Adam caminó por los pasillos de la escuela tratando de encontrar huellas raras, pero luego recordó que hoy iba a ser su celebración de 100 páginas, por lo que sus pasos se fueron apurando, hasta que terminó corriendo por los pasillos: ¡Qué diablos, el héroe pelirrojo había estado leyendo este libro 7 años enteros!, y ¡Hoy lo celebraría a lo grande!
El joven héroe corrió con toda la emoción del mundo y con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro por los pasillos de la escuela, mientras las demás personas en la escuela lo miraban como si hubiera perdido la cabeza. Adam ignoró las miradas desconcertadas de los bibliotecarios y vio que la puerta de su aula se acercaba, pero no frenó, sino que aceleró como si buscara tirar abajo la puerta: el joven abrió la puerta de una patada y entró gritando:
— ¡Lo siento, profesor, se me hizo tarde! ¡¡Pero lo logré!!
—...— Franco y Bianca estaban uno arriba del otro, besándose en una esquina de la habitación e ignorando a Adam como si el chico no existiera.
—¿Y Aquiles?— preguntó Adam con rubor en el rostro, buscando respuestas por parte de estos dos jóvenes enamorados.
Pero Franco no respondió y en su lugar le hizo una señal con la mano indicando que se fuera del aula. Aturdido por la situación, Adam observó que sus dos compañeros no paraban de besarse. El joven héroe quiso insistir en su pregunta, pero antes de que pudiera decir nada, el muchacho notó que dos objetos parpadeaban en la habitación.
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Adam le prestó atención a los extraños objetos parpadeantes y notó que era la ropa interior de Bianca y Franco tiradas abajo de un pupitre. El rostro con pecas del joven héroe se puso aún más colorado por la vergüenza y cerró la puerta de la clase de nuevo.
El pelirrojo no se fue, se quedó mirando la puerta de madera cerrada por unos cuantos minutos, pensando qué hacer en estos momentos y como enterrarse a sí mismo. Su cabeza estaba en las nubes porque había descubierto de la forma más absurda posible cómo funcionaba el buscador de pistas de sus anteojos.
*Haaaa*...*Haaa*... Cuando se empezaron a escuchar ruidos raros desde atrás de la puerta de madera. La cara de Adam se puso tan roja como su cabello y dio pasos hacia atrás lentamente, tratando de que los enamorados no escucharan sus pisadas.
Con toda la vergüenza del mundo, el joven se fue a la oficina del director, para ver donde podría estar Aquiles y así organizar su celebración de 100 páginas. La mente del muchacho todavía estaba algo perdida, no entendía muy bien como daba sus pasos, pero su cuerpo actuó en modo automático hasta llegar a la oficina de Cesar.
*Tock*...*Tock*
Adam tocó la puerta unas cuantas veces hasta que César salió a recibirlo. Adam vio al director con mucha vergüenza, pero de suerte sus anteojos ocultaban parte de su rostro. Cesar noto que el chico solo se quedaba mirándolo y preguntó con una sonrisa:
—¿Qué pasó ahora, Adam?
—¿Eh?…—Dijo Adam aturdido—Yo... yo llegué a las 100 páginas.
—¡Oh! ¡Que maravilla!—Respondió César con una sonrisa aún más grande—Ven, chico, pasa, los pasillos no son lugar para una charla.