alto y las piernas de Adam quedaron por los aires. El niño, lejos de molestarse por la altura del sillón, tambaleaba alegremente sus piernas, mientras esperaba que la señora volviera con los instrumentos para medir.
Luego de un rato, Camila volvió con una caja de instrumentos y un cuaderno negro. Pero antes de ponerse a medir los pies de Adam, la mujer miró con algo de aturdimiento y pena como el niño jugaba tambaleando sus pies en el sillón.
—Déjame que arregle el sillón para que estés más cómodo…— Dijo Camila mientras acomodaba la silla a la altura de un niño; así Adam podía apoyar sus pies sobre el banquillo.
La señora abrió el cuaderno negro que había traído y lo colocó en el piso. Acto seguido, la señora procedió a desatar los cordones de Adam y a sacarles los zapatos. Al ver el estado de los zapatos, Camila comentó:
—Con razón tu papá te mandó a esta hora. ¡Estos zapatos están hechos un desastre!
Adam no dijo nada, pero agradeció en secreto a la imaginación de Camila. Con mucho cuidado, Camila fue midiendo las dimensiones del pie del niño, mientras que las iba gritando en voz alta.
Para sorpresa de Adam, cada vez que Camila dictaba un número, el cuaderno negro que trajo lo iba escribiendo por su cuenta; era la primera vez que Adam veía un libro tan raro.
—Terminamos con las mediciones, por suerte aún tengo un juego de zapatos para niños— Dijo Camila mientras leía lo dictado en el libro negro.
Acto seguido, Camila se dirigió a una zona con cajas de zapatos que parecían ser bastante viejas y se puso a buscar algún zapato con las dimensiones del pie de Adam, mientras buscaba con pereza, camila comentó:
—Sabes, últimamente no son muchos los niños que nacen en estos pisos, por eso es que cuesta un poco encontrar tu talla de pies. La mayoría de bibliotecarios ni se molesta en tener hijos. O aún peor, los tienen y los ...
Pero Camila paró de buscar y miro que el niño la miraba con curiosidad; eran tan raros los niños que se había olvidado de que su última frase podría perturbarlo un poco al muchacho, así que la mujer decidió ignorar lo que estaba diciendo y continuó buscando entre la montaña de caja de zapatos.
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—¿Quiénes son tus padres, joven?— preguntó Camila mientras luchaba con las cajas de zapatos tratando de encontrar la talla perfecta.
— Solo tengo un padre, se llama Donátelo— Respondió Adam con nervios; el joven no quería hablar mucho del tema— Mi madre se fue de trotamundos a los pisos inferiores, así que nunca la vi.
—Finalmente: ¡Acá está!— Dijo camila con una sonrisa, mientras encontraba la caja que buscaba— No conozco ningún bibliotecario que se llame Donátelo, por desgracia, pero lo felicitó por animarse a cuidarte y dejar el trabajo.
La mujer sé acercó a Adam con una caja que no estaba en buenas condiciones, sin embargo, al abrirla se vio en su interior unos lindos zapatos marrones y en perfecto estado.
—¿Te gustan los zapatos, chico?— preguntó Camila con una sonrisa en la cara.
—¡Si! ¡Me encantan!— Contestó Adam, algo emocionado por sus nuevos zapatos.
—Me alegro — Dijo la mujer con una sonrisa aún más grande— Voy a hacerles unos arreglos y tratamientos por el tiempo que estuvieron en la caja. Los zapatos cuestan 5/18 de papel de caracteres, podrías ir preparándolo.
Adam asintió y esperó pacientemente en el sillón con su papel dorado en la mano, finalmente la mujer regreso y se quedó mirando al niño con la hoja dorada en la mano un rato y luego miró la caja rota. Sin mucha vergüenza, Camila sacó otra caja más grande y más nueva, les saco los zapatos y puso los zapatos de Adam.
—Niño, eso no es un papel de caracteres —Dijo Camila mientras buscaba un cuaderno verde— Eso es un papel de caracteres imbuido: se usa para otras cosas y deberías ir a depositarlo al banco. ¿Me podrías pasar tu carnet?
Adam se asustó un poco, pero algo nervioso buscó en su túnica una tarjeta y se la entregó a Camila. Adam supuso que no debía pasar nada malo: en la escuela también la aceptaron.
La tarjeta solo tenía la siguiente información:
Nombre: Adam.
Número de identificación: 64341.
Camila tomó la tarjeta y se puso a rellenar en su cuaderno verde los datos de la misma.
—Bien, tengo todo— Dijo camila mientras le devolvía la tarjeta a Adam— Solo voy a necesitar que pongas tu dedo acá. Por lo demás deberías ir a abrir una cuenta en el banco, así puedes pagarme. El banco está en el piso medio 3 de 5, hexágono 18 de 18 .
Adam puso el dedo y el cuaderno se iluminó tachando sus datos asustando a Adam.
—Eh...— Dijo camila revisando el cuaderno — Parece que tu papá ya te abrió una cuenta en el sistema de bancos cuando naciste. Bueno, eso simplifica todo. De todas formas Adam, ve y deposita ese papel, así no lo pierdes.
Adam asintió y salió de la tienda por la puerta, apareciendo nuevamente en los pasillos, con la caja de zapatos en sus manos y con la mirada muy aturdida. Adam no entendía por qué tenía una cuenta bancaria a su nombre. Pero quería averiguarlo, por lo que se dirigió al hexágono 18.